miércoles, diciembre 28, 2005

Un mensaje de esperanza

Mis queridos cero lectores, aunque el título de este post suene un poco cursi, se trata en realidad de un poema que les obsequio a manera de celebración de fin de año. Se le escribí a mi queridísima amiga Ivonne Gutiérrez, quien pasa por un momento de aflicción muy grande, y me pareció bueno ofrecerle unas palabras de esperanza en medio de la noche que vive ahora. Es un poema que trata de eso que, a falta de una mejor denominación, llamamos lo esencial.

No te preocupes, Ivonne, sabes que te quiero mucho y mientras te halles en ese insondable túnel de oscuridad, del que Garcia Lorca escribió una memorable imagen, encontrarás mi mano tendida, y mi corazón abierto.


Mirar la noche

Al asomarte al exterior se ve.
Pero hay que estar adentro, en el silencio propio,
al amparo del Verbo, ajeno al mundo.
El hombre, o los hombres, cree que sabe,
a la conquista sale y viaja solo
aunque muchos con él estén.
El tiempo de las cuevas no se ha ido,
no del todo. Rescoldos quedan,
y aquella noche inmensa
cubre la tierra entera aún.
Pero, ¿quién ve la noche hoy?
La Palabra no toca a todos,
a veces ni siquiera a quien la usa,
o dice usarla. Mirar la noche, entonces,
labor de quien está a solas,
entre palabra y exterior.
Asómate y ve.

sábado, diciembre 24, 2005

Shh, don't say a word, but Madonna is back!


Mis cero lectores deben saber que pertenezco a esa generación que creció escuchando a Madonna y Michael Jackson, sin que ninguno fueran santos de mi devoción. Y mientras la estrella del segundo comenzó a declinar porque nunca logró salir de la adolescencia y usaba la cabeza equivocada para pensar, Madonna pasó de ser una adolescente con voz chillona, de pato como decíamos en mi casa, a ser una mujer que sabía usar la suya. Nunca presté demasiada atención a sus canciones, aunque era inevitable escucharlas. Por eso eran megahits mundiales a los cuales nadie podía sustraerse. Su carrera se apoyó, en buena medida, en el surgimiento de MTV, y de la mano ambas subieron como la espuma. Madonna era una referencia de la cultura pop a la cual no muchos nos sentíamos atraídos.

Hace un par de años cayó en mis manos, accidentalmente, un disco de ella, Ray of Light, y la sorpresa fue mayúscula. Para empezar, no era un disco de cancioncitas pegajosas y sangronas, sino algo muy, muy distinto. Ni siquiera parecía Madonna. Ray of Light es el fruto de una profunda introspección por parte de Madonna, en la que hace un corte con lo que venía haciendo no sólo como artista, sino como mujer, como ser humano. La calidad musical del disco es impresionante, al grado que en mi lista de los diez mejores discos de la historia, ocupa ahora el número 2, después de The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd. De verdad que la Madonna de este disco no es la misma de antes: circunspecta, reflexiva, meditativa. El disco está lleno de melancólicas melodías plenas de una sublime belleza, y hay al menos tres canciones que son verdaderamente conmovedoras por su belleza. Es, en efecto, un disco de madurez, de alguien que no quiere convertirse en una estatua de sal y mira su pasado con la lucidez de quien sabe que la transformación interior ha comenzado.

Ray of Light marca un antes y un después en la carrera de Madonna, pues los discos sucesivos, Music y American Life serán el resultado de ese proceso de introspección iniciado con aquél disco. En particular, American Life es espectacular, pese a que no tuvo muy buen resultado de crítica ni de ventas, por la estupidez y corrección política de los gringos, pues el disco es una crítica al pasado de Madonna y su frívola y estúpida vida proveniente del American way of life, al cual critica aquí, no sin antes haberse llenado los bolsillos merced a éste.

El caso es que estos tres discos constituyen una aventura de madurez, un rito de paso por el cual atraviesa Madonna y sale renovada. Cualquiera podría pensar que un proceso de ajuste de cuentas con su pasado, con su familia, su padre, su madre, las frivolidades del pasado, la búsqueda de una metafísica —para no llamarlo religiosidad o espiritualidad—, son asuntos privados y que al resto de los ajenos a éste no nos importa. Pero Madonna hizo que nos interesáramos no sólo por tratarse de Madonna, sino por su extraordinario talento y genio musical —sí, Madonna es una genio— a través de las mejores canciones de su carrera: sin concesiones, sin espectacularidad, en plena desnudez de espíritu. Y yo le doy las gracias.

Y bueno, después de estos tres discos extraordinarios, Madonna is back! ¡Madonna está de regreso! Con un disco que desconcertará a más de uno, no sólo por el single que se promueve, con un guiño a la música disco y un tributo a uno de los grupos más emblemáticos y populares de la década dorada de la música disco: Abba, sino porque ya no es la misma Madonna de antes. En efecto, la Madonna de Confessions on a Dance Floor ya no es la adolescente que movía todas las pistas de baile del mundo, y que lo hizo por más de dos décadas, y que lo sigue haciendo. No, es una mujer de más de cuarenta años de edad, que asume su edad, y sin desplantes vocales canta apaciblemente canciones de amor maduro, a su ciudad predilecta: Nueva York, en una hermosísima canción que debería ser adoptada por todos los neoyorquinos como su himno, uno de los muchos que se le han escrito.

Para los que piensen que se trata de un disco hecho sólo para bailar, se equivocan. Desde el título Madonna nos dice que no ha abandonado la etapa previa de introspección y auto examen: ¿Por qué creen que lleva por título Confessions? Y es que Madonna, reconciliada con su pasado, después de haberse dicho cualquier cantidad de cosas durísimas en su American Life, regresa para confesarnos la reconciliación con ella misma, y lo hace como mejor podía hacerlo: con un puñado de canciones bellísimas y que de dance sólo tienen el título del disco. El hecho de que el disco sea secuencial no es una estricta novedad: para no ir más lejos, The Dark Side of the Moon y Wish you were here de Pink Floyd, The Snow Goose de Camel, The Lamb lies down on Broadway de Genesis, Misplaced Childhood de Marillion, son sólo unos de los muchos discos secuenciales del pasado más o menos reciente. Lo que lo hace extraordinario es que Madonna concibe su disco como un guiño al pasado de la música de baile y a su futuro, pues Confessions on a Dance Floor es un disco que no se adapta muy bien a la pista de baile, en el sentido de no ser sólo música de baile, es decir no es dance puro, ni es un recurrir a estereotipos musicales como hacer que el disco suene a los setenta. O más bien, sí suena a los setenta, pero a no a los de las pistas de baile, sino al de la electrónica de Tangerine Dream de aquellos años. ¿Sorprendidos? ¡¿Quién dijo que Madonna no tiene cultura musical?!

Igual que el dance de Ray of Light, el de Confessions on a Dance Floor es cualquier cosa menos dance music pura y llana, y Madonna puede darse el lujo de escribir canciones de amor a su ciudad predilecta o al amor de madurez, con pasajes que recuerdan a Eleonor Rigby, o lentas canciones que apaciguan el espíritu bailarín e invitan a la meditación bailable, que podría ser el género a aplicar a este disco: dance meditation —¿no recuerda alguien que Tangerine Dream ya había grabado hace casi treinta años un disco llamado Electronic Meditations?

Como ven nada es casual en este maravilloso y melódico disco, con una Madonna en plena madurez. Yo saludo lleno de entusiasmo este nuevo disco, pero por favor, mis cero lectores, ¡shhh, no lo difundan, pero Madonna está de regreso! Y como fruto de mi admiración hacia Madonna, transcribo el poema que le escribí poco después de escuchar su Ray of Light, perteneciente a mi libro inédito Grund Abgrund:

Madonna Ciccone
I
Con uno mismo
la eternidad es un llamado al alma

guijarros, estrellas, notaciones de viaje
nada realmente importante

mirar y percibir la nada
when your heart’s not open

estar con uno mismo
con una roca en el pasillo
con un silencio y una rosa

los cuervos y la hiedra
el atardecer de un mañana

todo lo buscado y no pedido

agua, Sandarßita, Nihßreyase,
ecos de una tarde aún no arribada

II
A ti también te toca un alma
un espacio por venir
un eco de guitarras disipado
y no hay lugar para otro adiós

has visto ya

queda una palabra
un desnudo a cielo abierto

Por cierto, mis cero lectores, por favor compren el disco, pero no la pinche edición nacional malaca de mierda. Busquen la edición especial con el foto-álbum de Madonna y el cuaderno de 80 páginas para escribir, y un bonus track que es magnífico. Es un poco más caro, pero vale la pena. No compren piratería de Madonna, compren discos originales, y de preferencia esta edición especial o el disco importado, porque el disco hecho en México parece peor impreso que los piratas de Tepito. Habría que denunciarlo con Madonna para que vea las chingaderas que editan en México. ¿Y así quieren que uno le dé la espalda a la piratería? Se pasan de...

jueves, diciembre 22, 2005

Un libro de la literatura Teletón

Con mis cero lectores deseo compartir la experiencia de la lectura de un libro de Luis Vicente de Aguinaga, publicado por la UNAM: Signos vitales. Verso, prosa y cascarita. Se trata de un libro que no oculta su origen periodístico, o mejor aún: periodiquero. Sí, se trata de una recopilación de artículos que seguramente aparecieron en algunos suplementos o revistas, pues más o menos todos tienen la misma estructura, el mismo tono conversacional, de escritura inmediatista, de bote pronto como el propio autor señala en alguno de los textos, que tanto disfrutan algunos entre nosotros. Desconozco en qué periódico o suplemento habrá sido, pero eso importa poco, porque es otra más de las estrategias literarias del libro. Ya me referiré a eso un poco más adelante. En virtud de este origen espurio, casi bastardo, el libro es apenas aceptable, nada del otro mundo, pero que trajo a mi mente algunos recuerdos de mis ya lejanos treinta años, más o menos, cuanto tendría ya algunos años de andar en la brega literaria, antes de que una depresión me hundiera —y no lo lamento, viéndolo bien— en el aislamiento literario que desde hace ya casi una década vivo.

El libro de Luis Vicente de Aguinaga tiene, entre sus virtudes, el empuje del entusiasmo que sólo una fe inquebrantable en la literatura puede dar. Eso de entrada es digno de encomio, aunque si a su edad uno no tiene esa fe entonces está perdido. Sin embargo, el entusiasmo del autor no me seduce demasiado, pues como sucede en muchas ocasiones, me parece que le gusta más la divagación que la verdadera reflexión o el análisis. O como diría Jorge Solís —es otra variante del mismo asunto—: está más interesado en el viaje en sí que en el destino —una posición zen. Y si alguna presencia recorre el libro, sin duda ésa es la de Jorge Luis Borges, no sólo como un referente que aparece constantemente, sino incluso en la manufactura de algunos ensayos, que son evidentes versiones, palimpsestos de los del argentino. Nuevamente, el entusiasmo que despierta Borges en la juventud encuentra en De Aguinaga un ejemplo digno de mención, aunque no sea por otra razón que la del buen discípulo. Pero lo que en Borges es verdadera luz, erudición y rigor literario, en De Aguinaga es apenas ocurrencia, fuego fatuo y divertimento. Me referí hace un párrafo a las estrategias literarias del autor, y es justamente Borges la coartada de éstas, pues si se tratara de textos un poco más serios, más rigurosos, De Aguinaga no dudaría en señalar en dónde aparecieron publicados sus ensayos, en el sentido más cercano a intentos, tentativas, literarios. Al ocultar deliberadamente lo que llamé su origen espurio, De Aguinaga busca, como Borges, crear una estructura autónoma que justifique y autonomice la escritura, como si el sólo hecho de leerla no fuese un acto de autonomía y liberación de la escritura. En este caso, imagino que De Aguinaga quiere que su escritura se autonomice, pero sin alejarse mucho de su mano rectora. Es decir, no se decide a otorgarle plenos poderes al lector, a que ejerza su responsabilidad. Es como un padre que teme perder a sus hijos, y se aleja un poco, sin perder de vista a sus vástagos.

Pero, hay que reconocerlo, desde el título el libro no deja lugar a dudas de qué es lo que desea ofrecernos. Los signos vitales de quien se toma la literatura como una cascarita futbolera, en mangas de camisa, sin importarle mucho las reglas de la academia. Y sin embargo, sigue otras reglas, quizá más lamentables. La del divertimento, la de la comida chatarra, que por definición no es comida. En ese mismo sentido, el libro de De Aguinaga no es un libro y él no es un autor, sino que el primero no es más que un montón de hojas encuadernadas que llevan su nombre en la primera hoja. Por definición, eso no es literatura, el resultado no es un libro, y no estamos, en consecuencia, ante un autor, en el sentido de un creador o un pensador.

Desde hace tiempo he pensado que la literatura mexicana, o mejor aún, ciertos procedimientos creativos —y, mis queridos cero lectores, observen que uso el término “creativo” de una manera un tanto arbitraria y a lo pendejo, pero es que no hay de otra, como veremos— de sus cultivadores es el fruto de una enorme ocurrencia. Dos ejemplos vienen a mí, al respecto. El primero, tiene que ver con esa lamentable frase de José Emilio Pacheco de que los libros no se terminan sino que se abandonan. Claro, por eso Pacheco se pasa más tiempo haciéndole enmiendas a sus versos malacas y maltrechos. La otra viene de Alfonso Reyes, cuando señaló, entre sus muchas ocurrencias, que el ensayo era el centauro de los géneros. ¿Cómo entender esta ocurrencia? No como una reflexión seria, sino a la luz de las muchas barrabasadas que entre nosotros se aplauden y celebran como ensayos. El caso de De Aguinaga nos ofrece una respuesta muy clara. Al referirse Reyes a un centauro no se refiere a un ser fantástico mitológico, sino a un pinche adefesio, una suerte de lamentable Frankenstein, o mejor aún, como una suerte de tullido que va de un vagón del Metro a otro apelando a la lástima que pueda despertar de nosotros para recibir una limosna. Pero todos los tullidos se chingan conmigo, porque yo los mando a chingar a su madre sin contemplaciones. Si apelan a una moral de esclavos, lo que recibirán serán latigazos, ni más ni menos.

Y el caso de De Aguinaga, sin ser tan abiertamente lastimero, se halla en el del espectro de los libros escritos por tullidos. O dicho de otra manera, en tierra de ciegos, el tuerto es rey. Yo no sé si se trate, en efecto, de “uno de los poetas más notables de su generación” ni a qué generación se refieran los editores, pero lo que sí sé es que eso de joven crítico, joven poeta, o joven lo que sea, es una mamada: como dinero confederado que sigue circulando entre nosotros, pues “la juventud es una de las formas de la esterilidad del espíritu humano” (Ricardo Garibay). Con esto quiero decir que si el mérito del libro de De Aguinaga es que “son los artículos de un joven crítico que es, además, uno de los poetas más notables de su generación”, pues tal vez otros se vayan con la finta, pero a mí no me dice nada y más bien me alejaría de su compra, ya no se diga de su lectura. ¿Que cómo conseguí el libro? Me lo regalaron. Yo difícilmente compraría un libro sólo porque es el fruto de una beca, de un premio o porque el autor se un joven. ¿Qué podría decir de interesante un joven? Con muy pocas excepciones, nada; y, de veras, cuando digo muy pocas me refiero a que es posible contarlas con los dedos de una mano y sobrarían la mitad más uno.

Si estos ensayos —y vuelvo a repetirlo, uso el término ensayo a lo puro pendejo— son los signos vitales de un joven escritor, pues no son signos muy vitales que digamos. Son divertimentos, ocurrencias que en una columna semanal o mensual en una revista o suplemento están bien, pero no para un libro, donde en teoría deberían aparecer textos más rigurosos y pensados. Pero ya sabemos que entre nosotros el suplemento es la antesala del excusado, donde literalmente cualquier cagada se ofrece a la venta y es consumida, sabiendo que después nos ofrecerán todo el kilo completo. No miento. También en la literatura hay fast food. Ya lo dijo en su momento Ernst Jünger, hoy día la literatura se consume como los cigarrillos, en los dos sentidos de la palabra consumir y consumirse.

Y si alguien duda que estos signos vitales sean ocurrencias, sólo basta leer el lamentable ensayo que abre el libro: Arte y oficio de la cascarita. En lugar de ofrecer su mejor ensayo de entrada, De Aguinaga nos ofrece una mamada que parece digna de los lobotómicos del programa La dichosa palabra, o de esas ocasiones en que el imbécil de Juan Villoro cree que hablar de fútbol lo va a redimir como sociólogo de lo cotidiano. ¡No por favor! Si no fuera porque me recomendaron ampliamente el libro, en el momento de terminar el ensayo inicial lo abría tirado a la basura o le habría prendido fuego.

Pero continué con la lectura, a lo puro pendejo, hartándome una y otra vez de las ocurrencias. Y no es que el libro sea como un largo chistorete repetido hasta el cansancio. Es evidente que De Aguinaga está fascinado por Borges, pero ni de lejos tiene la cultura y la astucia literaria del argentino, así que lo imita a lo tonto y de la manera más burda posible, citándolo una y otra vez, ocultando las fuentes, agregando citas apócrifas, datos supuestamente histórico-biográficos, jugando el juego de la sincronicidad, pero todo el orbe filosófico-metafísico del argentino, por supuesto, brilla por su ausencia. Y al no haber una verdadera autenticidad literaria —de la cual, por supuesto, De Aguinaga se burla, como una suerte de coartada del que sabe será pillado en el acto— sólo queda el dinero confederado, carente de todo valor de cambio, un objeto sólo para fetichistas que usan una erudición de café para deslumbrar en la tele, en la reunión entre escritores o en el cafetín con los cuates y amigos.

Yo no sé si a De Aguinaga le ocurran todas las coincidencias que afirma le han sucedido, ni sé si es un gran poeta ni a qué generación pertenezca ni qué rasgos estilísticos, vivenciales, de formación, de lecturas, y de resultados tenga la tal generación malaca de marras, ni quiénes más pertenezcan a ella o si tengan un carnet de identidad de la misma. Lo que sí sé, es que no es un crítico. Más bien es alguien que usa la literatura como coartada, como pretexto para obtener otros fines: respeto, prestigio, dinero, adulación, qué sé yo. Lamento decir que de mí no va a recibir nada de eso. Ya dije qué es lo que reciben los tullidos de mí. Me precio de no haber dado, jamás, un centavo partido a la mitad, para el Teletón. Y si este libro pertenece a la literatura Teletón de nuestro país, pues ya se chingó la cosa, porque no pienso comprar jamás un libro proveniente de semejantes cloacas.

Es todo lo que quería decir.

miércoles, diciembre 21, 2005

Acerca del mal gusto poético y poetas malacas

Llegó a mis manos, estimados cero lectores, casi por casualidad, una antología de poetas peruanos de, para usar la terminología tecnológica actual, de última generación, whatever that means. La antología de marras se intitula Caudal de piedra. Veinte poetas peruanos (1955-1971), editada por la UNAM y preparada, desde México, por Julio Trujillo. Una primera ojeada a vuela pluma me hizo pensar que se trataba de una basura inmunda, pero una lectura más detenida hizo que mi sarcasmo se moderara.

Dado que en realidad no sé un ápice acerca de los autores, leí una parte del prólogo primero, antes de que Trujillo comience a hablar de las diversas poéticas, y me sumergí en la lectura de los poemas sin más orientación que los textos mismos. La antología desciende cronológicamente, dejando a los más jóvenes para el final, empezando por los mayores, que tienen casi medio siglo de vida al momento de hacer la antología. Pero la lectura de la selección da un resultado desalentador. Tanto, que en un principio pensé se trataba de una antología del tipo no tengo nada mejor así que escribí estas chingaderas mientras cagaba. Me explico, los primeros “poetas” no ocultan un instante que son académicos o funcionarios huevones viajeros o calenturientos, que sólo piensan huevadas o relatan cómo andan de pito sueltos sin importar la circunstancia, es decir son zánganos sin oficio ni beneficio pero que tienen el tiempo necesario para escribir, y además les pagan por hacerlo —o sea, lo confieso, hablo por pura pinche envidia—. En cambio, un poeta que ha vivido de verdad, que no es académico, sino que vive de su trabajo, entre los seres de carne y piel, que confiesa es ebanista, Raúl Mendizábal, es un poeta mucho mejor que aquellos académicos, aunque no sea sino sólo un poco mejor que aquéllos porque ha vivido la vida a ras de tierra, y no cobijado por los cristales de un cubículo. De hecho, igual que en México, los poetas de eso que, huevonamente, podría llamarse la generación de los 50, son malacas como ellos solos. Igual que aquí, se ve a leguas que son tipos protegidos y que de lo único que conocen son sus urgencias, sus viajes por el extranjero, y que no tienen absolutamente nada que decir en realidad, pero igual escriben —igualito que aquí su contraparte generacional: ¡carajo, que alguien lo diga abiertamente! Yo de todas formas no pertenezco al establishment.

La antología está dominada por voces masculinas, y las pocas voces femeninas, apenas cuatro, no dan pie con bola, con una honrosísima excepción: Rocío Silva-Satisteban. Y no porque, como todas las mujeres, o casi todas, se la viva quejándose de los hombres —algo en lo cual, por otro lado, tienen razón: los hombres son una mierda, unos ojetes de primera: si no, vean los poemas de Pedro Granados— sino porque su voz lírica tiene una fuerza impresionante, que la lleva a superar la condición de mujer quejosa y llorona, transformando los pocos poemas que incluye la antología de ella en una muy agradable sorpresa. Pero en mi opinión, la única voz que realmente me agradó, y que se destaca del resto, es la de Rodrigo Quijano, mi contemporáneo por apenas unos meses de diferencia. La suya es la única poética que es una verdadera experiencia del lenguaje. Lo dice el propio Trujillo, con palabras un poco más torpes y superficiales, pero lo dice: “La poesía de Rodrigo Quijano hace patente un desencanto generacional [esto es, por supuesto, una pendejada, ¿cuál desencanto generacional? ¿Nomás porque él lo dice gratuitamente? Tal vez tenga razón, pero de dos poemas es imposible sacar semejante conclusión] frente a ideologías trasnochadas (lo cual le imprime un sello ideológico a su propia obra) [¿se fijan?: el desencanto generacional imprime un sello ideológico. No, pos sí; ¿no se tratará de un sello postal? Sabrá Dios] y las poéticas que las acompañan: busca su propia palabra, y si regresa es sólo para revisar qué quedó de todo ello.”

En efecto, los dos poemas de Quijano muestran un poeta que ha vivido la experiencia del lenguaje en una parte de espectro que, según yo, parecía imposible, o más bien, se halla en el extremo opuesto a lo que, en mi caso (y perdón por el auto-cebollazo), es y ha sido mi experiencia propia: de la crisis del lenguaje, de quienes abusan con palabrería sin ton ni son, recurro a la contención. Pero Quijano no. En realidad, lo que él parece hacer en estos dos poemas, y espero lo haga en los demás, es tomar al toro por los cuernos, y atacar desde la desmesura, y no desde el recogimiento y el rigor lingüístico, a quienes pergeñan toda clase de mamotretos. No significa que Quijano trabaje sin rigor, no. Eso es lo que más me entusiasma de su trabajo: trabaja con rigor absoluto, no formal, el lenguaje, la palabra.

¿Por qué se le fue un poeta así a Trujillo? Y hago la pregunta a propósito con mala leche, porque Quijano es un poeta muy distinto a los demás. Trujillo dice en su prólogo, justo donde suspendí mi lectura del mismo, para adentrarme en los poemas: “La antología de poetas es mía, y la de poemas es suya y mía”. Y, justamente un poco antes, al final del párrafo previo, dice: “No sobra decir que estos ejercicios [antológicos] no deben ser democráticos ni plebiscitarios: responden a un gusto, el del que firma, y pretenden ser contagiosos”. No sé si al hablar de contagiosos se refiera a los ejercicios o al gusto, pero si se trata de este último, pues está mal redactado: no corresponde la persona: se trata del gusto, y supongo que es éste el que debe ser contagioso, a menos que sufra de personalidades múltiples o algo por el estilo.

Pero en mi caso no lo es. Y aquí es evidente que el gusto de Trujillo se impone con claridad meridiana. Tiene un gusto evidente por el poema que funciona a manera de crónica, cercano a eso que algunos llaman, nebulosamente, la realidad y la crítica. Y aquí es donde no funcionan sus argumentos de apertura. Así empieza su prólogo: “En el ámbito hispanoamericano, pocas poesías son tan conscientes de sí mismas como la peruana. Quiero decir conscientes del eslabón que forjan en la cadena de la tradición.” ¿De veras? I don’t think so. La verdad es que los poemas que a él le entusiasman, a mí me dejan frío, y algunos hasta me hacen sentir que fui vilmente estafado. Digo, no voy a citar el poema malaca del académico que viaja en tren diciendo puras pendejadas, que Trujillo celebra con entusiasmo digno de mejor causa, o aquel otro que supuestamente es una lectura crítica a la tradición sobre Dante y Virgilio, que es una vil mamada.

Quiero que lean el siguiente poema. No comento nada después de que lo lean, amados cero lectores:

Sal si puedes II
Vivo en la casa de la poesía.
Subo despacio sus escaleras
y también, saltando, las bajo.
Me siento en la silla de la poesía,
duermo en su cama, como en su plato.
La poesía tiene ventanas
por donde se deja caer
mañanas y tardes,
y bien me cuelga una lágrima
bien sopla hasta tumbarla / Con esto
quiero decir que trae
curitas y heridas
en la misma canasta.
Yo quiero tanto a la poesía que a veces creo
que no la quiero /

El poema continúa un poco más, pero les ahorro la pena, que yo no pude evitar. De veras, pregunto: ¿Alguien cree que esto sea digno de elogio? ¿Quieren ver que tengo razón? Vuelvan a leer el poema, e imaginen que lo escuchan dicho en la voz de la pitufina, aquel enternecedor y ñoño personaje azul de hace años, como si tratara de seducir a los pitufos. Pa’ su meche, ¿no?

La verdad es que esta antología de poetas peruanos me confirma que no hay nada nuevo bajo el sol; digo, nada nuevo en términos de que no leyendo a estos poetas uno se perdiera de algo valioso o novedoso. Y por otro lado, el hecho de que el gusto de Julio Trujillo guíe la antología habla muy mal de sus gustos, o de los míos. Pero eso explicaría porqué en Letras Libres usualmente publican poemas tan malos. Y no especulo sobre otras razones para esta antología, porque eso lo pueden hacer mejor mis cero lectores. Yo aquí nomás les digo que con poetas tan malacas no vale la pena lidiar.

lunes, diciembre 19, 2005

Carlos Pellicer por Dionicio Morales, ¡pa' su meche!

Tiene tiempo que no leo libros escritos por mexicanos. La poesía mexicana casi ha desaparecido de mis hábitos lectores pues siempre hallo... bueno, no voy a decir todo lo que hallo, o más bien no hallo. Ante un panorama tan desolador, decidí asomarme a lo que algunos llaman el caudal de los clásicos mexicanos del siglo XX, alejándome de mis usuales lecturas de autores europeos, que casi nunca me decepcionan. Se me ocurrió asomarme a una antología de poesía amorosa de Carlos Pellicer preparada por Dionisio Morales. ¿Qué podría tener de malo? Al parecer nada. Pero recuerdo que hace tiempo, un amigo me decía que Pellicer era uno de los poetas más sobrevaluados de nuestra poesía, y que era increíblemente malo, irregular por decir lo menos. Debo confesar que tenía toda la razón. Yo ya lo sospechaba de mis nebulosos recuerdos de algunos de sus poemas. Pero asomarse a esta antología es una aventura a la que reto al más valiente.

Para empezar, quién sabe de dónde sacaron al tal Dionisio Morales, y quién sea. Eso no importaría si fuera un buen prologuista, un buen ensayista, o un buen antologador. Pero no es nada de eso. Es un cretino que cree que quien lo lee dejó el cerebro guardado en un anaquel o algo así. La antología se llama Era mi corazón piedra de río y Morales logró estafar a tres instituciones para que publicaran semejante bazofia, deslumbrados porque se trataba de Carlos Pellicer. Increíble, pero en el CONACULTA nadie sabe leer, lo cual en el fondo no es sorpresa. Pero, ¿y el Centro Cultural Tijuana? Por el estilo. Por principio de cuentas, el prólogo de Morales es una inmundicia, y si a través de éste intenta atrapar a lector con una prosa pulida, deslumbrante, erudita, informada, cuidadosa, pues lamentablemente no lo logra, por la simple razón de que su prosa es cualquier cosa, menos algo de lo anterior.

¿No me creen? ¿Soy injusto? Cito textualmente el primer párrafo de su prólogo. Además, en el colmo de la ternura, el prólogo está dedicado a Guillermo Fernández, Guillermito, ¿no sienten ganas de llorar de la emoción? Bueno, a lo mejor no. No importa, a mí me enterneció. Es que a veces me gana lo cursi.

Bueno, sin más, lean la magnífica pieza prosística de Morales. Comentarios en rojo de un servidor:

En la obra de todo gran poeta es difícil encontrar una diversidad de registros temáticos, no importa la época ni el idioma en que haya escrito. (Observen el delicado uso del lenguaje: es difícil encontrar una diversidad de registros temáticos; ¿cómo les quedó el ojo? Juro que así empieza el prólogo. Luego vean: no importa la época, ustedes elijan a quien se les dé la gana, ni el idioma; es decir, ¡el español es un idioma, el alemán es un idioma, el italiano es un idioma, igualito que el griego o el latín! ¿Qué tal? O sea, ¿puede alguien traducir esto al castellano?) Carlos Pellicer pertenece a la estirpe (o sea, no es cualquier pendejo, sólo le falta el pedigree), ya lo dijo alguien (o sea, como no me acuerdo, vale madres quién haya sido, o si siquiera lo dijo alguien de adeveras; nótese el rigor bibliográfico), de los exagerados: prefirió pecar de incontinencia (o sea, que no podía ir a mear) —en todos los sentidos y con todos los sentidos (por delante y por detroit, por donde se pudiera)— que de avaricia. A lo largo de su obra poética, monumental porque escribió casi desde los diez hasta los ochenta años (no por ser buena, sino porque escribió un chingo), son varios los temas (por fin, ¿de veras es difícil hallar variedad temática o no lo es? ¿O ésta es otra estirpe distinta a la anterior?) que nacen y sucumben con portentosa vida (¡pa' su meche! Que nacen y sucumben con portentosa vida; no, pues está cabrón, con razón no se sabe si son muchos temas o es uno solo, si nomás nacen y mueren a lo pendejo) en la integración de su universo, gracias a su genio poético —en él podemos hablar de ello (no acerca de él, sino en él; claro, como es un pinche lascivo hay que estar encima de él, eso es lo malo de los putos)— y a que, como dice Octavio Paz, es un poeta tocado por la gracia (y uno como lector por la desgracia, al toparse con semejantes bazofias).

Bueno, hasta ahí los comicomentarios; ya ven, yo también peco de incontinencia, pero nomás a veces. Como sea, tal es la prodigiosa pieza prosística con que abre Era mi corazón piedra de río; y para que no crean que mi gandallismo se limita, nomás vean la clase de versos malacas que escribió Pellicer, y que Morales celebra lleno de esa misma lascivia e incontinencia pelliceresca; primero, impoluta, la cuarteta de marras, para que mis cero lectores se deleiten:

Dame, oh bosque, tu silencio
morado de recuerdos, todo vibrado en fa;
humedece tus labios con tu acento,
sombra de suave nombre que a una ventana da...

¡M-a-r-a-v-i-l-l-o-s-a! ¿No es verdad? Ahora, cortesía de la casa, la misma obra maestra, en edición comentada y crítica. Por supuesto, los comentarios aparecen en rojo:

Dame, oh bosque, tu silencio
morado de recuerdos (buen encabalgamiento, pero ¿un silencio morado de recuerdos? Sí, ya sé, licencia poética juvenil), todo vibrado (¿anticipación lírico-tecnológica?) en fa (y vean ahora, el gran recurso lírico musical: en fa, ¿pa' qué chingados la nota y precisamente esa nota? Ya verán el enorme logro lírico);
humedece tus labios con tu acento (buen endecasílabo),
sombra de suave nombre (una aliteración medio piñata, pero se vale) que a una ventana da... (o sea no ma... ¿para eso era el todo vibrado en fa? ¡Qué logro! ¿O era vibrador en fa?)

De veras que no sé cómo podría nadie defender semejantes versos tan malacas y ripiosos. Y si se busca, se hallan por montones versos del mismo tipo, igualmente inspirados. Pero es comprensible, ¡por el amor de Dios!, si los temas nacen y sucumben con portentosa vida. ¿Ven? Eso es lo malo de la incontinencia. Yo por eso voy a ver a mi médico, no sea que me muera por no ir a cambiarle el agua a las aceitunas.

domingo, diciembre 18, 2005

Sobre la piratería

En algunas ocasiones he platicado con Javier Armas respecto a la piratería, a cómo la tecnología del Internet y la copia de programas permite una distribución más democrática de los productos industriales a quienes por diversas razones se ven excluidos de la bonanza económica del capitalismo salvaje, que encima pretende que los excluidos sean una suerte de forajidos. Con Daniel Gutiérrez, sociólogo, he platicado sobre lo que él llama fenómenos informales, que son formas de defenderse del abuso de las grandes empresas y del mercantilismo rastraro y rampante de nuestra época. Pero si la piratería tiene su lado bueno, es indudable que también tiene su lado malo.

Justamente la recién aprobada ley contra la piratería que nuestros leales diputados nos obsequiaron como regalo de fin de año, coloca no sólo en la ilegalidad la piratería y la copia de productos, sino que de facto declara que millones de mexicanos son ahora fugitivos de la ley, pues como se sabe, desconocer la ley no es óbice para acatarla. Lo curioso de esta ley es que, como ocurre con otras tipo impositivas, sirve para promover más lo que supuestamente busca combatir. ¿Por qué no meter en orden a las aduanas, que dependen directamente del Estado? No, mejor que trabajen otros. ¿Por qué no meter en orden a los vendedores ambulantes? No, mejor seguir cargándole la mano a los contribuyentes cautivos.

En fin, que el asunto de la piratería viene a cuento no tanto por las sesudas leyes que aprueban cada fin de año nuestros brillantes representantes populares, cuanto por el hecho de que hace poco descubrí una página que denuncia la verdadera piratería, la industrial, la que lejos de beneficiar al consumidor de escasos recursos, perjudica a todos: consumidores, productores, creadores, etcétera. Son a estos piratas a quienes habría que perseguir con el garrote de los hermanos Macana (¿se acuerda alguien de esa caricatura?), y a sus cómplices que desde el Estado mismo, permiten que el mercado y la producción nacional se vea seriamente afectada.

Se trata de una página verdaderamente sensacional, divertida a más no poder, y lo sería más si no fuera por el hecho de que lo que denuncian es trágico. Parecería que piratearse una película no es tan malo si se trata de, como una suerte de Robin Hood moderno, se le roba a quien más tiene para que los que menos tengan, tengan un poco más. Y aquí, por supuesto, el rencor hacia el extranjero, léase el gringo, parece históricamente justificado: se robaron la mitad de nuestro territorio, nada perdemos con hacer que pierdan algunos dolaritos. Pero cuando el ladrón se roba algo nuestro, entonces las cosas cambian, ya no es tan divertido. O a lo mejor sí. Qué sé yo. El caso es que esta página se llama pincheschinos y está genial.

Es una página dedicada a denunciar el robo descarado que los chinos hacen por todo el mundo, empezando por el emblema del IMSS, que un pinche chino se pirateó con el paladino argumento de yo no sabía que ya existía el logo. La página está hecha por unos tipos en Monterrey, por el acento y ciertas claves en sus mensajes. Lo importante no es eso, por supuesto, sino el hecho de que la denuncia no es hecha con amarillismo o en un tono de moralidad barata, como lo que hacen los distrubuidores de películas, sino con un desenfado y un sentido del humor que han provocado que los acusen de xenófobos (me suena conocido, pues a mí también me han acusado de xenófobo, y de racista, y ya no recuerdo de qué tantas otras cosas). Lo importante es que pincheschinos es una página que pone en evidencia el grado de desfachatez y abuso de los ojos rasgados, pero con un humor ácido que es de agradecer. El enlace a la página es el siguiente: http://pincheschinos.blogspot.com



jueves, diciembre 15, 2005

Cinco instantáneas sobre la cotidianidad

Presentación
En fechas más o menos recientes recibí comentarios diversos y hasta opuestos sobre algunos poemas. En particular, después de que en algún momento leí algunos del conjunto Grund Abgrund, inédito. Uno de ellos me fue referido en el sentido de que mis poemas estaban muy bien escritos pero que se encerraban en sí mismos y dejaban al escucha o lector fuera del mismo, y que por ende resultaban incomprensibles. El otro me lo hizo Jorge Solís Arenazas, quien me señalaba las virtudes del conjunto y de cómo algunos poemas le parecían especialmente bien logrados, pero también me dijo que le gustaría ver a un José Manuel Recillas más atrevido y menos restringido, o algo así. Otro amigo, Daniel Gutiérrez, sociólogo, me decía que tal vez debería tomar aquel comentario sobre la incompresibilidad de mis poemas y escribir algunos con un lenguaje más cotidiano. Decidí tomarle la palabra, y el resultado es este poema que lleva por título Cinco instantáneas sobre la cotidianidad, el cual no sé exactamente qué refleja, pero es el resultado de aquellos comentarios. No sé si son más comprensibles que los previos o si son más atrevidos. Ya cada quien que los juzgue.

Y como punto de comparación, antes de éste, reproduzco tres poemas del volumen mencionado, Grund Abgrund, a fin que los comparen. Debo agregar sólo dos observaciones respecto de dos de los poemas de esta volumen aquí reproducidos: Vox Clamantis fue escrito en conmemoración personal del CIV aniversario luctuoso de Nietzsche, en tanto que Müßen wir zu dem Dichter gehen fue escrito en conmemoración del CLX aniversario luctuoso de Hölderlin.


Espacio entre palabra y Yo
Recuerdo la marea en Catemaco
la niebla que llegaba sin decir su nombre
el agua gris y su presagio
avejentadas lanchas con sus redes
que al vacío de mar y sal se daban

Los viejos pescadores permanecen
como un incendio en mi memoria

De aquellos días nada queda
apenas una sombra entre grisuras
y el eco de un silencio que me roza

– espacio entre palabra y Yo.



Vox clamantis
De tierra y lejanía fue ese anhelo
en que viste quietud y lo innombrable
¿acaso ir en otra dirección
no habría sido negar lo que es origen
– vencer así en mutismo lo terrible?

Quedó lo que dejaste entre cenizas
– ante uno está el vacío y tu palabra
esa expresión desnuda que es el Ser
y desnuda de su Ser sólo es frase
– ordenación de letras sin sentido

Pero en los Alpes de la mente, se Es
– una sola existencia así elevada,
al puro Olimpo de los albos templos
de un lenguaje que fosforece y calla
y ajeno igual que el dios, tu voz irrumpe.

Apenas una brasa, casi un soplo,
un eco en lontananza de ebriedad
y en tanto no descienda la hora nuestra
guardar toda amapola en el silencio
– responsabilidad que nos dejaste


Müßen wir zu dem Dichter gehen –
La casa estaba en un mar apacible
de verdes prados y canoros bosques.
En ella reposaba la madera,
los nobles instrumentos para armar
y el canto ensimismado y abismado.

¡Tan simple era la vida allí vivida,
tan hondas las imágenes surgidas
del hontanar que río y tiempo daban!
El siglo y sus revueltas son los mismos
y un abismo los une, ayer y hoy.

El mundo da la espalda, alienado,
al canto, a la forma y sus misterios,
a la espada que en la palabra está,
y mientras calla, ajenas le son
las íntimas catástrofes de siempre.

Pero hoy, como ayer, en lo apacible y lo canoro,
lo magno surgir debe como deidad de la palabra.
Quien solo está consigo, tiene esta tarea:
por el sendero ir que a la palabra lleva
no dar a nadie nada – quedarse solo, como un sol.



He aquí el nuevo poema, que en realidad es, como lo dice el título, cinco instantáneas, cinco poemas, escrito entre el 12 y el 16 de diciembre de 2005. No sé si son más atrevidos que los previos, pero tratan de ser una visión sobre el lenguaje.



Cinco instantáneas sobre la cotidianidad

Uno
Salí a pasear la noche previa,
por las oscuras calles fui
y el polvo lo engullía todo.
A una cuadra había luz,
las apacibles vacas de diciembre
pastaban en la acera equivocada
y todo era bullicio y un olvido.
Salí a ver la noche y vi parejas,
la multitud abandonaba a sí misma
vagaba sin memoria como vagabundos,
pero menesterosos, sin espíritu,
nada veían o escuchaban.
Tal vez pronto el polvazal y las ruinas
todo cubran con una noche
igual que ésta.
Y yo salí, la noche estaba allí,
y en mis zapatos sólo había polvo
y el eco de esa noche,
de esa noche en que otros, sin nombre,
hurgando en la basura y la inmundicia,
respiraban el mismo polvo
que en esas calles olvidadas
su anonimato lleva
y que en silencio limpio.
La noche previa salí a pasear.
La noche sigue aquí.


Dos
A veces las palabras simplemente no llegan.
Y uno escribe de cualquier forma,
o algunos así lo hacen
y pareciera que escribir
es algo que cualquiera puede hacer.
He escuchado versos, o palabras,
salidos de quién sabe dónde,
leídos sin astucia alguna
y escritos sabrá Dios porqué o cómo.
Y juro que he intentado escribir así,
sin más motivación que el papel llenado
o la pantalla del compiuter, como se dice en italiano,
y nada, absolutamente nada que valiera la pena
salió de tal trabajo.
Lo digo por si a alguien le interesa.


Tres
Tolerancia, la nueva mierda
que la academia ofrece a todos,
y que la prensa hipócrita repite
pues así mejor oculta su inmundo ser,
sus odres viejos y su vino rancio.
Mejor hipocresía, ocultar
el odio o la sospecha, y desviar
la mirada como si nada,
ocultar la verdad con mutilada lengua:
no tullidos ni inválidos, no viejos ni ancianos,
no putarracos, no putas ni putos
sino una inmunda lengua balbuceante
que mejor sería morder y ver sangrar
en vez de usar sensatamente
el caudal inmenso de una lengua viva.
Mejor llamar las cosas por su nombre
que babear al abrir la boca mutilada:
he escuchado a putos decirse putos,
maricones, fucking faggots, ¿qué hay de malo en eso?,
algunos de ellos hasta afirman
que les gusta la gasolina.


Cuatro
Lo esencial.
Lo simple.
Lo puro.
Lo gratuito.
Al asomarme a lo que otros han escrito
pareciera que fácil es hablar de lo esencial,
de lo que mueve al alma humana
y hace al hombre, hombre, o ser humano,
y los expertos en tal materia abundan.
Decir sus nombres sería arduo
pero hasta aristócratas he visto que hablan
de lo simple, del hambre, de la soledad,
de lo arduo que es vivir o escribir,
y pareciera que han metido en la inmundicia
sus propias manos y supieran lo que hablan.

Pero lo esencial..., lo gratuito...
¡Cómo podría saberlo yo!
Amor gratuito.
Recuerdo que hace años, en mi juventud,
Bronowski mencionaba a un plomero
que durante años en un barrio de Los Ángeles
trabajó, y de las casas se llevaba los sobrantes
rotos de porcelana, azulejos, espejos,
hierros retorcidos, y satisfechos dejaba
a sus vecinos.
Años enteros de reparar bañeras,
inodoros, regaderas, fregaderos,
tuberías y demás menesteres que un plomero
suele trabajar con mano limpia.
Y Bronowski, lo recuerdo muy bien,
dijo que un día decidió irse para siempre;
al parecer vivía en un terreno en una casa humilde
como la de cualquier obrero de las manos,
y sólo visitó a una vecina, dejándole las llaves
de aquel sitio en cuyo patio había erigido
un inmenso monumento a su trabajo:
una torre o torres construida con aquellos
restos que había tomado de tantas casas.
Así, se fue, dejando atrás aquel tesoro.
Cuando la autoridad quiso derruir aquel amasijo,
arguyendo, como siempre, razones técnicas,
la gente se opuso y protestó, y pruebas periciales
demostraron que estaba, como las pirámides egipcias
o los templos de Angkor-Vat, sólidamente edificado,
y riesgo alguno no existía.

Las torres de Watts aún están de pie.
Sólo las vi en aquel programa,
y luego en el libro de Bronowski,
y fácil me sería ir y consultarlo
y anotar aquí su nombre.
Pero eso no es lo esencial,
lo esencial es lo gratuito de aquel acto,
lo puro y simple.

Y he visto cómo tantos de lo esencial hablan,
de sus penas y sus días, del paisaje de sus pueblos,
del desierto o de la selva,
del trabajo que es vivir como vivieron,
o como dicen que vivieron.
Y de lo esencial
quién sabe qué podría yo decir.
Hay quienes saben más que yo.
Arduo sería decir sus nombres.
Yo sólo trabajo la palabra.


Zinco

Salí en la noche a despejarme un rato.
Me fui al Zinco, a beber una cerveza
y con Raymundo hablé mientras bebía
una plácida cerveza, y luego me hallé
conversando con un economista
que me hablaba de Lorca y Lope,
de su amor por el cante jondo
y los versos bien escritos,
de lingüística y el jazz de Louis Armstrong
que en ese momento sonaba alegremente,
mientras me acompañaba con su copa de vino tinto
y sólo él y yo el mundo éramos.
Salí en la noche, y nada me faltaba de repente,
todo estaba allí: me hallé en La Alameda a Medianoche
y en una banca me encontré a Leonard Bernstein
en el furor de algún Beethoven o algo así
y yo giraba en la alegría inmensa
de quien lo tiene todo y por fin lo sabe.
Llegué a la casa y sólo tomé el teléfono
para compartir mi dicha con Rebecca.
Soy feliz, me dije, ¡y pensé que nunca lo diría!

Si alguno de mis hasta ahora inexistentes lectores desea comentar los poemas o hacer alguna observación, puede sentirse con la libertad de hacerlo.