Llegó a mis manos, estimados cero lectores, casi por casualidad, una antología de poetas peruanos de, para usar la terminología tecnológica actual, de última generación, whatever that means. La antología de marras se intitula Caudal de piedra. Veinte poetas peruanos (1955-1971), editada por la UNAM y preparada, desde México, por Julio Trujillo. Una primera ojeada a vuela pluma me hizo pensar que se trataba de una basura inmunda, pero una lectura más detenida hizo que mi sarcasmo se moderara.
Dado que en realidad no sé un ápice acerca de los autores, leí una parte del prólogo primero, antes de que Trujillo comience a hablar de las diversas poéticas, y me sumergí en la lectura de los poemas sin más orientación que los textos mismos. La antología desciende cronológicamente, dejando a los más jóvenes para el final, empezando por los mayores, que tienen casi medio siglo de vida al momento de hacer la antología. Pero la lectura de la selección da un resultado desalentador. Tanto, que en un principio pensé se trataba de una antología del tipo no tengo nada mejor así que escribí estas chingaderas mientras cagaba. Me explico, los primeros “poetas” no ocultan un instante que son académicos o funcionarios huevones viajeros o calenturientos, que sólo piensan huevadas o relatan cómo andan de pito sueltos sin importar la circunstancia, es decir son zánganos sin oficio ni beneficio pero que tienen el tiempo necesario para escribir, y además les pagan por hacerlo —o sea, lo confieso, hablo por pura pinche envidia—. En cambio, un poeta que ha vivido de verdad, que no es académico, sino que vive de su trabajo, entre los seres de carne y piel, que confiesa es ebanista, Raúl Mendizábal, es un poeta mucho mejor que aquellos académicos, aunque no sea sino sólo un poco mejor que aquéllos porque ha vivido la vida a ras de tierra, y no cobijado por los cristales de un cubículo. De hecho, igual que en México, los poetas de eso que, huevonamente, podría llamarse la generación de los 50, son malacas como ellos solos. Igual que aquí, se ve a leguas que son tipos protegidos y que de lo único que conocen son sus urgencias, sus viajes por el extranjero, y que no tienen absolutamente nada que decir en realidad, pero igual escriben —igualito que aquí su contraparte generacional: ¡carajo, que alguien lo diga abiertamente! Yo de todas formas no pertenezco al establishment.
La antología está dominada por voces masculinas, y las pocas voces femeninas, apenas cuatro, no dan pie con bola, con una honrosísima excepción: Rocío Silva-Satisteban. Y no porque, como todas las mujeres, o casi todas, se la viva quejándose de los hombres —algo en lo cual, por otro lado, tienen razón: los hombres son una mierda, unos ojetes de primera: si no, vean los poemas de Pedro Granados— sino porque su voz lírica tiene una fuerza impresionante, que la lleva a superar la condición de mujer quejosa y llorona, transformando los pocos poemas que incluye la antología de ella en una muy agradable sorpresa. Pero en mi opinión, la única voz que realmente me agradó, y que se destaca del resto, es la de Rodrigo Quijano, mi contemporáneo por apenas unos meses de diferencia. La suya es la única poética que es una verdadera experiencia del lenguaje. Lo dice el propio Trujillo, con palabras un poco más torpes y superficiales, pero lo dice: “La poesía de Rodrigo Quijano hace patente un desencanto generacional [esto es, por supuesto, una pendejada, ¿cuál desencanto generacional? ¿Nomás porque él lo dice gratuitamente? Tal vez tenga razón, pero de dos poemas es imposible sacar semejante conclusión] frente a ideologías trasnochadas (lo cual le imprime un sello ideológico a su propia obra) [¿se fijan?: el desencanto generacional imprime un sello ideológico. No, pos sí; ¿no se tratará de un sello postal? Sabrá Dios] y las poéticas que las acompañan: busca su propia palabra, y si regresa es sólo para revisar qué quedó de todo ello.”
En efecto, los dos poemas de Quijano muestran un poeta que ha vivido la experiencia del lenguaje en una parte de espectro que, según yo, parecía imposible, o más bien, se halla en el extremo opuesto a lo que, en mi caso (y perdón por el auto-cebollazo), es y ha sido mi experiencia propia: de la crisis del lenguaje, de quienes abusan con palabrería sin ton ni son, recurro a la contención. Pero Quijano no. En realidad, lo que él parece hacer en estos dos poemas, y espero lo haga en los demás, es tomar al toro por los cuernos, y atacar desde la desmesura, y no desde el recogimiento y el rigor lingüístico, a quienes pergeñan toda clase de mamotretos. No significa que Quijano trabaje sin rigor, no. Eso es lo que más me entusiasma de su trabajo: trabaja con rigor absoluto, no formal, el lenguaje, la palabra.
¿Por qué se le fue un poeta así a Trujillo? Y hago la pregunta a propósito con mala leche, porque Quijano es un poeta muy distinto a los demás. Trujillo dice en su prólogo, justo donde suspendí mi lectura del mismo, para adentrarme en los poemas: “La antología de poetas es mía, y la de poemas es suya y mía”. Y, justamente un poco antes, al final del párrafo previo, dice: “No sobra decir que estos ejercicios [antológicos] no deben ser democráticos ni plebiscitarios: responden a un gusto, el del que firma, y pretenden ser contagiosos”. No sé si al hablar de contagiosos se refiera a los ejercicios o al gusto, pero si se trata de este último, pues está mal redactado: no corresponde la persona: se trata del gusto, y supongo que es éste el que debe ser contagioso, a menos que sufra de personalidades múltiples o algo por el estilo.
Pero en mi caso no lo es. Y aquí es evidente que el gusto de Trujillo se impone con claridad meridiana. Tiene un gusto evidente por el poema que funciona a manera de crónica, cercano a eso que algunos llaman, nebulosamente, la realidad y la crítica. Y aquí es donde no funcionan sus argumentos de apertura. Así empieza su prólogo: “En el ámbito hispanoamericano, pocas poesías son tan conscientes de sí mismas como la peruana. Quiero decir conscientes del eslabón que forjan en la cadena de la tradición.” ¿De veras? I don’t think so. La verdad es que los poemas que a él le entusiasman, a mí me dejan frío, y algunos hasta me hacen sentir que fui vilmente estafado. Digo, no voy a citar el poema malaca del académico que viaja en tren diciendo puras pendejadas, que Trujillo celebra con entusiasmo digno de mejor causa, o aquel otro que supuestamente es una lectura crítica a la tradición sobre Dante y Virgilio, que es una vil mamada.
Quiero que lean el siguiente poema. No comento nada después de que lo lean, amados cero lectores:
Sal si puedes II
Vivo en la casa de la poesía.
Subo despacio sus escaleras
y también, saltando, las bajo.
Me siento en la silla de la poesía,
duermo en su cama, como en su plato.
La poesía tiene ventanas
por donde se deja caer
mañanas y tardes,
y bien me cuelga una lágrima
bien sopla hasta tumbarla / Con esto
quiero decir que trae
curitas y heridas
en la misma canasta.
Yo quiero tanto a la poesía que a veces creo
que no la quiero /
El poema continúa un poco más, pero les ahorro la pena, que yo no pude evitar. De veras, pregunto: ¿Alguien cree que esto sea digno de elogio? ¿Quieren ver que tengo razón? Vuelvan a leer el poema, e imaginen que lo escuchan dicho en la voz de la pitufina, aquel enternecedor y ñoño personaje azul de hace años, como si tratara de seducir a los pitufos. Pa’ su meche, ¿no?
La verdad es que esta antología de poetas peruanos me confirma que no hay nada nuevo bajo el sol; digo, nada nuevo en términos de que no leyendo a estos poetas uno se perdiera de algo valioso o novedoso. Y por otro lado, el hecho de que el gusto de Julio Trujillo guíe la antología habla muy mal de sus gustos, o de los míos. Pero eso explicaría porqué en Letras Libres usualmente publican poemas tan malos. Y no especulo sobre otras razones para esta antología, porque eso lo pueden hacer mejor mis cero lectores. Yo aquí nomás les digo que con poetas tan malacas no vale la pena lidiar.
Dado que en realidad no sé un ápice acerca de los autores, leí una parte del prólogo primero, antes de que Trujillo comience a hablar de las diversas poéticas, y me sumergí en la lectura de los poemas sin más orientación que los textos mismos. La antología desciende cronológicamente, dejando a los más jóvenes para el final, empezando por los mayores, que tienen casi medio siglo de vida al momento de hacer la antología. Pero la lectura de la selección da un resultado desalentador. Tanto, que en un principio pensé se trataba de una antología del tipo no tengo nada mejor así que escribí estas chingaderas mientras cagaba. Me explico, los primeros “poetas” no ocultan un instante que son académicos o funcionarios huevones viajeros o calenturientos, que sólo piensan huevadas o relatan cómo andan de pito sueltos sin importar la circunstancia, es decir son zánganos sin oficio ni beneficio pero que tienen el tiempo necesario para escribir, y además les pagan por hacerlo —o sea, lo confieso, hablo por pura pinche envidia—. En cambio, un poeta que ha vivido de verdad, que no es académico, sino que vive de su trabajo, entre los seres de carne y piel, que confiesa es ebanista, Raúl Mendizábal, es un poeta mucho mejor que aquellos académicos, aunque no sea sino sólo un poco mejor que aquéllos porque ha vivido la vida a ras de tierra, y no cobijado por los cristales de un cubículo. De hecho, igual que en México, los poetas de eso que, huevonamente, podría llamarse la generación de los 50, son malacas como ellos solos. Igual que aquí, se ve a leguas que son tipos protegidos y que de lo único que conocen son sus urgencias, sus viajes por el extranjero, y que no tienen absolutamente nada que decir en realidad, pero igual escriben —igualito que aquí su contraparte generacional: ¡carajo, que alguien lo diga abiertamente! Yo de todas formas no pertenezco al establishment.
La antología está dominada por voces masculinas, y las pocas voces femeninas, apenas cuatro, no dan pie con bola, con una honrosísima excepción: Rocío Silva-Satisteban. Y no porque, como todas las mujeres, o casi todas, se la viva quejándose de los hombres —algo en lo cual, por otro lado, tienen razón: los hombres son una mierda, unos ojetes de primera: si no, vean los poemas de Pedro Granados— sino porque su voz lírica tiene una fuerza impresionante, que la lleva a superar la condición de mujer quejosa y llorona, transformando los pocos poemas que incluye la antología de ella en una muy agradable sorpresa. Pero en mi opinión, la única voz que realmente me agradó, y que se destaca del resto, es la de Rodrigo Quijano, mi contemporáneo por apenas unos meses de diferencia. La suya es la única poética que es una verdadera experiencia del lenguaje. Lo dice el propio Trujillo, con palabras un poco más torpes y superficiales, pero lo dice: “La poesía de Rodrigo Quijano hace patente un desencanto generacional [esto es, por supuesto, una pendejada, ¿cuál desencanto generacional? ¿Nomás porque él lo dice gratuitamente? Tal vez tenga razón, pero de dos poemas es imposible sacar semejante conclusión] frente a ideologías trasnochadas (lo cual le imprime un sello ideológico a su propia obra) [¿se fijan?: el desencanto generacional imprime un sello ideológico. No, pos sí; ¿no se tratará de un sello postal? Sabrá Dios] y las poéticas que las acompañan: busca su propia palabra, y si regresa es sólo para revisar qué quedó de todo ello.”
En efecto, los dos poemas de Quijano muestran un poeta que ha vivido la experiencia del lenguaje en una parte de espectro que, según yo, parecía imposible, o más bien, se halla en el extremo opuesto a lo que, en mi caso (y perdón por el auto-cebollazo), es y ha sido mi experiencia propia: de la crisis del lenguaje, de quienes abusan con palabrería sin ton ni son, recurro a la contención. Pero Quijano no. En realidad, lo que él parece hacer en estos dos poemas, y espero lo haga en los demás, es tomar al toro por los cuernos, y atacar desde la desmesura, y no desde el recogimiento y el rigor lingüístico, a quienes pergeñan toda clase de mamotretos. No significa que Quijano trabaje sin rigor, no. Eso es lo que más me entusiasma de su trabajo: trabaja con rigor absoluto, no formal, el lenguaje, la palabra.
¿Por qué se le fue un poeta así a Trujillo? Y hago la pregunta a propósito con mala leche, porque Quijano es un poeta muy distinto a los demás. Trujillo dice en su prólogo, justo donde suspendí mi lectura del mismo, para adentrarme en los poemas: “La antología de poetas es mía, y la de poemas es suya y mía”. Y, justamente un poco antes, al final del párrafo previo, dice: “No sobra decir que estos ejercicios [antológicos] no deben ser democráticos ni plebiscitarios: responden a un gusto, el del que firma, y pretenden ser contagiosos”. No sé si al hablar de contagiosos se refiera a los ejercicios o al gusto, pero si se trata de este último, pues está mal redactado: no corresponde la persona: se trata del gusto, y supongo que es éste el que debe ser contagioso, a menos que sufra de personalidades múltiples o algo por el estilo.
Pero en mi caso no lo es. Y aquí es evidente que el gusto de Trujillo se impone con claridad meridiana. Tiene un gusto evidente por el poema que funciona a manera de crónica, cercano a eso que algunos llaman, nebulosamente, la realidad y la crítica. Y aquí es donde no funcionan sus argumentos de apertura. Así empieza su prólogo: “En el ámbito hispanoamericano, pocas poesías son tan conscientes de sí mismas como la peruana. Quiero decir conscientes del eslabón que forjan en la cadena de la tradición.” ¿De veras? I don’t think so. La verdad es que los poemas que a él le entusiasman, a mí me dejan frío, y algunos hasta me hacen sentir que fui vilmente estafado. Digo, no voy a citar el poema malaca del académico que viaja en tren diciendo puras pendejadas, que Trujillo celebra con entusiasmo digno de mejor causa, o aquel otro que supuestamente es una lectura crítica a la tradición sobre Dante y Virgilio, que es una vil mamada.
Quiero que lean el siguiente poema. No comento nada después de que lo lean, amados cero lectores:
Sal si puedes II
Vivo en la casa de la poesía.
Subo despacio sus escaleras
y también, saltando, las bajo.
Me siento en la silla de la poesía,
duermo en su cama, como en su plato.
La poesía tiene ventanas
por donde se deja caer
mañanas y tardes,
y bien me cuelga una lágrima
bien sopla hasta tumbarla / Con esto
quiero decir que trae
curitas y heridas
en la misma canasta.
Yo quiero tanto a la poesía que a veces creo
que no la quiero /
El poema continúa un poco más, pero les ahorro la pena, que yo no pude evitar. De veras, pregunto: ¿Alguien cree que esto sea digno de elogio? ¿Quieren ver que tengo razón? Vuelvan a leer el poema, e imaginen que lo escuchan dicho en la voz de la pitufina, aquel enternecedor y ñoño personaje azul de hace años, como si tratara de seducir a los pitufos. Pa’ su meche, ¿no?
La verdad es que esta antología de poetas peruanos me confirma que no hay nada nuevo bajo el sol; digo, nada nuevo en términos de que no leyendo a estos poetas uno se perdiera de algo valioso o novedoso. Y por otro lado, el hecho de que el gusto de Julio Trujillo guíe la antología habla muy mal de sus gustos, o de los míos. Pero eso explicaría porqué en Letras Libres usualmente publican poemas tan malos. Y no especulo sobre otras razones para esta antología, porque eso lo pueden hacer mejor mis cero lectores. Yo aquí nomás les digo que con poetas tan malacas no vale la pena lidiar.
2 comentarios:
Como nadie te lee, que tal si te tomas la molestia de copiar al menos el único texto que valga la pena, te voy a decir porqué, no creo que el autor se enchile, pues siendo el único que valga la pena se sentiría alagado, y por otro lado pues ya para no molestarse en hojear el libro, porque comprarlo ni siquiera es una opción. Por otra parte puede haber buenos poetas peruanos o al menos buenos poemas escritos por algún peruano, solo que quien arma la antología necesita ser perdonado, pues muy probablemente no sabe lo que hace.
¡Miren!, no soy el único "conocido" que me doy vueltas en el blog del buen Recillas. ¿pa' cuando actualizas el tuyo lalo? hehehehehe
Saludos a todos.
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