lunes, junio 26, 2006

¿Es posible redescubrir a Mozart?

Recientemente el blog recibió una de esas visitas que merecen ser comentadas con ustedes, mis cero lectores. Me refiero a la visita de un bloguero español, Ricardo de los Ríos, quien acaba de abrir un blog sobre música clásica. En su mensaje, me invita a visitar su blog, lo que hice inmediatamente. El espacio apenas empieza, por lo que me es difícil hacer un comentario al respecto. Pero sí me parece importante hacer algunas precisiones de tipo meramente personal en lo referente a algunos comentarios que hace Ricardo con respecto a con cuáles obras de Mozart valdría la pena empezar como escucha bisoño.

Y es que no hay ni un solo Mozart, ni algo así como una versión original de cualquier obra suya. Mozart, como Vivaldi, es una figura que a todos nos resulta conocida, tanto, que juchos asumen no es necesario profundizar en su obra. Melodías suyas forman parte del inconsciente colectivo cultural de Occidente: el Allegro de la Sinfonía # 41, el Allegro inicial de la Pequeña serenata nocturna, entre otras muchas, de la misma manera que hay melodías de Bach, de Beethoven y de Vivaldi, en mayor medida que de otros compositores, como Handel, Brahms, o Schubert, han dejado una profundísima huella en nuestra memoria colectiva. Pero la memoria particular, la de cada uno, ésa que sólo podemos construir con el ejercicio continuo y continuado de la escucha razonada e inteligente, es harina de otro costal. Pondré ejemplos concretos. Eine kleine Nachtmusik, La pequeña serenata nocturna, es probablemente la obra más extensamente popular de Mozart, pero ello no necesariamente significa que estemos relacionados con ella. Porque la relación no se da con la obra solamente, sino con los intérpretes. Esto no es tan obvio como parece. Mi redescubrimiento de Mozart lo debo a haber escuchado, hace más o menos una década atrás, la Sinfonía # 40 y la Sinfonía # 25 con la Orquesta del Cocertgebouw de Ámsterdam bajo la batuta de Nikolaus Harnoncourt. Lo que Harnoncourt hace en esta interpretación es verdaderamente asombroso. No nos ofrece un Mozart conocido, sino que nos hace escuchar a Mozart como si se tratara de la primera vez. ¿Cómo logra Harnoncourt esto? No haciendo una interpretación comedida, ritualizada, rutinaria, sino haciendo todo lo contrario: marcando poderosamente los contrastes, haciendo que una orquesta moderna suene y toque como si tuviera instrumentos antiguos, eliminando literalmente todo el polvo que el romanticismo había depositado sobre una de las sinfonías más célebres. Aquí desparece todo esa majestuosidad, o monstruosidad, de Karajan, de Böhm, de Bernstein, que hacían de Mozart un templo inaccesible al que sólo bastaba rendir tributo desde lejos. Y lo que Harnoncourt hace es no leer a partir de esta larga tradición interpretetiva, que ve a Mozart como un dios inaccesible, y decide leerlo directamente, sin intermediarios. Es decir, no da por sentado que ya conocemos a Mozart y por ende hay que regodearnos en tiempos cada vez más lentos (René Jacobs dixit). Por el contrario, a través de una interpretación deslumbrante, sin concesiones de ninguna especie, ofrece un Mozart casi volcánico, que seguramente a quienes crecieron escuchando a las grandes orquestas tocándolo con ampulosidad y parsimonia les resultará insólito, casi diríase que violento.
Fue Harnoncourt quien me descubrió al Mozart sinfonista, de la misma manera que Jos van Immerseel me hizo redescubrir al Mozart piano-concertista, y Philippe Herreweghe me hizo redescubrir al Mozart sacro (Réquiem, Misa en do menor). Es decir, a lo que me refiero es que el acercamiento a un compositor está ligado más que a la obra en sí, o en la misma medida, al intérprete. Y es un hecho que, por ejemplo, La pequeña serenata noctura es posible escucharla con Herbert von Karajan y su magnífica orquesta, pero por algo se llama pequeña, porque Mozart no tenía en mente que media centena de instrumentos la tocaran, sino un conjunto pequeño de cuerdas, como lo hace el Cuarteto de Budapest, que fue mi primera versión de esta obra, o más recientemente, The Academy of Ancient Music (Harmonia Mundi USA), o una parte de su sección de cuerdas, bajo la deslumbrante dirección de Andrew Manze. Igualmente revelador es escuchar una de mis obras favoritas: el Quinteto para clarinete (que usaría de referencia y base formal Brahms para escribir el suyo, un siglo después), en diversos conjuntos de cámara: el Cuarteto de Budapest (Sony), El Cuarteto de Leipzig (MDG), el Cuarteto Mosaicos (Astrée), y otros tres cuartetos que en este momento no recuerdo pero que están en mi fonoteca.
¿Y qué decir de las óperas? Del Don Giovanni poseo cinco versiones: la de Harnoncourt (Teldec), dramática y poderosa como pocas, la de John Eliot Gardiner (Archiv), vibrante y llena de vida (creo que el Mozart operístico se le da muy bien a Gardiner), la insuperable de Sigiswald Kuijken (Brilliant), la clásica de Carlo Maria Giulini (EMI), y una un poco desconcertante con la Wiener Akademie (no recuerdo el director en estos momentos ni la casa disquera), grabada en vivo en Praga. ¿O de la música de cámara? La Gran Partita, en sus dos mejores versiones: la sublime de Philippe Herreweghe (Harmonia Mundi), y la hipertransparente de Frans Brüggen (Philips); los Cuartetos a Haydn, en la deslumbrante versión del Cuarteto Mosaicos (Astrée).
Y la relación con los intérpretes es fundamental, porque es ella la que determina cómo vamos a escuchar a quien sea. El lector ya medianamente informado, al ver mis referencias de grabaciones sabrá que tengo una predilección por las interpretaciones de corte historicista, es decir, la que recurre a instrumentos de época (originales o reconstrucciones), a técnicas interpretativas muy distintas a las modernas, y a la relectura de la partitura a partir de una perspectiva renovadora y en no pocas ocasiones abiertamente retadora, polémica. No es muy distinto, por ejemplo, de lo que se hizo, en otro terreno, con el cielo raso de la Capilla Sixtina, cuando los restauradores decidieron quitar el humo acumulado por los siglos, y emergió un cielo brillante a más no poder, y colores inauditos, llenos de vida, que escandalizaron a no pocos, pero cuya realidad era innegable. Finalmente el color y el brillo se impusieron pese a las protestas o críticas de muchos. Frente a la apabullante realidad, no había argumento en contra. Y pienso que algo similar ocurre ante estas interpretaciones, que a muchos siguen sin agradarle, pero que han ido ganando espacio y reconocimiento, aunque sea muy lentamente.
Una de esas obras que en verdad requerían de una limpieza y desempolvamiento radical era el Gloria de Vivaldi. Sin duda, una de las obras corales más célebres de todos los tiempos. Cuando hace unos años Rinaldo Alessandrini decidió grabar para Opus 111 su versión, el resultado no podría haber sido más apabullantemente convincente. Los tempi rápidos mucho más rápidos y vibrantes, y los lentos impresionantemente más lentos que lo normal. ¿El resultado? Un Gloria de una violencia y un erotismo inimaginable. En otras palabras, lo que hizo Alessandrini fue recordarnos que Vivaldi no era un compositor del norte de Europa, de la Europa protestante, sino un músico italiano, mediterráneo, que el sol en Venecia es muy distinto del pálido sol inglés o alemán, y que siendo un compositor mediterráneo, se halla más cerca de las pasiones de la carne que de la espiritualidad que cabría esperar de un sacerdote. No en balde el más importante descubrimiento musicológico del siglo que apenas empieza, es el Vivaldi operístico, un Vivaldi que explora las pasiones y dramas de la carne más que las del espíritu. Pero esto se logra cuando se lee la obra no con reverencia ciega, con admiración acética (o como decía Stravinsky en forma burlona), sino con espíritu crítico y renovador.
¿Cómo acercarse a Mozart o a Brahms? No lo sé, sólo sé que no hay una sola ruta; lo que sí debe haber es alguien que oriente y comparta, sabiendo claramente cómo se orienta, porqué se recomienda tal o cual versión en lugar de alguna otra. Por supuesto, el buen melómano no se conforma con una sola versión de una obra, requiere de varias para compararlas y así permitir formarse su propio gusto y su propio criterio. ¿Cuántas versiones son necesarias? No lo sé. Tengo 12 versiones de Las cuatro estaciones, seis de los Conciertos de Brandemburgo, siete del Réquiem de Mozart, siete de las Sonatas y partitas para violín solo de Bach, cuatro de sus Sonatas para violonchelo, seis de su Misa en si menor, cinclo ciclos completos de las sinfonías de Beethoven, cinco de sus sonatas para piano, cuatro de las de Mozart, dos ciclos completos de las sinfonías de Sibelius, cuatro ciclos completos de los conciertos para piano de Mozart, tres ciclos completos de los conciertos para piano de Beethoven, dos de sus sonatas para violín, y así podría seguirme con diversas obras y diversas interpretaciones. A cada cero lector le corresponde armar su fonoteca de acuerdo a un gusto que sólo con el tiempo se va formando
¿Se puede descubrir de nuevo a Mozart? Yo creo que sí, pero como todo capital cultural, no es sencillo, ni barato, entérminos de lo que cuesta un disco, y a veces un concierto. Tal vez en Europa sea menos caro por los salarios y el poder de compra. En México, a la escasa capacidad de compra, hay que agregar la ineficacia y mezquindad de las grandes disqueras (lo vuelvo a repetir, Warner México no trae La flauta mágica, en la versión de William Christie y Les Arts Florissants, desde hace por lo menos una década; ¿alguien me puede reprochar haberla bajado de Internet gratis?), la incultura generalizada, la pavorosa reducción de la oferta discográfica y la reducción del mercado de la música clásica-culta, y el desprecio hacia este tipo de manifestaciones. Aun así, es posible aspirar a armar una buena fonoteca si en verdad nos interesa hacerlo. Espero algunos empiecen ahora, pues no se trata sólo de comprar discos, se trata de educar el oído, y eso no se compra en ningún lugar. Por lo pronto, visiten el blog de Ricardo de los Ríos: http://ricardodelosrios.blogspot.com/

jueves, junio 22, 2006

La mediocridad premiada

Sucedió lo que muchos en México querían que sucediera: que la selección nació-mal pasara a la siguiente fase de la Copa Mundial de fútbol. Lo malo es que, después de la actuación de la participación en Argentina 1978, ésta es la peor participación de un equipo nació-mal. Cada vez juega peor ese equipo, ¿y las televisoras? Mentira tras mentira, dándole atole con el dedo a la afición. ¿Saben qué es lo peor? Que le venden a la gente fórmulas para aceptar su mediocridad y ocultarse detrás de esas fórmulas. Ya lo había hecho Televisa cuando les vendió a los norteños, y se la tragaron enterita y sin chistar, la idea de que aunque se había ido a segunda división su equipo, ellos eran la mejor afición de México, y desde entonces lo repiten como una suerte de mantram que oculta la pasmosa mediocridad de su equipo. Pues ahora TV Azteca le vende a esa misma afición, que deglute lo que sea, la misma idea, pero ahora a nivel nacional, para paliar un poco la pasmosa mediocridad y el patético conformismo de una afición que si por algo se caracteriza es por su ignorancia. Y ahora felicitan a la que ellos llaman "la mejor afición del mundo", ya que es imposible felicitar a uno de los equipos más mediocres de la historia del futbol nacional. Y por supuesto, los aficionados se la van a tragar enterita, como antes lo hicieron los norteños con el mismo anzuelo. No les voy a repetir, mis cero lectores, lo que fuera de México se dice de la selección nacional, donde no quieren tapar el sol con un dedo, y donde no se creen esa "mentira que me dije y me creí" (Sabines, ¡yeeeech!) de la competencia entre aficiones. Y para que no se hagan ilusiones, anticipando lo que inevitablemente sucederá (que es: Argentina mostrará la mediocridad del equipo nació-mal y a la afición le venderán la idea de que se hizo lo que se pudo, pero el globo que inflaron se desinfló desde el primer partido), reproduzco un post aparecido en http://elhuevo.blogspot.com, mientras se desarrollaba el juego entre México y Portugal (respeto la redacción original):


En este momento el 98% de la oficina esta viendo el partido de México contra Portugal en el auditorio de la empresa. Yo estoy leyendo en mi lugar.

Comencé a verlo, pero me salí en cuanto vi que el jugador estrella, la esperanza y orgullo de México, el último tampón de la caja; Rafael Márquez, se creyó portero.

Ahora bien, lo que voy a decir a continuación no nace del coraje, rabia y ardor de un fanático decepcionado. No es así desde el momento en que yo no soy, en primera, fanático de México, y en segunda, fanático del fútbol. Es, llanamente, la visión de alguien que ve el fútbol tal como es: una fragua de odios gratuitos entre naciones.

En cierta manera, me da pena y siento un poco de lastima por los verdaderos fanáticos. Vi sus caras de decepción cuando Portugal, a la primera oportunidad que tuvo, metió un gol. Vi su gesto de frustración cuando se marco el penalty. Vi que –casi todas sus esperanzas caían en saco roto. Y todo por creer que este país pitero podría tener una selección que no fuera igual de pitera.

Porque cuando uno ve "la pasión" del fútbol desde afuera, objetivamente, lo que se ve, por lo menos en lo que respecta a la selección mexicana, es lo mismo que se ve en las exhibiciones de globos aerostaticos: mucho aire, mucho volumen y mucho color, pero poca sustancia.

El problema, creo yo, fueron esos tres goles contra Irán. No se porque, pero eso hizo que la gente se imaginara ya a México en las semifinales, por lo menos. Uno que no sabe mucho de fútbol, se pregunta: "¿Y quien carajos es Irán?" Porque yo, según mis cortas entendederas, Mundial es igual a Brasil, Italia, Inglaterra, Alemania, Francia, Holanda y Argentina.

Y yo lo que vi es que perdimos contra dos de ellos.

Luego, inocentemente pensé que con el empate ante Angola, (¿Angola tiene campos de fútbol?) la gente iba a aceptar la realidad, la realidad de una selección mediocre a la que le queda grande un campo mundialista. Pero no, sorprendentemente, la gente seguía pensando que los mexicanos podían golear a Portugal, ja.

Todavía, en los primeros minutos, cuando Portugal le estaba pegando una bailada de antología a México, creí que la gente entendería, pero de nuevo, me equivoque; me daba un poco de pena ajena que en cuanto México tocaba el balón, (para perderlo 2.4 nanosegundos después) todos se emocionaran como si estuvieran tirando a la portería.

(Creo que México acaba de anotar; gritaron mucho allá adentro. Pero eso no cambia nada, al contrario, cuando acabe el partido, su frustración será mayor, ya que, ilusamente, sentirán que la victoria estuvo cerca, cuando en realidad, la mediocridad de la selección siempre los tuvo alejados de ella.)

Y repito, esto no viene de un ardido mexicano, no. A mi el fútbol ni me va ni me viene. No siento ese barato fervor patriota ni ese chauvinismo vergonzoso y ridículo que parece afectar a la mayoría de los mexicanos en lo referente a la selección. Por eso no me da pena decir que en cuanto vi que iban a apalear a México, deje de ver el partido; simplemente, es desagradable ver como la gente se vuelca, sufre y desespera con algo que, al final de cuentas, no vale la pena.

(Ja, creo que México fallo una buena oportunidad, y el estruendo de la emoción seguido por el anticlímax de la decepción ilustra mejor que nada este post. El famoso "ya merito" que todos los seguidores de la selección deberían tener tatuado en la frente.)

Frente a mi hay dos compañeros; uno de ellos, al igual que yo, no le interesa el fútbol, cuando se oyó el estruendo de la jugada fallida (supongo) nos volteamos a ver, se rió y dijo: "La gente se emociona demasiado, pero allá ellos" Yo nomás me reí. Pero el otro, que salio poco después que yo, si lo hizo por vergüenza y coraje, traía una cara larga y cuando otro le pregunto si no iba a regresar a ver el partido, dijo algo entre dientes e hizo un gesto que cualquier mexicano entiende, el gesto que significa: "Tsk!, pinche bola de pendejos". Eso me daría tristeza si no me valiera tanto verga.

¿Que soy mal mexicano por no apoyar a la sele? Si, tal vez, pero peores mexicanos son los que la apoyan nomás por el hecho de ser mexicanos, eso es cerrar los ojos y consecuentar (y justificar) la mediocridad con el pretexto del nacionalismo. Por lo menos yo no la apoyaba desde el principio y no me comporto como rata que abandona el barco antes de que se hunda.

Ahora bien, no tengo idea si aun perdiendo México pasa a la siguiente etapa. Ojala no, ya que así se seguiría alimentando la falsa ilusión de una selección, que aunque pierda y la cague una y otra vez, tiene aun derecho a seguir midiéndose con los que por lo menos, no traen la marca de la mediocridad reluciente en la frente.

(jajajaja, en verdad no me gustaría hacer leña del árbol caído, pero acaban de salir unos cuantos del auditorio bufando; al parecer un pendejo (son sus palabras, no mías) fallo un penal. Para que luego digan que yo soy el que hablo mal de esa tanda de mediocres achicados)

De todos modos, a mi ni me gusta el fútbol. Mejor sigo leyendo "El Hombre demolido", titulo muy ad hoc en este momento para la fanaticada.



Yo.

¿Algo más que agregar? Yo creo que no. Sería deseable que los aficionados dejaran de dorarse la píldora con fórmulas que ocultan la mediocridad del país, como ésa de "la mejor afición del mundo". ¡Por favor! ¿No han visto a la fanaticada argentina, a la alemana, a los holandeses, a los ingleses, a la brasileña? ¡Esas son aficiones que no se conforman con placebos y exigen sus derechos! Pero para eso, primero hay que ser ciudadanos, cumplir con sus obligaciones para exigir después. Y en México eso no es posible. ¡Viva la mediocridad premiada!

miércoles, junio 14, 2006

En la muerte de Gyorgy Ligeti

Mis estimados cero lectores, esta semana casi todas las notas han sido sobre cuestiones de música. Hoy pensaba subir un post sobre asuntos de difusión de música en red, y en parte así será, aunque la nota adopta otro tono, un poco fúnebre, pues Javier Torres me informa desde Milán que el pasado lunes falleció el compositor húngaro Gyorgy Ligeti a la edad de 83 años. Ligeti es el compositor húngaro más importante de todos los tiempos, un extraordinario maestro que demanda del escucha -y no pocas veces del intérprete- una actitud totalmente abierta y desprejuiciada, demandando, como pocos, la total atención del escucha, lo que implica una educación musical rigurosa y depurada -no necesariamente académica. De parte de los intérpretes una depuradísima técnica interpretativa y una total entrega. Poco conocido fuera del ámbito estrictamente musical, Ligeti es un auténtico genio, uno de esos escasísimos ejemplos de músicos que en verdad han cambiado una época y una forma de escribir y concebir la música.
Para aquellos de ustedes que no se acercan mucho a la música clásica, es natural que el nombre de este gran hombre de música les sea totalmente desconocido, pero no lo es tanto; si recuerdan la música de la obra maestra de Stanley Kubrik, Odisea 2001 del espacio, podrán hallar allí música de este gran genio, igual que en Eyes wide shut, y en The Shining, que en México se llamó El resplandor, lo que demuestra la cultura musical de Kubrik al recurrir a uno de los músicos más importantes del pasado siglo.
Pero, ¿quién fue Ligeti? He aquí una brevísima semblanza de este genio indiscutible. Ligeti nació en 1923 de padres húngaros en una zona con predominio húngaro en la región de Transilvania, en Rumania. Su padre y su hermano murieron asesinados por los nazis. Adoptó la ciudadanía austríaca en 1967 después de huir de su país ex comunista. Sus estudios de música los inició en 1941 con Ferenc Farkas en el conservatorio de Cluj, Rumania, y continuó su preparación en Budapest. Pero en 1943, fue arrestado como judío y sentenciado a trabajos forzados por el resto de la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra, Ligeti retomó sus estudios con Farkas y Sandor Veress en la Academia Franz Liszt de Budapest. En 1957 recibió una invitación de Herbert Eimert para participar en un estudio de música electrónica en la radio estatal de Alemania Occidental y en 1958 recibió las primeras aclamaciones de la crítica por su composición electrónica Artikulation. Ligeti cobraría notoriedad por una técnica que llamó "micropolifonía", una combinación de colores y texturas musicales que trascendió las fronteras tradicionales de la melodía, la armonía y el ritmo.
La música de Ligeti se caracteriza por dos cualidades que me parecen de suma importancia, más allá de las cuestiones técnicas necesarias para su interpretación: una claridad apabullante, y una fuerza expresiva verdaderamente conmovedora, que puede llevar a la más honda reflexión, o a la más sincera y emotiva carcajada, es decir: es una obra tremendamente humana, pero que exige de cada uno lo mejor de sí mismo para acercarse a ella. En México ocasionalmente se suelen interpretar obras suyas, principalmente en festivales de música nueva, como el Manuel Enríquez, aunque el pasado sábado y domingo en la Sala Netzahualcóyotl se interpretó su Concierto para violín por parte de la Ofunam. Probablemente su obra más célebre sea Le Grand Macabre, una obra maestra de ironía y perfección musical que se interpretó en México por vez primera hace unos seis o siete años, no recuerdo bien, en el Centro Nacional para las Artes, en una versión para concierto. Una de sus obras que con cierta regularidad se escucha en la radio mexicana, en Opus 94, es su extraordinario Quinteto para clarinetes; otra obra fuera de serie lo constituyen sus Etúdes para piano, una obra exquisita y sorprendente, de enorme dificultad interpretativa.
Si ustedes, mis queridos cero lectores, nunca han escuchado la música de este extraordinario compositor, ésta es una buena ocasión para hacerlo. El único problema, incluso si se vive en Ciudad de México, es la escasa oferta de grabaciones en las tiendas discográficas -forget about Mix-Up. Tal vez en Casa Margolín, o en la tienda del Palacio de Bellas Artes, o con un poco de suerte en las librerías El Sótano o en Gandhi, en la sección de discos. Pero hay que tener realmente mucha suerte. Probablemente en Tower Records sea posible hallar por ahí algún disco perdido. Pero es poco probable.
Pero si tienen algún programa de descargas, allí está la solución. Con la versión del Lphant plus que mencioné en el post previo es posible hallar una muy buena cantidad de obras suyas, desde fragmentos hasta grabaciones completas, e incluso partituras. Mientras escribo este post ya bajé la partitura de la Musica ricercata y del Concierto para violín, en pdf. Pero hay muchas grabaciones que valen la pena. Sólo unos ejemplos, indicando el peso del archivo:

Atmospheres, completa, 10.26MB.
String Quartets, con el Cuarteto Arditi (el mejor cuarteto del mundo para música contemporánea; no se vayan con la finta del cuarteto Kronos, muy inferior pero muy bien promovido), completos, 220 MB.
Le Grand Macabre, completa, en dos discos (no dice qué intérpretes): dos versiones de 220 MB; otra de 236.92 MB; la versión de la Ligeti edition, vol. 8, 109.83 MB.
Poema sinfónico para cien metrónomos, completo, 23.4 MB.
Concierto para piano, violín, y violonchelo, con Boulez, 117.9 MB.
Continuum + Artikulationen, 123.67 MB.
Requiem + Aventures + Nouvelles Aventures, 181 MB.
Chamber Concerto + Ramifications + Cuarteto # 2 + Avetures + Lux Aeterna, 233.91 MB.

Sólo hay una forma de acercarse a esta música extraordinaria: escuchándola. No pierdan la oportunidad.

martes, junio 13, 2006

Más Mozart en la red

Mis estimados cero lectores, vuelvo a retomar el tema de Mozart, para compartir con ustedes información sobre la posibilidad de hallar grabaciones de obras suyas dignas de tener en la fonoteca personal. Si ustedes tienen alguno de estos programas de descarga p2p, como E-Mule, Lphant, Lime-Wire, dc++, y otros, les interesará saber que a través de ellos pueden hallar grabaciones y ciclos completos dignos de tener en casa. Ojo, no significa que una vez teniendo estas versiones compartidas, haya que descartar tener las grabaciones formales. No poco del material que, en mi caso, he bajado a través de estos programas, lo he comprado posteriormente en grabaciones oficiales. Así pues, tener estos programas no significa olvidarse del disco legal, hecho por disqueras oficiales. Bueno, quienes posean el Lphant v2.01 Plus 1.00, podrán hallar las siguientes grabaciones que recomiendo ampliamente. Las enlisto, indicando el peso del archivo, por si les interesa:

Mozart: The symphonies - [Trevor] Pinnock. 3.75 GB
Mozart: Complete 46 Symphonies, Berliner Philarmoniker, Karl Bohm. 3.45 GB. Esta versión es la que tiene más fuentes disponibles.
Mozart: Complete Edition Box 1, The symphonies. Sir Neville Marriner. 3.29 GB.
Mozart: Complete Edition Box 3, Divertimenti & Serenades. 2.37 GB.
Mozart: Complete Edition Box 4, Piano Concertos. Alfred Brendel. 3.03 GB.
Mozart: Complete Edition Box 9, Piano Music. 2.43 GB.
Mozart: Complete Edition Box 10, Philips. 2.59 GB.
Mozart: Piano sonatas, Claudio Arrau. 1.43 GB.
Mozart: Cosí fan tutte. Carl Böhm. 1.1 GB
Mozart: Le nozze di Figaro (Video Opera). 1.64 GB.
Mozart: Piano concertos, Murray Perahia. 854 MB.

La lista sigue y sigue, por supuesto, pero les dejo la tarea de que con este listado les despierte el deseo de buscarlo por ustedes mismo, y bajarse la música de este gran genio. Yo ya estoy bajando algunas cosas. No digan que no lo comparto con ustedes.

lunes, junio 12, 2006

Otra vez Mozart, y un recado de Javier Torres

Mis nestimados cero lectores, hace un par de días recibí un mail de mi amigo Javier Torres, de quien les conté del reciente estreno en la ciudad de México de una obra suya por parte de la Ofunam. Con motivo de la nota respectiva, Javier tuvo a bien hacerme algunas precisiones que vale la pena conozcan, sobre todo porque así me lo expresa él mismo. Reproduzco sus observaciones ad literam.

He decidido escribirte directamente a tu pagina despues de haber leido tu articulo que escribiste relativo a los estrenos de musica mexicana, asi no podras decir que nunca la leo.
Me da mucha alegria que hayas apreciado tanto el concierto del sabado y domingo pasados, para mí y para Carlo Chiarappa fue una experiencia muy emotiva, no solo por la musica, ya de por sí suficiente, sino por el hecho de haber reencontrado mi pasado y los amigos y personas queridas con las que descubrí tantas cosas, entre ellas tu mismo.
Deseo añadir algunas precisaciones a tu artículo, tan apasionado como subjetivo y es esto lo que he apreciado siempre en ti, como sabes bien:
1) Considero que Horacio Uribe sea un compositor con mucho talento; su pieza, sin embargo, adolecía de una enorme influncia de Shostakovitch y no del Bartok temprano, como oportunamente comenté. Espero que Horacio descubra la necesidad de encontrarse a sí mismo a traves de su admiración por tan grande maestro. Es mi mas grande augurio para el futuro.
2) No he ganado el premio "Reina Sofia" de composición, sino los premios "Reina María José" de Ginebra y "Reina Elisabeth" de Bruselas -entre otros-, siendo este último verdaderamente un Nobel de la composición.
Te agradezco infinitamente que ayudes a la difusión del disco que Stradivarius ha dedicado a mi música; es importante que dicha producción se conozca no sólo en el extranjero -donde se está difundiendo y vendiendo muy bien-, sino sobre todo en nuestro país.

Te envío desde Milan, a ti y a tus "cero lectores", un abrazo muy grande y afectuoso, deseando pronto regresar con ustedes para compartir mas obras de mi invención y sobre todo, momentos inolvidables de alegría.

Hasta entonces:

Javier Torres Maldonado

Hasta aquí las amables y pertinentes palabras de Javier Torres. Como el post de hoy es sobre música, quiero señalarles, primero: ya salió el tercer CD de la serie de La Jornada, con la Novena de Beethoven bajo la dirección de Fürtwangler. De verdad no se la pueden perder. Si ya tienen otra versión, una más no les hace daño. Y si de plano no tienen ninguna, esta es una magnífica oportunidad de empezar. Así que no se la pierdan.
Pasando a Mozart, desde hace tiempo quería hablarles de lo que su música representa. No desde la perspectiva del músico, del historiador del arte, sino desde la modesta palestra del degustador de platillos musicales exquisitos. Como bien decía Javier Torres uno de los días que convivimos, hay sólo una música: la buena, y esta música no es una sola. Abarca, por supuesto, la gran nmúsica de los grandes maestros: Bach, Beethoven, Brahms, Bartók, Mozart, y muchos otros, pero también la música popular: desde la música de pueblo (no contaminada por las grandes empresas), la ritual, la celebratoria (que no cobra derechos de autor), hasta la música de venta masiva: el jazz, el blues, el pop (bueno, cierto pop muy bien hecho), el rock (bueno, también cierto rock), la música de los dee-jays (también de ciertos dj's), etcétera.
¿Qué es Mozart, qué es su musica? ¿Por qué es importante que se acerquen a él? Más allá de las valoraciones y categorizaciones, porque se trata del músico que más elocuentemente ha hablado de lo que es el ser humano, el hombre, que mejor ha retratado lo mejor que tenemos como individuos. Y porque probablemente ningún otro artista ha colocado no sólo al hombre como género, como especie, sino sobre todo a la mujer, en un sitio de honor, de absoluta reverencia. Su música, especialmente la de madurez, escrita más o menos en los últimos diez años de su vida, es un ejemplo no sólo de genio (que por sí solo bastaría), sino de humanidad. No creo que jamás haya habido un músico más humano, más cercano al corazón del hombre, que Mozart. Recuerdo que András Schiff alguna vez dijo que la mejor definición de qué era la música de Mozart era llamarla Mozart en sí misma. En efecto, creo que de su música es imposible hablar desde el mero aspecto técnico, porque éste por sí mismo no alcanza a descifrar el misterio y la magia abrumadora de su música. Mi experiencia como melómano me impide hablar desde el aspecto técnico, desde la describción mecánica de relaciones matemáticas entre notas, timbres, melodías, cambios de tonalidad, porque todo ello, por mucho que explique porqué su música nos sacude, me sacude en la forma que lo hace, resulta insuficiente. La música de este genio es más, mucho más que la suma de sus componentes.
Cada vez que uno se acerca a una obra suya, es imposible no sentirse golpeado con esa fuerza incontenible que nada puede definir, más que su nombre mismo. Para que ustedes, mis queridos cero lectores, se aproximen a Mozart, deben hacerlo no con la idea de que van a escuchar música clásica, o música culta, o sinfónica, o como quieran llamarla, sino con la idea de que se van a asomar a los aspectos más hondos del ser humano, con mucha mayor soltura y naturalidad de lo que lo haría, por ejemplo, Shakespeare, quizá el único otro artista (no es cierto, también Dostoievsky lo hizo) que se ha asomado a las profundidades del alma humana, aunque su perspectiva (como la de Dostoievsky) sea radicalmente distinta. Confieso que Mozart me hace llorar de emoción, es capaz de conmoverme como probablemente nadie más. Por ejemplo, el adagio de su Concierto para piano en La mayor, # 23, K. 488, es una de las melodías más conmovedoras y hermosas que jamás hayan sido escritas. Al menos a mí, me deja temblando, como lo hace justamente ahora que lo escucho mientras escribo este pasaje... y me detengo para escucharlo arrobado... Lo que hace Mozart con esas pocas notas casi desnudas, en absoluta soledad sonora (que por momentos me recuerda esas apabullantes notas solitarias de Der Leiermann de Schubert al final de su Winterreise [en otra ocasión les hableré de esta prodigiosa obra maestra]), resulta verdaderamente apabullante. Si alguien quiere iniciarse en la música de Mozart, sin duda este concierto debería constituir una de sus primera obras. No es, por cierto, la única que tiene ese poder expresivo. Sobre todo, si se le considera dentro del contexto del concierto mismo, porque después viene un concierto que es pura alegría. Y en eso Mozart es genial, porque luego de la sensación de desamparo absoluto que deja el movimiento segundo, desampara al cual nunca nos abandona, por cierto, llega el movimiento conclusivo que es un ejemplo de esa alegría tan mozartiana, alegría que no es puro vaciamiento, pura vacuidad, pero tampoco es pura celebración. Hay muchas versiones de este concierto, y es difícil señalar cuál podría ser la mejor.
En otras obras Mozart hace cosas imposibles, que antes de él jamás se habían escuchado. Por ejemplo. En Don Giovanni, su obra cumbre, Mozart crea una sensación de horror, pavor, como nunca antes, y tal vez después tampoco, se había logrado. No es un terror efectista, sino uno de tipo psicológico. Igual que en el segundo movimiento del concierto # 23, recuerdo que cuando escuché la escena final, "Giá la mensa é preparata", pasé de la risa en la mesa de Don Giovanni y las bribonerías de Leporello, al más absoluto horror, y temblando, sacudido en una forma incontenible, cuando Don Giovanni acepta la invitación del Comendador a cenar y es arrastrado al inframundo. Nunca he escuchado algo similar, y todo lo logra Mozart con pura música. En el caso de esta ópera, no tengo la menor duda, la mejor versión, de lejos, es la de Sigiswald Kuijken y La Petite Bande. Impecable, con una sonoridad cálida y reconfortante, grabada en vivo en España, es espléndida, desafortunadamente es difícil de hallar en México (Brilliant editó una versión económica que se puede conseguir en Gandhi, o por Internet). Otras versiones igualmente recomendables son las de John Eliot Gardiner (Archiv) y los Solistas Barrocos Ingleses, también en vivo; la de Nikolaus Harnoncourt (Teldec) es sorprendentemente dramática (el aria Se vuol ballare, por ejemplo, es de una violencia insospechada) y por momentos parece deconstruir (para usar un término lingüístico) las versiones que se limitan a seguir la partitura con ritual parsimonia (desafortunadamente Warner México prácticamente ha desterrado al olvido los catálogos de Teldec y Erato y es casi imposible hallar grabaciones de estos sellos); la clásica de Carlo Maria Giulini (EMI), que es considerada como la grabación que estableció un nuevo parámetro en dirección y actuación, sería mi cuarta opción.
Otros pasajes asombrosos de Mozart los hallamos en, por ejemplo, la célebre ara de la Reina de la Noche, Der Holle Räche kommt in meinem Herzen, de La flauta mágica, uno de los pasajes operísticos más difíciles que se hayan escrito jamás, y que requiere de una soprano casi súper-dotada para interpretarla. Aquí sí es difícil hablar de supremacías. Si se quiere limpieza absoluta en el ataque de las notas y precisión matemática, sin duda la versión de la soprano coreana Sumi Jo, en la magnífica versión de Sir Georg Solti (Decca), es la reina indiscutible. Pero si quieren dramatismo y furia (después de todo, de eso habla esta aria), entonces la reina indiscutible es la de Editha Gruberoba, en la versión de Nikolaus Harnoncourt (Teldec), que aunque es un desastre a la hora de atacar las notas y las arrastra de una forma que da pena ajena, es sin embargo de una fuerza y una violencia de verdad impresionante. Nadie ha entendido la violencia de este pasaje como Harnoncourt, y en términos escénico-dramáticos eso compensa un poco la muy escasamente limpia versión de la Gruberoba.
Pero si quieren reír a carcajadas, por supuesto que hay muchos pasajes jocosos en Mozart. Pero mi favorito es el dueto-trío de enamorados al principio del Cosí fan tutte, donde los enamorados describen embelesados a sus amadas, y son retados a presentar pruebas de ello. La mejor versión, de calle de esta aria, es sin duda la de René Jacobs (Harmonia Mundi), tan descriptiva y llena de vida, que no es necesario saber una pizca de italiano, o asomarse al libreto, para saber qué está pasando y cómo está pasando. De calle, pero de calle, la mejor versión que he escuchado.
Por supuesto, hay emociones que son indescriptibles, que no tienen que ver con experiencias cotidianas, tangibles, pero que resultan igualmente apabullantes. Por ejemplo, el tema con variaciones, en donde Mozart es rey indiscutible, del último movimiento del Quinteto para clarinete es verdaderamente fuera de serie. Aquí el genio de Mozart se eleva a un nivel verdaderamente inconmensurable, pues una vez que uno ha escuchado este milagro de intimidad musical, ya sabe qué va a suceder al final, y sin embargo, aún sabiendo exactamente qué sucederá, cuándo y cómo, sin embargo uno es golpeado con la misma fuerza expresiva, una y otra vez, y el efecto es siempre el mismo. Una conmoción emocional impresionante.
Dije antes que para Mozart la mujer ocupó un lugar importantísimo. Sin duda, nadie ha entendido a la mujer como él. Lo mejor de sus capacidades compositivas lo puso a disposición de sus sopranos. Sus mejores arias fueron siempre para las sopranos, e indudablemente ellas le están agradecidas por una oportunidad tan gloriosa de lucimiento. Una de sus más hermosas arias es, sin duda alguna, el dueto Sull'aria del Cosí fan tutte. No pocos de los adagios y adagiettos de sus conciertos parecen sacados de sus óperas, como si esperasen a que una voz femenina tome la parte vocal.
Como pueden ver, mis estimados cero lectores, Mozart es una fuente inagotable de pasajes maravillosamente conmovedores, de música que sacude, conmueve, y nunca deja indiferente a quien la escucha. Se trate de conciertos (para violín, piano, clarinete, corno, flauta, arpa, sólo le faltó escribir para violonchello, una queja constante de ciolonchelistas), de sonatas, de misas, de óperas, Mozart siempre depara sorpreseas, pero sobre todo, una música verdaderamente inolvidable, humana como pocas, que nos permite descubrir tantas cosas de nosotros mismos. Alguna vez dije que Mozart ha salvado a más personas que cualquier ideología a lo largo del pasado siglo.




observaciones ad literam.

martes, junio 06, 2006

Bach y Mozart para empezar

Mis estimados cero lectores, si tuviera que resumir toda la civilización occidental de los últimos 500 años, no dudaría en hacerlo a través de quienes representan sus más altas cumbres: Mozart y Bach. Ellos representan todo lo que la humanidad puede construir y todo a lo que aspira el hombre. Son, en pocas palabras, nuestros mejores y más sublimes representantes. Otros genios como Dante, Shakespeare, Cervantes, por grandes que sean, no alcanzan la estatura de estos dos enormes genios, que representan la carne y el espíritu de la humanidad entera. Y justamente, a propósito de ellos, deseo compartirles un descubrimiento que espero les resulte atractivo.

Recientemente La Jornada, los voceros de la izquierda ideológica en México, ha sacado al mercado una colección de discos de música clásica. Cuando la vi pensé que se trataba de otra colección más, como muchas otras que reciclan viejas grabaciones de orquestas de segunda o tercera categoría de las extintas repúblicas socialistas de la Europa del este, algo común, por ejemplo, a las viejas colecciones de Selecciones del Reader’s Digest. La colección empieza con Mozart y Bach, justamente. Pero lo que llamó mi atención fue, primero, que no es una colección en cajitas de plástico, como varias que han salido (algunos de ustedes recordarán una similar que sacó Novedades, cuando existía), sino en un atractivo diseño en forma de libro. Segundo punto, y es el que me importa señalar, los intérpretes. En lugar de alguna oscura orquesta de la extinta República Popular Socialista Checoslovaca (o como se llamara antes) y de la extinta RDA, me sorprendió ver, en el disco de Mozart los nombres de Jos van Immerseel y la orquesta Anima Eterna, y en el de Bach, el de Café Zimmermann. Para los que no sepan, Café Zimmerman es una de las nuevas orquestas con instrumentos históricos más notables de los últimos años. Han grabado, entre otras cosas, las concerti de Charles Avison, basados en las sonatas de Scarlatti, en una magnífica interpretación (pueden escucharla en Otto Baroque Clasique, una magnífica estación de música clásica, principalmente barroca, por Internet) para el sello Alpha, uno de los mejores que hay hoy en día. Cafén Zimmermann interpreta en este disco de apertura el Tercer concierto de Brandemburgo (mi favorito, que en el folleto aparece como de Brandeburgo, y supongo que si le busco hallaré otras por el estilo), maravillosamente interpretado (aunque de repente, en las partes del violín solo, en el segundo movimiento, suena un poco rústico; sigo prefiriendo la versión de la Camerata del siglo XVIII para MDG); luego siguen con un Concierto para dos violines en re menor BWV 1043 (uno de mis favoritos de los concierto de Bach para violín, pues siempre he sentido una particular inclinación por las tonalidades descendentes) interpretado con una limpieza en verdad enviadiable (hay versiones de este concierto con Rachel Podger en Sony, con Andrew Manze en Harmonia Mundi, entre otras recomendables); luego prosiguen con la Suite en do mayor de las célebres Suites orquestales (la mejor interpretación que he escuchado, y creo que hasta ahora insuperable en casi todo: sonido, interpretación, equilibrio, billo, es la de Nikolaus Harnoncourt y el Concentus Musicus Wien, en Teldec, probablemente ahora inconseguible, gracias a los genios de Warner México que ya no traen nada de Teldec ni de Erato), y concluyen con el bellísimo, casi sublime Concierto para oboe y violín en do menor BWV 1060 (una magnífica versión alternativa está con Fabio Biondi y su Europa Galante, en Virgin), el cual es en realidad una transcripción inversa, es decir, se conserva la versión transcrita por el propio Bach para clavicémbalo y cuerdas (la mejor versión de esta transcripción es de Rinaldo Alessandrini y su Concerto Italiano, para Opus 111), de la cual se re-trascribió a lo que los musicólogos suponen es la versión original, de la cual no existe manuscrito. La interpretación es comedida, equilibrada, aunque según yo tiene algunos detalles que no terminan de convencerme (es curioso, pero esta versión original, si así se le puede llamar, siempre me ha parecido menos brillante y emotiva que su transcripción para clavicémbalo. Cosas de uno).

Mientras escribo esta nota, escucho la impresionante versión de Van Immerseel y las dos últimas sinfonía de Mozart, la 4o y la 41, que a través de su alada orquesta resultan asombrosamente conmovedoras, pero también pavorosamente transparentes y emotivas. En particular, la 41 es verdaderamente impresionante. Desde las versiones de Harnoncourt no escuchaba una versión tan meticulosa, tan limpia, tan respetuosa, y tan apabullantemente elocuente y vibrante. Toda una experiencia auditiva. Immerseel es un pianista y director de orquesta que ya había grabado los conciertos para piano de Mozart hace algunos años para Channel Records, además de Schubert, Buxtehude (un disco con cantatas verdaderamente magistral), y en Sony una Novena de Beethoven que quita la respiración y sus cinco conciertos para piano. Y al menos en México, estas grabaciones, además de difíciles de hallar, suelen ser muy caras. Gracias a esta edición de La Jornada, que por una vez dejó a Marx en el escritorio, y Aguilar, es posible escuchar versiones no sólo dignas sino verdaderamente vivas, llenas de gracia y emotivas, vibrantes y apasionantes, a un precio ridículo: $ 50.00, es decir, un poco más de 3 euros, casi 4 dólares. ¡¡De verdad que en ningún lugar del mundo!!

Para muchos de ustedes tal vez se trate de su primer colección de discos, pero créanme, vale la pena, y vale su precio en oro. La serie promete, además versiones de colección que tal vez ustedes no comprarían ni por equivocación: Las 4 estaciones de Vivaldi con la Akademia Bizantina, El cascanueces de Chaikovsky, con Anima Eterna, La música acuática y la Música para los reales fuegos de artificio de Handel con Le Concert Spirituel (probablemente interpretados más a la francesa que a la inglesa, como lo hizo Jordi Savall hace algunos años, en una elegantísima versión), y Madrigales (no dice cuáles) de Monteverdi, con la Venexiana. Esto en cuanto a las orquestas con instrumentos de época. En cuando a las orquestas tradicionales, están la Philarmonia, con Fürtwangler y la Novena de Beethoven, la Orquesta Sinfónica de Madrid, y las sinfonías 3 y 4 de Mendelssohn, la Filarmónica Checa y Vaclav Neumann, con la Quinta de Mahler, y como para coronar un pastel de magnífica hechura, está La noche transfigurada de Schönberg con la Tapiola Sinfonietta. Por supuesto, yo habría seleccionado algunas otras grabaciones para las obras del siglo XX (la versión de Schönberg está perfecta, pero Bartók ameritaba algo más que una orquesta checa). O sea, en otras palabras, Aguilar México requiere, o requeriría, una seria asesoría en materia musical y en lo referente a selección de orquestas, por no hablar de las fallas en la redacción y corrección, y no me refiero únicamente al Brandeburgo ya señalado, sino a buscar a un especialista mexicano. ¿Por qué recurrir a españoletes que escriben para otros españoletes? ¿No tenían el teléfono de Juan Arturo Brennan, por ejemplo? Bueno... quien sabe, pudo haber sido peor: podrían haber elegido a Eusebio Ruvalcaba.

En fin. No digan que no les advertí a tiempo. No se van a arrepentir. ¡Vayan ya!

lunes, junio 05, 2006

Música mexicana de estreno

Mis estimados cero lectores, luego de ignorar algunos mensajes incomprensibles por estar no sólo fuera de lugar, sino además pésimamente escritos y con faltas de ortografía que avergonzarían a un párvulo, deseo compartir con ustedes las noticias de un fin de semana musical sumamente interesante.

En efecto, el pasado fin de semana, 3 y 4 de junio, la Orquesta Filarmónica de la UNAM dedicó su sexto programa de la temporada 2005-2006 a música mexicana, de la cual, dos obras se estrenaron en nuestro país. Antes del estreno, el sábado mismo, uno de los compositores agraciados con el estreno de una de sus obras, Javier Torres, de quien me precio ser su amigo desde hace casi una década, cuando era estudiante en el Conservatorio Nacional, presentó un disco con obras suyas, bajo el título de Exabrupto, que contiene seis obras para diversas dotaciones instrumentales. Se trata de un disco con obras de música clásica (o más bien, de música culta) contemporánea sin la menor concesión en términos musicales, interpretativos y auditivos, alejado por completo de cualquier sabor local, o ísmo, cualquiera que sea el que se desse nombrar. El disco pronto estará disponible en México, a través de Gandhi, y creo que en Internet, en Amazon o en Tower Records, es sumamente sencillo hallarlo y ordenarlo. Si a ustedes les gusta la música clásica moderna, esa que reta el oído, que no tiene complacencias ni facilismos, este disco seguramente les ofrecerá un platillo especialmente suculento. Si por el contrario, la música clásica mexicana se reduce al Huapango de Moncayo y cosas así, lamento informarles que hace un siglo que ya no se escribe música de ese tipo. Peor aún, si viven del otro lado del charco, es decir del Atlántico, y creen que lo que escuchan es lo único que hay que escuchar, o que el último compositor que valía la pena fue Joaquín Rodrigo, pues entonces están realmente atrasados como un siglo más o menos en música moderna.

Volviendo al tema estrictamente musical, el disco se presentó en el marco de "México puetra de las Américas", y estuvo a cargo del compositor, y de Juan Arturo Brennan, conocido y reconocido crítico musical, que hizo una muy amplia y generosa presentación del disco y de las obras de que se compone el disco. Esto fue al mediodía. En la tarde acompañamos, un grupo de amigos cercanos y un servidor, a Javier a la Sala Netzahualcóyotl para escuchar el estreno de su obra Obscuro Etiantum Lumine, para violín y tres grupos orquestales. Se trata de una obra que en el disco suena increíoble, pero interpretada en vivo es aún más impresionante, más dramática y profunda de lo que uno podría imaginar. No es una obra predecible, ni complaciente, más bien se trata de un despliegue de sonoridades, timbres y juegos sonoros de enorme profundidad, llena de matices y con un final verdaderamente asombroso (que Brennan acertadamente denominó como la cereza que corona un pastel). Sin duda, una obra dificilísima para el oído acostumbrado a las melofías tonales y tradicionales. Para nuestra sorpresa, la sala estuvo casi llena los dos días, y tal vez se debió al hecho de tratarse de obras mexicanas y poco conocidas. La orquesta interpretó la obra de Torres Maldonado con bastante tino y brillantez, en parte porque el solista, Carlo Chiarappa, y el propio compositor, participaron en la guía de la orquesta, a fin de que no sonara como suele sonar, y como de hecho sonó en el resto del programa. Carlo Chiarappa, por su parte, tocó con una pulcritud inusual en nuestros escenarios, meticuloso y emotivo cuando la partitura, la obra así lo requería.

La siguiente obra en el programa fue el Concertino para violonchelo y orquesta de Julián Carrillo, una obra impresionante, poderosamente lírica, pero muy complicada por estar escrita en cuartos de tono (al menos la parte del chelo) y no estar subdividida a la manera tradicional, en tres movimientos. Para los no enterados, Julián Carrillo es el inventor del llamado Sonido 13, o escritura micro tonal, una verdadera revolución musical que implica una auténtica reeducación del oído para entender y apreciar este tipo de obras. La interpretación del Concertino, a diferencia de la obra de Torres Maldonado, resultó plana a más no poder, sin matices ni brillos, tocada como una rutina conocida que no amerita mayor profunddad. Lamenentablemente habría que informarle a los músicos de la OFUNAM, la obra sí lo ameritaba, y todavía no entiendo como una obra que ellos estrenaron en México el pasado fin de semana (de hecho las dos primeras) no les despertó el menor entusiasmo por tocar bien, ni por manifestar algún tipo de emoción musical. Qué triste. La solista, Gimena Giménez Cacho, fue lo más rescatable de la interpretación y es lamentable que la orquesta no tuviera el menor interés por seguirla.

La segunda parte del concierto los constituyeron dos obras igualmente concertantes. El Concierto para flauta y orquesta, de Horacio Uribe. Confieso que en ninguno de los dos conciertos tuve la oportunidad de escucharla. El sábado porque después del intermedio, fui por un café y no iba a interrumpir un buen café por una obra que, después me dijo uno de los amigos con los que fui, y el propio Javier Torres, sonaba a un Béla Bartók temprano pero sin brío ni brillo. Así que no me perdí de nada. Sorry. La obra que cerró el recital fue el Concierto para piano y orquesta, de Alexis Aranda, una obra eminentemente virtuosística, escrita para el lucimiento del solista, en este caso una como siempre brillante Eva María Zuk. Lamentablemente, la obra parecía un collage de Mussorgsky, Bartók, algunos ecos de Stravinsky, Debussy y Ginastera (imagínense nomás la mescolanza), pero sin personalidad. Quizá el mejor movimiento fue el primero, pero a partir del segundo y en especial el tercer movimientos, la obra termina por abortar. Más bien parecía música de cine hollywoodense, perfectamente efectista, melosa, predecible (yo tararée un par de veces un pasaje musical antes de que terminara, así de predecible) y superficial. La orquesta para entonces estaba en su gloria, es decir, tocando como caballos desbocados, y la dirección de José Guadalupe Flores, por supuesto, brilló por su ausencia.

Como verán, lo mejor del concierto fue la obra de Javier Torres Maldonado, quien vive en Milán, Italia, desde hace casi siete años, y que ha sido el único compositor latinoamericano que ha ganado el Premio Reina Sofía de composición, el premio más importante (equivalente al Nobel o al Príncipe de Asturias) para músicos en el mundo. Y no porque sea mi amigo digo que su música sea buena, sino porque realmente es una propuesta digna de tomarse en consideración. Con Javier tengo una magnífica relación de amistad, e incluso de colaboración. Hace tiempo que musicalizó un poema mío (y aquí musicalizar no debe entenderse en el sentido de, digamos, lo que hizo Joan Manuel Serrat con Antonio Machado, sino en el sentido poundiano [o sea de Ezra Pound] de la palabra, o si quieren un ejemplo práctico, en el sentido poético-musical de lo que Debussy hizo con Baudelaire [a Boudelaire no lo conozco, a lo mejor es un poeta depresivo que vive en Madrí]), hemos compartido múltiples descubrimientos: desde la poesía de Luis Cernuda, cuya obra le presenté y obsequié, hasta las canciones de Schubert y Brahms, los quintetos de cuardas de este último, y muchas cosas más que nos hermanan y entusiasman, y otras que tal vez no tanto.

En fin, mis cero lectores, ojalá se aproximen a esta música poderosa y sugerente de Javier Torres Maldonado. Les dejo, finalmente, los datos del disco que se presentó en México, por si alguno de ustedes desea conseguirlo por Internet. Según sé, el disco ya está a la venta en las principales ciudades de Estados Unidos: Chicago, Nueva York, Los Angeles, etcétera, y en Canadá. A través de Tower Records pueden hallarlo: Javier Torres Maldonado, Exabruto, con el Nouvel Ensemble Moderne, el Dynamis Ensemble, y el Quartetto Terpsycordes, en el sello discográfico Stradivarius, código o clave: STR 33719.

lunes, mayo 29, 2006

Seinfeld ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡totalmente gratis!!!!!!!!!!!!!!!

Mis queridos cero lectores, en varias ocasiones me he referido a las opciones de obtener grabaciones gratis, como cuando les recomendé que se bajaran las últimas nueve o doce sinfonías de Mozart, cortesía de la radio danesa.Ahora, producto de mi ociosidad, de mi absoluto fervor por la serie de comedia televisiva Seinfeld, la cual grabé en su totalidad en VHS y ahora he empezado a comprar en DVD, para mi total dicha, y de que hace unos días Liliana Blum comentaba amargamente que no tenía para comprar la serie porque estaba muy cara, le informo que ahora puede descargar las nueve temporadas, los 180 episodios, en calidad DVD, directamente de Internet, sin costo alguno. Así es, lo único que necesitan es un espacio en disco duro de 32.5 Giga Bites, y conexión de Internet de alta velocidad (preferentemente), para tener la oportunidad de tener esta maravillosa serie de personajes neuróticos, necios y obsesivos (¿quién de nosotros no es así?), cuyos diálogos me sé prácticamente de memoria. ¿Cómo tener acceso a este tesoro, y a otros muchos más? Tan sencillo como dirigirse a la página de The Pirate Bay, y descargar el torrent respectivo. Si no tienen el programa de descarga, el famosísimo Bit Torrent, allí mismo lo pueden bajar, e instalarlo en su máquina. Es tan eficaz este programa, que mientras escribo este post, ya llevo casi un 5 % de Alcina, una maravillosa ópera de Handel en tres discos, y a este ritmo ininterrumpido, en 5 horas y media tendré esta obra en mi computadora. La página donde Liliana puede hallar el torrent de Seinfeld, es http://thepiratebay.org/details.php?id=3446199

Si no tienen especio en disco duro, no importa, pueden bajar los torrents que quieran y después descomprimirlos. Por ejemplo, el torrent de las nueve temporadas de Seinfeld pesa apenas 178 Kb, de modo que pueden bajarlo, en tanto liberan espacio en disco duro, o en lo que compran un disco duro de más capacidad. Y si ya se van a hacer visitantes de estas páginas, más les vale tener suficiente espacio de disco duro, porque no van a creer lo que hallarán. Por otro lado, espero que no vaya a salir algún retrasado mental que comience a decir estupideces sobre la piratería y pendejadas por el estilo. Estas comunidades las hacen personas que desean compartir archivos de todo tipo, desde programas de software (hay programas que cuestan tanto como un automóvil último modelo, o una casa, y me gustaría que un imbécil defienda que por US $150'000.00 te entreguen un pinche CD con un libro) hasta videojuegos, e-books, música, películas y tantas otras cosas. Y una de las discusiones en la actualidad es justamente que estas comunidades no roban propiedad intelectual, sino que permiten la divulgación de una nueva forma de cultura electrónica, que consiste en ir en contra del mercantilismo, y un regreso al compartir lo que uno tiene con los demás. Por lo demás, aunque bajo mucha música en formato mp3, procuro siempre buscar el producto original. Y cuando bajo ciertas cosas, por ejemplo, la versión de William Christie y Les Arts Florissants de Die Zauberflöte de Mozart, es porque los imbéciles de Warner Music en México no traen el disco por lo menos desde hace una década o más, y como muchos, me veo en la imposibilidad de recurrir a comprar por Internet. Así que culpa no tengo ninguna, la más mínima. Culpa de los empresarios que apendejan a la gente con la Cacademia y Berreando por un sueño. No tengo la culpa de no tener gustos chundos. I'm very sorry! Ustedes, mis cero lectores, tampoco se sientan culpables. Mejor disfruten las ventajas de la tecnología.

Por tanto, sólo puedo decirles, mis cero lectores: Enjoy!!!!!!!! ¿Qué están esperando?

viernes, mayo 26, 2006

Creación y responsabilidad (segunda parte)

El poema es creación, Creación en su sentido más elevado. Pero no existe por sí mismo. El poema no se entrega como lo hace una escultura o un cuadro, de una sola vez y sin el consentimiento del espectador. Por el contrario, se nos aparece como algo que requiere de una comunión, una especie de concupiscencia. Igual que la música, el poema no es el papel en el que está impreso ni el sonido de las palabras. Es algo que se da, muchas veces, en silencio, en medio del mundo, sin su consentimiento. Al ser creación, el poema se parece a la Creación. No se trata de negar la existencia de Dios, pues la Creación no la hizo Dios para su sola gloria y deleite, sino para crear un vínculo, una relación que se basa en el reconocimiento: no de Él, sino de ésta. El reconocimiento de ésta supone un acto de responsabilidad, de participación. No necesariamente de agradecimiento hacia el Creador. Ésta no sería tal si no hubiese alguien que pudiera no sólo reconocerla sino interactuar con ella, no sólo admirarla sino responsabilizarse de ella. Por eso la discusión sobre la existencia o inexistencia de Dios es absurda y fuera de lugar. Lo mismo sucede con el poeta y la poesía. ¿Para qué acudir a él en vez de ella? La Creación está incompleta si no hay quien se relacione responsablemente con ella, sea la de Dios o la del poeta. Es en este sentido que en ciertos ámbitos se habla de sistema (Eliade-Couliano). La Creación como sistema. Es decir, no algo que está dado de una vez y para siempre, sino, como los fractales, en constante mutación. Es, para usar un término lingüístico, una obra abierta que contiene, aunque no las manifieste, todas sus variantes, respuestas e interpretaciones – pero no al unísono. Por eso la poesía no es un absoluto inmutable. Es, en este sentido, una obra incompleta si no se participa con ella, si no se le interpreta, si no se le da un sentido. Por eso la pregunta de si es posible escribir poesía después de Auschwitz sólo podía hacerla alguien cuya relación con la poesía es más bien periférica. El poeta, por supuesto, tiene otras preocupaciones; vive su Auschwitz de cada día a través de la palabra. Esta preocupación tiene que ver con esa concepción del poema como una obra que se da de una vez y para siempre, completa en sí misma. ¿No es una forma de respuesta a esa preocupación filosófica del mensaje los Statische Gedichte de Benn? ¿No lo es la poesía de Celan?

Entendida de esta manera, la poesía no es un mensaje en una botella, por más que se asemeje, sino más bien es una semilla sembrada en tierra de nadie, en una tierra que debe conquistarse cada vez para ser tierra de uno, de la que hay que apropiarse poco a poco, y que nos obliga a regresar como a esa noche primordial que los expresionistas anhelaban. La poesía es una obligación, un deber – o como diría Heidegger, un deber-Ser. No pretendo, por supuesto, sumarme al filósofo que habla al respecto desde la filosofía, sino reflexionar sobre la poesía desde los médanos que le corresponden. En algo tiene razón el filósofo (Gadamer, Heidegger, Blanchot): la poesía es la más alta manifestación del espíritu humano, pero no toda poesía, no todo lo que se presenta como poesía, es ejemplo de esa manifestación.

Hay un hecho que parece incontrovertible: al parecer la mejor poesía resulta incomprensible a primera vista. Así resulta luego de leer, por ejemplo, los análisis que han hecho en diversos momentos Derrida, Heidegger, Gadamer, Blanchot, y Friedrich, por citar sólo a algunos. Podría suponerse que por tratarse de filósofos abordan este tipo de poesía un poco para justificar sus propias teorías y perspectivas sobre la literatura, y que estas exposiciones en realidad tienen poco que ver con la poesía en general, por un lado, y con los poemas que estudian, por otro. Pero en realidad no es así. Ya lo he mencionado en otra ocasión, Nicola Gardini (Breve storia della poesia occidentale, 2002, pp. 174-180) nos recuerda que hay dos tipos teoréticos de oscuridad en la poesía: uno originario y otro derivado (p. 176): la oscuridad derivada es la de aquellos textos que en su origen resultaban claros pero con el tiempo dejaron de serlo (p. 176); la oscuridad originaria es aquella que requiere de una interpretación que no se agota con el examen gramatical (p. 177). A diferencia del primer tipo de oscuridad, ésta se basa en la voluntad de resultar incomprensible, aunque suene contradictorio. En realidad no es algo tan difícil de comprender. Paul Valéry explicaba la oscuridad de su propia poesía señalando que “el gran problema del escritor moderno es el de hacerse leer, es decir: impedirle al lector que adivine la frase, la página. Se llama oscuro al escrito que libera su sentido sólo a la lectura y no a la simple vista”. No en balde Gottfried Benn – mi más entrañable amistad literaria – hablaba de seres sensibles a la letra impresa, a la tinta, y que el poema debía leerse en silencio. La valoración de la oscuridad por parte de Valéry nos ofrece un rasgo positivo que no debemos pasar por alto: ella impide que la parte sensible de la palabra, es decir el significante, sea sustituida inmediatamente por la parte intelectual, el significado, como sucede con el lenguaje comunicativo. Esta oscuridad no significa que el poeta no transmita nada al lector. Por el contrario, comunica más de lo que uno podría pensar, pero el poeta no desea que el lector se distraiga con las emociones que una poesía tradicional podría ofrecer.

El mejor ejemplo de este tipo de equívocos nos lo ofrece un tipo de lectura de poesía que tiene muy poco que ver con la ésta y más con el arte dramático – en su sentido más pobre. Este ejercicio, todavía muy popular entre ciertos sectores ha también desviado la atención sobre, justamente, la comprensión del poema. Me refiero a la declamación. Podría decirse, sin temor a equivocarme ni a cometer exageración alguna, que el “arte declamatorio” se basa en el principio del rey Midas, pero al revés. La declamación, en efecto, apela a la emotividad, a la reacción inmediata y no meditada de un mensaje, cualquiera que éste sea. No es muy distinto del “arte oratorio”. Por culpa de la declamación, no pocos lectores suelen reprocharle a los poetas lo que ellos consideran es una falta de talento para leer su propia obra frente a los demás. Y en efecto, hay poetas que leen muy mal su poesía, pero más allá de eso, en realidad es que no pocas veces esa poesía no fue escrita para ser leída en voz alta, sino, como he dicho en otra ocasión, para cantar en silencio. ¿Por qué algo que fue escrito en silencio tiene que ser leído como un informe presidencial, como el resultado de un concurso de aulladores televisivos? E invariablemente, cuando alguien lee un poema, sin importar cómo ni que diga, la respuesta de la gente es: “Qué bonito”, aunque en realidad no sepan qué decía el poema ni explicar en qué consiste ese “bonito” del poema. Y hay una masiva idea de que el poema sólo es tal si es de amor, o si tiene rima. Y es un hecho que muchos textos rimados, y muchos que hablan de amor no son en absoluto poemas.

El hecho concreto es que mucha gente quiere sentir algo cuando alguien lee un poema, en lugar de entenderlo; como si, además, la comprensión no tuviera nada que ver con la sensación, como si entender fuera algo negativo en sí mismo. Por eso dije antes que el poema, más que comunicación, es expresión pura. Entendiendo esta expresión en el mismo sentido en que un salto es, por ejemplo, expresión pura en sí misma. Y es justamente el contexto en que se da el salto en que éste resulta comprensible, al tiempo que sensible. No es casual que recurra a un ejemplo tan aparentemente desvinculado. En realidad no lo es, en absoluto. El salto está relacionado, desde tiempo inmemorial, con una deidad venerable y venerada. Porque el salto es, en sí mismo, símbolo de eruptividad, de irruptividad, de aquello que surge de improviso y transforma el entorno, la realidad. El salto está relacionado con Dionisos.

¿Cómo podría entenderse un poema como el que cito a continuación?

Palabra y lejanía

Callado, separado y ordenado

sueño de interminables rosas

Apareció y sentido dio al vacío

– mutismo en donde empieza todo

No lágrimas ni pesadumbre

espacio puro entre silencio y alma

Quedó entre noche y lo-sin-ser-nombrado

abismo y pentagrama

palabra y lejanía

jueves, mayo 25, 2006

Creación y responsabilidad (primera parte)

Mis estimados cero lectores, trataré de retomar el aspecto reflexivo del blog, a fin de que sus visitas no se vean decepcionadas por falta de actualizaciones. Así pues, sin más, entremos en materia.

La creación es Creación. El poema – el poema como lo entienden, lo entendemos ciertos poetas – no es sino el fruto de un ejercicio con el lenguaje, con la transformación absoluta de lo vivido en una forma única de expresión. No de comunicación, sino de expresión. Aclaración pertinente, y necesaria. Quien espera hallar un mensaje en un poema, pierde su tiempo, o tiene una concepción totalmente distinta a la expuesta aquí, y por consiguiente debería dejar de leer a partir de este punto, pues estas reflexiones no están dirigidas a él. Sin embargo, podrían resultarle ilustrativas de ese tipo de poesía que parece encerrarse sobre sí misma, en donde la oscuridad se da a través de una aparente sencillez de expresión.

La poesía de nuestro tiempo – y no necesariamente la creación – se inserta en un contexto de parcelización o fragmentación de la realidad que muy pocos se atreverían hoy a negar. El desarrollo de la industria del entretenimiento en sus múltiples variantes: turismo, fiestas, viajes, conciertos, teatro, cine, televisión, han vuelto al lector, especialmente en países como el nuestro, un ser en extinción. Ya no se habla de lectores, sino de consumidores de productos culturales, tal vez para diferenciarlos de aquellos que consumen productos de otro tipo, supuestamente no culturales. En el medio editorial el mercado está perfectamente delimitado: literatura infantil, juvenil, literatura de y para mujeres, entre otras muchas, y a estas delimitaciones se dirigen productos y colecciones para esta clase de consumidores específicos. En tal sentido es que la industria editorial no se diferencia mucho de otras industrias, como la discográfica, donde lo que importa es exprimir a los consumidores sin el menor recato, amenazándolo incluso con el fantasma de la piratería y los productos espurios. Me consta que editores (más bien directores editoriales, que es otra cosa) de grandes empresas editoriales buscan proyectos editoriales de acuerdo a lo que llaman vacíos de mercado, los cuales deben llenar.

Es así como el fenómeno de El Código Da Vinci puede ser visto no como un éxito de librería inesperado, sino como el fruto de una serie de libros que habían aparecido previamente sobre temas de todo tipo: históricos, biográficos, esotéricos, etcétera, y que de alguna manera prepararon el terreno para que algún libro cosechara los frutos de las semillas que se habían sembrado previamente. Se podría llamar el efecto Stephen King. Como se le quiera llamar es lo de menos, el resultado es el que importa. Un producto mercadológico elaborado para ser consumido y debatido incluso por intelectuales, así sea para mostrar que las ridículas tesis sobre las que se halla sustentado el libro son falsas. Por ello el autor, por ejemplo, afirma, contra viento y marea, que lo que escribe es verdad. Si asumiera que es una ficción, el libro no habría tenido el éxito de ventas que ha tenido. Lo mismo vale, incluso, para el descubrimiento de National Geographic y su Evangelio de Judas. Hay que ver el tinglado publicitario que sustenta estos “trabajos”, para ver la seriedad con que están armados. Se trata, en resumidas cuentas, de recuperar una gran inversión monetaria, en el plazo de tiempo más breve posible. Es la mercadotecnia MTV en todo su esplendor. El video no sólo mató al artista de radio...

Todo es consumismo, una consumación – incluso en su sentido ígneo – de productos dirigidos no para el deleite, sino para el consumo rápido e inmediato, como ha afirmado E. Jünger. Comentaristas de programas supuestamente culturales (sí, me refiero a los retrasados mentales de La dichosa palabra) no ocultan su servilismo hacia la industria editorial al promover las novedades que atestan las mesas de las escasas librerías de la ciudad capital. No en balde Ricardo Garibay las llamó el mar de la ignominia. A diferencia de él, estos nuevos promotores no hablan de libros, de lecturas, sino de editoriales, de productos y colecciones que difícilmente leerían, pero de las cuales pueden dar un comentario en menos de un minuto. Es la banalización de la literatura. La trivialización de la literatura. Mejor sería hablar de la tribalización de la literatura, de su mejor expresión: la poesía.

Hay muchas preguntas alrededor de la poesía, pero es curioso que el lector no acuda a los poemas para responderlas. Casi siempre acude al menos confiable testimonio posible: el del poeta mismo, y muchas veces lo hace a través de interpósita persona, igualmente poco confiable: otro escritor, si bien le va, o un periodista, en el peor de los casos, lector tan malo como él mismo, pero que está rodeado de una especie de aura salvífica que le dota de una mal ganada autoridad para interrogar a quien sea, sobre aspectos que la mayoría de las veces son tan banales, que casi podría llamársele venales. El lector que requiere de un periodista o de un entrevistador para adentrarse en el sentido de un poema es como un náufrago en medio del océano: merece morir ahogado. Deposita su confianza en otro náufrago que le asegura podrá ayudarlo a hallar un camino que lo ilumine, cuando casi siempre está en una situación de indefensión intelectual tan precaria como aquél.

No es crueldad afirmar tal cosa. Si no entiende un poema, se suele afirmar, es probablemente porque los poetas se aíslan del mundo, y ya no tienen nada que decir. Es el mito del silencio de la poesía, del callar de los poetas. No, ya lo he dicho en otras ocasiones, no es el poeta el que calla, sino el hombre de nuestra época que ya no escucha, que vive para el mundo, que se consume con él y en él. Quien vive así merece arder como un bonzo. Se consumirá como una vela, sin dejar rastro, y la noche de los tiempos se le escapará como se le escapa el alma. La verdadera poesía no busca estos lectores de fin de semana, de quienes se deslumbran con el oropel de la cultura institucionalizada: becas, premios, reconocimientos. La verdadera poesía es subterránea, un veneno que acosa a la masa, a los que como veletas van y vienen según corra el viento.

Y no creo que, como alguna vez señalaba Liliana Blum, que se tenga el coco cerrado para la poesía, que se nazca insensible a ella. La poesía, valga un símil un poco cursi, es como el pétalo de una rosa. Delicado, pero fácilmente marchitable, rodeado de espinas, que hacen peligroso el acercamiento. Así es la verdadera poesía, como decía Nietzsche, un hueso duro de roer. Preferimos las rosas que se venden en mercados o en sitios ambulantes, donde se nos venden ya sin las temibles espinas, como un adorno con fecha de caducidad, a la cual no hacemos caso. Lo mismo ocurre con lo que rodea a la poesía. Todo tiene fecha de caducidad. Por eso, no pocos narradores (Volpi, Fuentes y muchos otros) pergeñan libros bajo la coartada de recatar la memoria histórica del pasado reciente, o trilogías de lo que sea, sin mensaje, sin propuesta, sin absolutamente nada que los respalde más que la mercadotecnia (Aprendices de brujo). No crean nada más que una cortina de humo que muy pronto se desvanece y dejan una sensación de vacío que debe ser llenado. La poesía, el poema, es algo muy distinto.

miércoles, mayo 24, 2006

Poemas de Getrud Kolmar

Mis queridos cero lectores, les dejo unos poemas que les había prometido desde hace tiempo, de una rara avis de la literatura alemana del pasado siglo, seguro de que hallarán en ella motivos para la reflexión y el asombro.

Nacida Chodziesner, cambió su apellido por el nombre del pequeño poblado polaco de donde provenían sus padres. Hija del célebre abogado berlinés Ludwig Chodziesner, tío de Walter Benjamin. Es poco lo que se sabe de su vida, mayormente por el epistolario de su hermana Hilde, publicado en Alemania en 1970. Su vida se caracterizó por una envidiable discreción, alejada del reconocimiento público y de los círculos literarios berlineses, los cuales aborrecía. Cultivó la poesía y la novela con fortuna. La tristemente célebre Kristallnacht de 1938 obligó a su padre a vender su negocio en Finkenkrut y a refugiarse en un apartamento en Charlottenburg. Obligada a dejar de trabajar hacia 1941, enfrenta la deportación de su padre a Theresientadt en septiembre de 1942, en donde moriría en febrero de 1943, momento en que ella misma sería arrestada y deportada a Auschwitz. Su más importante libro, Welten, apareció publicado de manera póstuma en 1947, aunque fue compuesto entre agosto y diciembre de 1943, cuando moriría en medio de la locura del exterminio nazi. En un poema de 1940 ella parece haber predicho el futuro que le aguardaba, en conmovedores versos de premonitorios tonos. Su poesía, de enorme tensión lírica, nos ofrece la visión de un mundo que sólo la poesía podía rescatar. Welten es, sin lugar a dudas, uno de los libros de poesía más prodigiosos del pasado siglo, de una poderosísima belleza, y un cuidado y una tensión líricas prácticamente sin paralelo. Es completamente desconocido en lengua castellana y sólo hasta hace unos años ha sido traducido. Estas son traducciones las hice antes que apareciera la versión española (editada por Ediciones El Acantilado) de esta hermosísima poesía en nuestra lengua, de una poeta destinada a ocupar un lugar preponderante en la poesía alemana.

Ich werde sterben

Ich werde sterben, wie die vielen sterben;

Durch dieses Leben wird die Harke gehn

Und meinen Namen in die Scholle kerben.

Ich werde leicht und still und ohne Erben

Mit müden Augen kahle Wolken sehn.

1939-1940

Yo moriré, como muchos mueren;

por esta vida, el rastrillo pasará

y mi nombre en la tierra talla.

Seré ligera y callada y sin herederos

con cansados ojos nubes yermas anhelo.

Opfergang

Ich wusste, dass auch ich geboren bin.

Es ist ein Buch, da steht mein Name drin.

Ich war mir selbst zu eigen zwanzig Jahr,

Trug schwer an mir; da fand ich den Altar

Und hab' auf seinen Stufen scheu mein Ich

Um eine Güte Gottes geschenkt: für dich.

Und legte meines Ichseins Glück dazu

Und wurde reich, da nichts mir blieb. Nur du.

Aus dem zyklus “In memoriam 1918”

El paseo de la víctima

Supe que también yo nazco.

En un libro mi nombre está.

Era mi dueña a los veinte años,

me llevaba pesadamente; allí encontré el altar

y en sus pasos tenía tímidamente mi yo

sobre una bondad de Dios dada: para ti.

Y puso mi dicha de ser-Yo

y fue suficiente, pues nada me quedó. Sólo tú.

Aus dem Dunkel

Aus dem Dunkel komme ich, eine Frau.

Ich trage ein Kind und weiß nicht mehr, wessen;

Einmal hab ichs gewußt.

Aber nun ist kein Mann mehr für mich...

alle sind hinter mir eingesunken wie Rinnsaal,

das die Erde trank.

Ich gehe weiter und weiter.

Denn ich will vor Tag ins Gebirge, und die Gestirne schwinden schon.

Aus dem Dunkel komme ich.

Durch finstere Gassen schritt ich einsam,

da jäh vorstürzendes Licht mit Krallen die sanfte Schwärze zerriß,

der Pardel die Hirschkuh,

und weit aufgestoßene Tür häßliches Kreischen, wüstes Gejohle, tierisches Brüllen spie.

Trunkene wälzten sich...

Ich schüttelte das am Wege von Saum meines Kleides.

Und ich wanderte über den verödeten Markt.

Blätter schwammen in Lachen, die den Mond spiegelten.

Magere, glierige Hunde berochen Abfälle auf den Steinen.

Früchte faulten zertreten,

und ein Greis in Lumpen quälte noch immer sein armes Saitenspiel

und sang mit dünner, mißtönig klagender Stimme

ungehöhrt.

Und diese Früchte waren einst in Sonne und Tau gereift,

träumerend noch von Duft und Glück der liebenden Blüte,

doch der wimmernde Bettler

vergaß das längst und kannte nichts anderes mehr als Hunger und Durst.

Vor dem Schlosse des Mächtigen stand ich still,

und da ich die unterste Stufe trat,

zerbarst der fleischrote Porphyr knackend an meiner Sohle. –

Ich wendete mich

und schaute empor zu dem kahlen Fenster, der späten Kerze des Denkenden,

der sann und sann und nie seiner Frage Erlösung fand,

und zu dem verhüllten Lämpchen des Kranken, der doch nicht lernte,

wie er sterben sollte.

Unter dem Brückenbogen

zankten zwei scheußliche Gerippe sich um Gold.

Ich hob meine Armut als grauen Schild vor mein Antlitz

und zog ungefährdet vorbei.

Im Fernen ich den steinigen, widerstrebenden Pfad hinan.

Felsgeröll, Stachelsträucher verwunden die blinden, tastenden Hände:

eine Höhle wartet,

die im tiefsten Geklüft den erzgrünen Raben herbergt, der keinen Namen hat.

Da werde ich eingehn,

unter dem Schutz der großen schettenden Schwinge mich niederkauern und ruhn.

Verdämmernd dem stummen wachsenden Wort meines Kindes lauschen

und schlafen, die Stirn gen Osten geneigt,

bis Sonnenaufgang.

Desde la oscuridad

Desde la oscuridad provengo, una mujer.

Traigo un niño y no es más lo que sé;

una vez supe de yos.

Pero ahora no hay más hombre para mí…

todo se hunde ante mí como el arroyuelo

que la tierra bebió.

Avanzo y voy más allá

pues quiero anticipar el día en los montes, y las estrellas declinan ya.

Desde la oscuridad provengo.

Por oscuros callejones anduve solitaria

donde la luz precipitándose rasgó la apacible oscuridad,

el leopardo la cierva,

y una monstruosa puerta abierta de par en par chirría,

desolado griterío, el bestial rugido.

Se revuelcan en la ebriedad…

En el camino meneé el dobladillo de mi vestido.

Y me dirigí hacia el desolado mercado.

Hojas flotaban en la risa reflejadas por la luna.

Ávidos perros magros husmeaban la basura en las peñas.

Frutas podridas pisadas,

y un viejo en andrajos martiriza su pobre arpa

y canta con débil y desentonada voz

inaudible.

Y esas frutas una vez por sol y rocío maduradas,

ensimismadas aún de aroma y dicha de la flor de amor,

pero el mendigo lloriqueando

había olvidado esto hacía mucho y no sabía más que de hambre y sed.

Ante el castillo del poderoso me detengo,

y como la última sirviente fui,

estalló el porfirio rojo carne crujiendo a mis pies. —

Me volteé

y vi en la ventana helada la postrer vela del pensamiento,

pensar y pensar y nunca hallar su liberación de la pregunta

y a la cubierta lámpara del enfermo que no aprendió

cómo debe morirse.

Bajo el arco del puente

peleaban dos espantosos esqueletos por oro.

Alcé mi pobreza como gris escudo ante mi rostro

y pasé sin peligro.

En la distancia me lapidan, renuente, sendero arriba.

Empedrado, los espinosos arbustos hirieron las ciegas y sensibles manos:

una cueva vigila,

la hondonada alberga al cuervo enverdecido que nombre no tiene.

Ahí entraré,

bajo la protección de su gran y sombreado vaivén me acurrucaré y reposaré.

Condenada la enmudecida gran palabra mi hijo escucha

y duerme, la frente hacia Levante tendida,

hasta la salida del sol.