jueves, enero 26, 2006

Dos miniaturas de Rebecca Ocaranza Bastida

Como última entrada del día de hoy, les entrego dos miniaturas de Rebecca Ocaranza Bastida, que publiqué hace ya tiempo en el número monográfico dedicado a Gottfried Benn como parte de una adendda literaria libre. Los vuelvo a publicar ahora para que más gente los lea y, a quien le parezca deje algún mensaje sobre la opinión que les merecen estas dos pequeñas piezas narrativas.

Dos miniaturas
Rebecca Ocaranza Bastida


Cuando el cielo perdió un trozo de mar

Sus pasos lo llevaban con cierto cansancio por entre los puestos de mercancía que llegaba de todo el mundo. Caracolas y estrellas de mar que pendían de sus raídas ropas se enredaban en su abultada barba gris; de sus brazos y piernas colgaban pequeñas conchas y fragmentos de coral, objetos que obtenía de manos de los pescadores o de los comerciantes de la zona que siempre llevaban todos esos pequeños tesoros que sólo Dios sabe cómo conseguían.

El viento húmedo y salado le refrescaba la mente y los pulmones, aunque no lo suficiente. Desde hacía mucho tiempo el éxito, el amor, la mujer, todo había dejado de tener sentido, salvo sus caracolas y sus estrellas de mar.

Cuando vivía en Portugal disfrutaba todas las tardes mirar al horizonte, los colores eran colores, ocre y sol, violeta y ocaso, el viento que soplaba con melancolía lejana era una mezcla de sueños y sal y esa eterna y envolvente música de mar que lo seducía para pensar sólo en ella... ella, que era el mayor regalo que el mar podía haberle dado; ella, que llenaba sus vacíos y perfumaba el ambiente; ella, cuya sola presencia era más que besos y pasión... ella, que al marcharse le arrebató las ganas de vivir.



Fueron días de tormenta cuando ella se fue, el mar enfurecido le reclamaba no haberla retenido... días, semanas, meses de odio e impotencia, de amor desperdiciado. Entonces él también se fue.

Ahora, en su auto exilio, las costas de Galicia sólo le ofrecían una gama de blancos y grises, aunque aquello no era culpa del horizonte sino de sus frecuentes depresiones que no le permitían más, pues cuando la imagen femenina aparecía en su mente, golpeaba, gritaba, destruía y arrancaba de las paredes los pocos objetos marinos que hubieran sobrevivido al último arranque de dolor, y pasaba varios días sumido en un febril letargo. Sin embargo, en sus momentos de paz se dedicaba a pintar escenas marinas sobre las caracolas que luego ofrecía a los pescadores a cambio de unas monedas o un poco de pescado fresco.

“¡Un ermitaño!”, le decía su vecino. “¡Te has convertido en un ermitaño, hombre! Sólo yo hablo contigo, pero tú no hablas ni conmigo ni con nadie.”

Fue entonces cuando sólo un sueño le llenó la mente. Comenzó a trabajar con obsesivo afán y día con día la cabaña comenzó a emerger hacia el cielo como una pirámide de caracolas y estrellas de mar, y todas las noches en un desesperado rito solía tumbarse boca arriba sobre la arena y contaba las estrellas del cielo y contaba sus estrellas de mar. Todo acabaría cuando el cielo y el mar se pudieran juntar, cuando cada estrella de allá arriba pudiera tocar a su par en el mar. Y así pasaron años de pescado fresco, años de buscar caracolas para elevar las estrellas del mar.



A veces, desde algún lugar, llegaba a sus oídos la música de una radio encendida; tan lejana, que se confundía con el murmullo de espuma y brisa que todas las noches le permitía dormir profundamente y dejar de soñar. Esa noche, el viento soplaba con fuerza y más que alguna melodía, hasta la cabaña lo que se alcanzaba a escuchar era la agitada voz del locutor, pero a él desde hacía mucho tiempo no le interesaba escuchar.

El cielo amaneció triste y gris, pesados y aceitosos hilos escurrían por entre los orificios y los huecos, el negro lo había cubierto todo. Sus paredes de caracolas y sus estrellas de mar... todo había quedado cubierto bajo una cera oscura. A lo lejos, las personas se afanaban en rescatar aves que como fantasmas negros emergían en una desesperada lucha por respirar. Lo que el día anterior era agua y sal... el océano, ahora sólo era una monstruosa y pesada nata negra. Su sueño se desvanecía por asfixia.

Lo encontraron con el rostro al cielo, tumbado en la playa, sobre aquella mezcla de arena y petróleo tan crudo que se podría masticar. Había permanecido de espaldas al océano y las últimas gotas de tormenta le habían dejado una lágrima negra sobre la mejilla derecha. Con la mano izquierda se aferraba a una estrella de mar.



Esa noche la televisión transmitía las imágenes de la tragedia: “...el buque petrolero permanece varado en las costas de Galicia. Toneladas y toneladas de crudo están siendo derramadas en las playas de esta provincia, los daños son cuantiosos. La marea alta de esta madrugada provocó que el oleaje alcanzara a cubrir las pocas casas de la playa. Las autoridades reportaron la muerte de un hombre, aunque se desconocen las causas del deceso. Por otra parte, los reportes de los ecologistas indican que pasarán al menos cinco años antes de que la flora y la fauna marinas se puedan recuperar…”


El regreso

De qué sirve presentir en la víspera tu propia muerte si nadie escucha y nadie
te habla.

El camión de la mudanza espera afuera... Lo veo desde la ventana. Las llaves, los candados, la reja, el tiempo, gélidos orquestan la despedida. Las puertas, en inclinada melancolía. Los pisos opacos, las habitaciones vacías son un lamento mudo y hueco, son tumba… Arañas, fantasmas, sueños, todo se confunde en el polvo de los niños polvo, polvo en las arañas y polvo en las telarañas. Muertos, los pensamientos han quedado muertos en los rincones e impotentes los secretos, prisioneros de las paredes donde la araña teje su telaraña. Vigilantes, herméticos… los ecos lloran su silencio.

En el jardín ocre, indolentes los árboles se mecen, las arañas tejen y se columpian entre las ramas y la savia hecha cristal. Memoria de noches sin luz y noches sin estrellas. La inercia, el cansancio, la soledad de tu recuerdo están siempre conmigo. Las preguntas se pierden y las respuestas no ganan, en la ventana sólo hay hojas secas que ajenas vuelan y se alejan. Y piensas “de tan vacía la vida te deja de pensar, te deja de pesar, te deja de pasar”.

Es el recorrido final, tras las puertas cerradas la vida gime y se escapa... y sólo queda el silencio, ese líquido oscuro que duele y aprisiona, que al inicio y al fin todo lo cubre, todo lo baña.

La tarde cae, ya no hay luz en las ventanas, y no hay más nada, sólo las arañas que tejen… telarañas, redes de telarañas… Mis pasos tropiezan con las sombras, con los deseos, con las lágrimas, con el silencio… Me ahogo… y fríos mis pies y mis manos no hacen nada. El miedo agazapado en las escaleras exorciza con lágrimas los gritos, los gritos, respirar, respirar, debo respirar, respirar en silencio, que nadie sienta el deseo, debo respirar… respirar en silencio.



El tiempo despierta perezoso de su añejo sueño, entre las palabras que nadie dijo y los oídos que nunca escucharon. Aquí he muerto y aquí vivo. El polvo es eterno y no es memoria.

Y tú, ¿dónde estás? Y yo, ¿dónde estoy? Las puertas están cerradas, recorro los pasillos y me da vértigo el movimiento. Los amigos regresan, la gente regresa, pero tú ¿cuándo regresas? Tu voz me encuentra en la ventana, pero pasas y no me hablas y es que no hay luz en la ventana. Habla, habla, todos hablan, pero de mí quién habla... la vida es la que pasa y crece la telaraña.

Por fin logras abrir una puerta y piensas “hay días que marcan tu vida…” Anda, es sólo un brinco y eres libre… vamos, nadie nos ve, nadie te ve… Y te deshaces de tu vida y te deshaces de tu muerte. Y piensas “nada habría sido posible sin tu partida”.

Desde la ventana una niña se funde en la distancia y otros niños juegan en el camión de la mudanza, ese desvencijado y viejo camión de la mudanza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

bellos trozos de literatura,que me remontan al río Ebro y me evoca un cuento mío llamado La mudanza,donde las tres Rebeccas miran el mundo a través de las paredes agrietadas de la añeja casa, custodiada por el Pequeño Dragón y el fantasma del Jeremías

Anónimo dijo...

bellos trozos de literatura,que me remontan al río Ebro y me evoca un cuento mío llamado La mudanza,donde las tres Rebeccas miran el mundo a través de las paredes agrietadas de la añeja casa, custodiada por el Pequeño Dragón y el fantasma del Jeremías