Mis nestimados cero lectores, hace un par de días recibí un mail de mi amigo Javier Torres, de quien les conté del reciente estreno en la ciudad de México de una obra suya por parte de la Ofunam. Con motivo de la nota respectiva, Javier tuvo a bien hacerme algunas precisiones que vale la pena conozcan, sobre todo porque así me lo expresa él mismo. Reproduzco sus observaciones ad literam.
He decidido escribirte directamente a tu pagina despues de haber leido tu articulo que escribiste relativo a los estrenos de musica mexicana, asi no podras decir que nunca la leo.
Me da mucha alegria que hayas apreciado tanto el concierto del sabado y domingo pasados, para mí y para Carlo Chiarappa fue una experiencia muy emotiva, no solo por la musica, ya de por sí suficiente, sino por el hecho de haber reencontrado mi pasado y los amigos y personas queridas con las que descubrí tantas cosas, entre ellas tu mismo.
Deseo añadir algunas precisaciones a tu artículo, tan apasionado como subjetivo y es esto lo que he apreciado siempre en ti, como sabes bien:
1) Considero que Horacio Uribe sea un compositor con mucho talento; su pieza, sin embargo, adolecía de una enorme influncia de Shostakovitch y no del Bartok temprano, como oportunamente comenté. Espero que Horacio descubra la necesidad de encontrarse a sí mismo a traves de su admiración por tan grande maestro. Es mi mas grande augurio para el futuro.
2) No he ganado el premio "Reina Sofia" de composición, sino los premios "Reina María José" de Ginebra y "Reina Elisabeth" de Bruselas -entre otros-, siendo este último verdaderamente un Nobel de la composición.
Te agradezco infinitamente que ayudes a la difusión del disco que Stradivarius ha dedicado a mi música; es importante que dicha producción se conozca no sólo en el extranjero -donde se está difundiendo y vendiendo muy bien-, sino sobre todo en nuestro país.
Te envío desde Milan, a ti y a tus "cero lectores", un abrazo muy grande y afectuoso, deseando pronto regresar con ustedes para compartir mas obras de mi invención y sobre todo, momentos inolvidables de alegría.
Hasta entonces:
Javier Torres Maldonado
Hasta aquí las amables y pertinentes palabras de Javier Torres. Como el post de hoy es sobre música, quiero señalarles, primero: ya salió el tercer CD de la serie de La Jornada, con la Novena de Beethoven bajo la dirección de Fürtwangler. De verdad no se la pueden perder. Si ya tienen otra versión, una más no les hace daño. Y si de plano no tienen ninguna, esta es una magnífica oportunidad de empezar. Así que no se la pierdan.
Pasando a Mozart, desde hace tiempo quería hablarles de lo que su música representa. No desde la perspectiva del músico, del historiador del arte, sino desde la modesta palestra del degustador de platillos musicales exquisitos. Como bien decía Javier Torres uno de los días que convivimos, hay sólo una música: la buena, y esta música no es una sola. Abarca, por supuesto, la gran nmúsica de los grandes maestros: Bach, Beethoven, Brahms, Bartók, Mozart, y muchos otros, pero también la música popular: desde la música de pueblo (no contaminada por las grandes empresas), la ritual, la celebratoria (que no cobra derechos de autor), hasta la música de venta masiva: el jazz, el blues, el pop (bueno, cierto pop muy bien hecho), el rock (bueno, también cierto rock), la música de los dee-jays (también de ciertos dj's), etcétera.
¿Qué es Mozart, qué es su musica? ¿Por qué es importante que se acerquen a él? Más allá de las valoraciones y categorizaciones, porque se trata del músico que más elocuentemente ha hablado de lo que es el ser humano, el hombre, que mejor ha retratado lo mejor que tenemos como individuos. Y porque probablemente ningún otro artista ha colocado no sólo al hombre como género, como especie, sino sobre todo a la mujer, en un sitio de honor, de absoluta reverencia. Su música, especialmente la de madurez, escrita más o menos en los últimos diez años de su vida, es un ejemplo no sólo de genio (que por sí solo bastaría), sino de humanidad. No creo que jamás haya habido un músico más humano, más cercano al corazón del hombre, que Mozart. Recuerdo que András Schiff alguna vez dijo que la mejor definición de qué era la música de Mozart era llamarla Mozart en sí misma. En efecto, creo que de su música es imposible hablar desde el mero aspecto técnico, porque éste por sí mismo no alcanza a descifrar el misterio y la magia abrumadora de su música. Mi experiencia como melómano me impide hablar desde el aspecto técnico, desde la describción mecánica de relaciones matemáticas entre notas, timbres, melodías, cambios de tonalidad, porque todo ello, por mucho que explique porqué su música nos sacude, me sacude en la forma que lo hace, resulta insuficiente. La música de este genio es más, mucho más que la suma de sus componentes.
Cada vez que uno se acerca a una obra suya, es imposible no sentirse golpeado con esa fuerza incontenible que nada puede definir, más que su nombre mismo. Para que ustedes, mis queridos cero lectores, se aproximen a Mozart, deben hacerlo no con la idea de que van a escuchar música clásica, o música culta, o sinfónica, o como quieran llamarla, sino con la idea de que se van a asomar a los aspectos más hondos del ser humano, con mucha mayor soltura y naturalidad de lo que lo haría, por ejemplo, Shakespeare, quizá el único otro artista (no es cierto, también Dostoievsky lo hizo) que se ha asomado a las profundidades del alma humana, aunque su perspectiva (como la de Dostoievsky) sea radicalmente distinta. Confieso que Mozart me hace llorar de emoción, es capaz de conmoverme como probablemente nadie más. Por ejemplo, el adagio de su Concierto para piano en La mayor, # 23, K. 488, es una de las melodías más conmovedoras y hermosas que jamás hayan sido escritas. Al menos a mí, me deja temblando, como lo hace justamente ahora que lo escucho mientras escribo este pasaje... y me detengo para escucharlo arrobado... Lo que hace Mozart con esas pocas notas casi desnudas, en absoluta soledad sonora (que por momentos me recuerda esas apabullantes notas solitarias de Der Leiermann de Schubert al final de su Winterreise [en otra ocasión les hableré de esta prodigiosa obra maestra]), resulta verdaderamente apabullante. Si alguien quiere iniciarse en la música de Mozart, sin duda este concierto debería constituir una de sus primera obras. No es, por cierto, la única que tiene ese poder expresivo. Sobre todo, si se le considera dentro del contexto del concierto mismo, porque después viene un concierto que es pura alegría. Y en eso Mozart es genial, porque luego de la sensación de desamparo absoluto que deja el movimiento segundo, desampara al cual nunca nos abandona, por cierto, llega el movimiento conclusivo que es un ejemplo de esa alegría tan mozartiana, alegría que no es puro vaciamiento, pura vacuidad, pero tampoco es pura celebración. Hay muchas versiones de este concierto, y es difícil señalar cuál podría ser la mejor.
En otras obras Mozart hace cosas imposibles, que antes de él jamás se habían escuchado. Por ejemplo. En Don Giovanni, su obra cumbre, Mozart crea una sensación de horror, pavor, como nunca antes, y tal vez después tampoco, se había logrado. No es un terror efectista, sino uno de tipo psicológico. Igual que en el segundo movimiento del concierto # 23, recuerdo que cuando escuché la escena final, "Giá la mensa é preparata", pasé de la risa en la mesa de Don Giovanni y las bribonerías de Leporello, al más absoluto horror, y temblando, sacudido en una forma incontenible, cuando Don Giovanni acepta la invitación del Comendador a cenar y es arrastrado al inframundo. Nunca he escuchado algo similar, y todo lo logra Mozart con pura música. En el caso de esta ópera, no tengo la menor duda, la mejor versión, de lejos, es la de Sigiswald Kuijken y La Petite Bande. Impecable, con una sonoridad cálida y reconfortante, grabada en vivo en España, es espléndida, desafortunadamente es difícil de hallar en México (Brilliant editó una versión económica que se puede conseguir en Gandhi, o por Internet). Otras versiones igualmente recomendables son las de John Eliot Gardiner (Archiv) y los Solistas Barrocos Ingleses, también en vivo; la de Nikolaus Harnoncourt (Teldec) es sorprendentemente dramática (el aria Se vuol ballare, por ejemplo, es de una violencia insospechada) y por momentos parece deconstruir (para usar un término lingüístico) las versiones que se limitan a seguir la partitura con ritual parsimonia (desafortunadamente Warner México prácticamente ha desterrado al olvido los catálogos de Teldec y Erato y es casi imposible hallar grabaciones de estos sellos); la clásica de Carlo Maria Giulini (EMI), que es considerada como la grabación que estableció un nuevo parámetro en dirección y actuación, sería mi cuarta opción.
Otros pasajes asombrosos de Mozart los hallamos en, por ejemplo, la célebre ara de la Reina de la Noche, Der Holle Räche kommt in meinem Herzen, de La flauta mágica, uno de los pasajes operísticos más difíciles que se hayan escrito jamás, y que requiere de una soprano casi súper-dotada para interpretarla. Aquí sí es difícil hablar de supremacías. Si se quiere limpieza absoluta en el ataque de las notas y precisión matemática, sin duda la versión de la soprano coreana Sumi Jo, en la magnífica versión de Sir Georg Solti (Decca), es la reina indiscutible. Pero si quieren dramatismo y furia (después de todo, de eso habla esta aria), entonces la reina indiscutible es la de Editha Gruberoba, en la versión de Nikolaus Harnoncourt (Teldec), que aunque es un desastre a la hora de atacar las notas y las arrastra de una forma que da pena ajena, es sin embargo de una fuerza y una violencia de verdad impresionante. Nadie ha entendido la violencia de este pasaje como Harnoncourt, y en términos escénico-dramáticos eso compensa un poco la muy escasamente limpia versión de la Gruberoba.
Pero si quieren reír a carcajadas, por supuesto que hay muchos pasajes jocosos en Mozart. Pero mi favorito es el dueto-trío de enamorados al principio del Cosí fan tutte, donde los enamorados describen embelesados a sus amadas, y son retados a presentar pruebas de ello. La mejor versión, de calle de esta aria, es sin duda la de René Jacobs (Harmonia Mundi), tan descriptiva y llena de vida, que no es necesario saber una pizca de italiano, o asomarse al libreto, para saber qué está pasando y cómo está pasando. De calle, pero de calle, la mejor versión que he escuchado.
Por supuesto, hay emociones que son indescriptibles, que no tienen que ver con experiencias cotidianas, tangibles, pero que resultan igualmente apabullantes. Por ejemplo, el tema con variaciones, en donde Mozart es rey indiscutible, del último movimiento del Quinteto para clarinete es verdaderamente fuera de serie. Aquí el genio de Mozart se eleva a un nivel verdaderamente inconmensurable, pues una vez que uno ha escuchado este milagro de intimidad musical, ya sabe qué va a suceder al final, y sin embargo, aún sabiendo exactamente qué sucederá, cuándo y cómo, sin embargo uno es golpeado con la misma fuerza expresiva, una y otra vez, y el efecto es siempre el mismo. Una conmoción emocional impresionante.
Dije antes que para Mozart la mujer ocupó un lugar importantísimo. Sin duda, nadie ha entendido a la mujer como él. Lo mejor de sus capacidades compositivas lo puso a disposición de sus sopranos. Sus mejores arias fueron siempre para las sopranos, e indudablemente ellas le están agradecidas por una oportunidad tan gloriosa de lucimiento. Una de sus más hermosas arias es, sin duda alguna, el dueto Sull'aria del Cosí fan tutte. No pocos de los adagios y adagiettos de sus conciertos parecen sacados de sus óperas, como si esperasen a que una voz femenina tome la parte vocal.
Como pueden ver, mis estimados cero lectores, Mozart es una fuente inagotable de pasajes maravillosamente conmovedores, de música que sacude, conmueve, y nunca deja indiferente a quien la escucha. Se trate de conciertos (para violín, piano, clarinete, corno, flauta, arpa, sólo le faltó escribir para violonchello, una queja constante de ciolonchelistas), de sonatas, de misas, de óperas, Mozart siempre depara sorpreseas, pero sobre todo, una música verdaderamente inolvidable, humana como pocas, que nos permite descubrir tantas cosas de nosotros mismos. Alguna vez dije que Mozart ha salvado a más personas que cualquier ideología a lo largo del pasado siglo.
observaciones ad literam.
He decidido escribirte directamente a tu pagina despues de haber leido tu articulo que escribiste relativo a los estrenos de musica mexicana, asi no podras decir que nunca la leo.
Me da mucha alegria que hayas apreciado tanto el concierto del sabado y domingo pasados, para mí y para Carlo Chiarappa fue una experiencia muy emotiva, no solo por la musica, ya de por sí suficiente, sino por el hecho de haber reencontrado mi pasado y los amigos y personas queridas con las que descubrí tantas cosas, entre ellas tu mismo.
Deseo añadir algunas precisaciones a tu artículo, tan apasionado como subjetivo y es esto lo que he apreciado siempre en ti, como sabes bien:
1) Considero que Horacio Uribe sea un compositor con mucho talento; su pieza, sin embargo, adolecía de una enorme influncia de Shostakovitch y no del Bartok temprano, como oportunamente comenté. Espero que Horacio descubra la necesidad de encontrarse a sí mismo a traves de su admiración por tan grande maestro. Es mi mas grande augurio para el futuro.
2) No he ganado el premio "Reina Sofia" de composición, sino los premios "Reina María José" de Ginebra y "Reina Elisabeth" de Bruselas -entre otros-, siendo este último verdaderamente un Nobel de la composición.
Te agradezco infinitamente que ayudes a la difusión del disco que Stradivarius ha dedicado a mi música; es importante que dicha producción se conozca no sólo en el extranjero -donde se está difundiendo y vendiendo muy bien-, sino sobre todo en nuestro país.
Te envío desde Milan, a ti y a tus "cero lectores", un abrazo muy grande y afectuoso, deseando pronto regresar con ustedes para compartir mas obras de mi invención y sobre todo, momentos inolvidables de alegría.
Hasta entonces:
Javier Torres Maldonado
Hasta aquí las amables y pertinentes palabras de Javier Torres. Como el post de hoy es sobre música, quiero señalarles, primero: ya salió el tercer CD de la serie de La Jornada, con la Novena de Beethoven bajo la dirección de Fürtwangler. De verdad no se la pueden perder. Si ya tienen otra versión, una más no les hace daño. Y si de plano no tienen ninguna, esta es una magnífica oportunidad de empezar. Así que no se la pierdan.
Pasando a Mozart, desde hace tiempo quería hablarles de lo que su música representa. No desde la perspectiva del músico, del historiador del arte, sino desde la modesta palestra del degustador de platillos musicales exquisitos. Como bien decía Javier Torres uno de los días que convivimos, hay sólo una música: la buena, y esta música no es una sola. Abarca, por supuesto, la gran nmúsica de los grandes maestros: Bach, Beethoven, Brahms, Bartók, Mozart, y muchos otros, pero también la música popular: desde la música de pueblo (no contaminada por las grandes empresas), la ritual, la celebratoria (que no cobra derechos de autor), hasta la música de venta masiva: el jazz, el blues, el pop (bueno, cierto pop muy bien hecho), el rock (bueno, también cierto rock), la música de los dee-jays (también de ciertos dj's), etcétera.
¿Qué es Mozart, qué es su musica? ¿Por qué es importante que se acerquen a él? Más allá de las valoraciones y categorizaciones, porque se trata del músico que más elocuentemente ha hablado de lo que es el ser humano, el hombre, que mejor ha retratado lo mejor que tenemos como individuos. Y porque probablemente ningún otro artista ha colocado no sólo al hombre como género, como especie, sino sobre todo a la mujer, en un sitio de honor, de absoluta reverencia. Su música, especialmente la de madurez, escrita más o menos en los últimos diez años de su vida, es un ejemplo no sólo de genio (que por sí solo bastaría), sino de humanidad. No creo que jamás haya habido un músico más humano, más cercano al corazón del hombre, que Mozart. Recuerdo que András Schiff alguna vez dijo que la mejor definición de qué era la música de Mozart era llamarla Mozart en sí misma. En efecto, creo que de su música es imposible hablar desde el mero aspecto técnico, porque éste por sí mismo no alcanza a descifrar el misterio y la magia abrumadora de su música. Mi experiencia como melómano me impide hablar desde el aspecto técnico, desde la describción mecánica de relaciones matemáticas entre notas, timbres, melodías, cambios de tonalidad, porque todo ello, por mucho que explique porqué su música nos sacude, me sacude en la forma que lo hace, resulta insuficiente. La música de este genio es más, mucho más que la suma de sus componentes.
Cada vez que uno se acerca a una obra suya, es imposible no sentirse golpeado con esa fuerza incontenible que nada puede definir, más que su nombre mismo. Para que ustedes, mis queridos cero lectores, se aproximen a Mozart, deben hacerlo no con la idea de que van a escuchar música clásica, o música culta, o sinfónica, o como quieran llamarla, sino con la idea de que se van a asomar a los aspectos más hondos del ser humano, con mucha mayor soltura y naturalidad de lo que lo haría, por ejemplo, Shakespeare, quizá el único otro artista (no es cierto, también Dostoievsky lo hizo) que se ha asomado a las profundidades del alma humana, aunque su perspectiva (como la de Dostoievsky) sea radicalmente distinta. Confieso que Mozart me hace llorar de emoción, es capaz de conmoverme como probablemente nadie más. Por ejemplo, el adagio de su Concierto para piano en La mayor, # 23, K. 488, es una de las melodías más conmovedoras y hermosas que jamás hayan sido escritas. Al menos a mí, me deja temblando, como lo hace justamente ahora que lo escucho mientras escribo este pasaje... y me detengo para escucharlo arrobado... Lo que hace Mozart con esas pocas notas casi desnudas, en absoluta soledad sonora (que por momentos me recuerda esas apabullantes notas solitarias de Der Leiermann de Schubert al final de su Winterreise [en otra ocasión les hableré de esta prodigiosa obra maestra]), resulta verdaderamente apabullante. Si alguien quiere iniciarse en la música de Mozart, sin duda este concierto debería constituir una de sus primera obras. No es, por cierto, la única que tiene ese poder expresivo. Sobre todo, si se le considera dentro del contexto del concierto mismo, porque después viene un concierto que es pura alegría. Y en eso Mozart es genial, porque luego de la sensación de desamparo absoluto que deja el movimiento segundo, desampara al cual nunca nos abandona, por cierto, llega el movimiento conclusivo que es un ejemplo de esa alegría tan mozartiana, alegría que no es puro vaciamiento, pura vacuidad, pero tampoco es pura celebración. Hay muchas versiones de este concierto, y es difícil señalar cuál podría ser la mejor.
En otras obras Mozart hace cosas imposibles, que antes de él jamás se habían escuchado. Por ejemplo. En Don Giovanni, su obra cumbre, Mozart crea una sensación de horror, pavor, como nunca antes, y tal vez después tampoco, se había logrado. No es un terror efectista, sino uno de tipo psicológico. Igual que en el segundo movimiento del concierto # 23, recuerdo que cuando escuché la escena final, "Giá la mensa é preparata", pasé de la risa en la mesa de Don Giovanni y las bribonerías de Leporello, al más absoluto horror, y temblando, sacudido en una forma incontenible, cuando Don Giovanni acepta la invitación del Comendador a cenar y es arrastrado al inframundo. Nunca he escuchado algo similar, y todo lo logra Mozart con pura música. En el caso de esta ópera, no tengo la menor duda, la mejor versión, de lejos, es la de Sigiswald Kuijken y La Petite Bande. Impecable, con una sonoridad cálida y reconfortante, grabada en vivo en España, es espléndida, desafortunadamente es difícil de hallar en México (Brilliant editó una versión económica que se puede conseguir en Gandhi, o por Internet). Otras versiones igualmente recomendables son las de John Eliot Gardiner (Archiv) y los Solistas Barrocos Ingleses, también en vivo; la de Nikolaus Harnoncourt (Teldec) es sorprendentemente dramática (el aria Se vuol ballare, por ejemplo, es de una violencia insospechada) y por momentos parece deconstruir (para usar un término lingüístico) las versiones que se limitan a seguir la partitura con ritual parsimonia (desafortunadamente Warner México prácticamente ha desterrado al olvido los catálogos de Teldec y Erato y es casi imposible hallar grabaciones de estos sellos); la clásica de Carlo Maria Giulini (EMI), que es considerada como la grabación que estableció un nuevo parámetro en dirección y actuación, sería mi cuarta opción.
Otros pasajes asombrosos de Mozart los hallamos en, por ejemplo, la célebre ara de la Reina de la Noche, Der Holle Räche kommt in meinem Herzen, de La flauta mágica, uno de los pasajes operísticos más difíciles que se hayan escrito jamás, y que requiere de una soprano casi súper-dotada para interpretarla. Aquí sí es difícil hablar de supremacías. Si se quiere limpieza absoluta en el ataque de las notas y precisión matemática, sin duda la versión de la soprano coreana Sumi Jo, en la magnífica versión de Sir Georg Solti (Decca), es la reina indiscutible. Pero si quieren dramatismo y furia (después de todo, de eso habla esta aria), entonces la reina indiscutible es la de Editha Gruberoba, en la versión de Nikolaus Harnoncourt (Teldec), que aunque es un desastre a la hora de atacar las notas y las arrastra de una forma que da pena ajena, es sin embargo de una fuerza y una violencia de verdad impresionante. Nadie ha entendido la violencia de este pasaje como Harnoncourt, y en términos escénico-dramáticos eso compensa un poco la muy escasamente limpia versión de la Gruberoba.
Pero si quieren reír a carcajadas, por supuesto que hay muchos pasajes jocosos en Mozart. Pero mi favorito es el dueto-trío de enamorados al principio del Cosí fan tutte, donde los enamorados describen embelesados a sus amadas, y son retados a presentar pruebas de ello. La mejor versión, de calle de esta aria, es sin duda la de René Jacobs (Harmonia Mundi), tan descriptiva y llena de vida, que no es necesario saber una pizca de italiano, o asomarse al libreto, para saber qué está pasando y cómo está pasando. De calle, pero de calle, la mejor versión que he escuchado.
Por supuesto, hay emociones que son indescriptibles, que no tienen que ver con experiencias cotidianas, tangibles, pero que resultan igualmente apabullantes. Por ejemplo, el tema con variaciones, en donde Mozart es rey indiscutible, del último movimiento del Quinteto para clarinete es verdaderamente fuera de serie. Aquí el genio de Mozart se eleva a un nivel verdaderamente inconmensurable, pues una vez que uno ha escuchado este milagro de intimidad musical, ya sabe qué va a suceder al final, y sin embargo, aún sabiendo exactamente qué sucederá, cuándo y cómo, sin embargo uno es golpeado con la misma fuerza expresiva, una y otra vez, y el efecto es siempre el mismo. Una conmoción emocional impresionante.
Dije antes que para Mozart la mujer ocupó un lugar importantísimo. Sin duda, nadie ha entendido a la mujer como él. Lo mejor de sus capacidades compositivas lo puso a disposición de sus sopranos. Sus mejores arias fueron siempre para las sopranos, e indudablemente ellas le están agradecidas por una oportunidad tan gloriosa de lucimiento. Una de sus más hermosas arias es, sin duda alguna, el dueto Sull'aria del Cosí fan tutte. No pocos de los adagios y adagiettos de sus conciertos parecen sacados de sus óperas, como si esperasen a que una voz femenina tome la parte vocal.
Como pueden ver, mis estimados cero lectores, Mozart es una fuente inagotable de pasajes maravillosamente conmovedores, de música que sacude, conmueve, y nunca deja indiferente a quien la escucha. Se trate de conciertos (para violín, piano, clarinete, corno, flauta, arpa, sólo le faltó escribir para violonchello, una queja constante de ciolonchelistas), de sonatas, de misas, de óperas, Mozart siempre depara sorpreseas, pero sobre todo, una música verdaderamente inolvidable, humana como pocas, que nos permite descubrir tantas cosas de nosotros mismos. Alguna vez dije que Mozart ha salvado a más personas que cualquier ideología a lo largo del pasado siglo.
observaciones ad literam.
2 comentarios:
El poder de las ideologías nos obliga a dar la vida por ellas; conforman una tentación de morir. La música, en cambio, nos contagia de vida.
Cuando dices que Mozart ha comprendido a la mujer mejor que nadie, intuyo que no te refieres únicamente a que se impregnó de ellas (las mujeres) para poder darles obras donde desplegar con anchurosidad sus virtudes vocales; tal vez un día quieras desarrollar lo que aquí es un apunte (a mí me gustaría, porque, tal como lo dejas, resulta algo enigmático).
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