domingo, enero 15, 2006

Un recado weberiano a los marxistas

Me referí en un post previo a este asunto de la seriedad de la literatura. Pero esto es muy general, suena a terminología médica o algo así. Algo similar se puede decir de eso que llamamos lo esencial; por eso quizá convenga hablar en términos un poco más cercanos, que no sé si precisos. Los diversos comentarios que aquí y allá han dejado algunos cero lectores que amablemente se han molestado en leer lo que aquí se publica, indica que hay a quienes parece importarles estos asuntos tan poco relevantes para la vida o el tejido social de nuestros días.
Naturalmente, es curioso que varios de esos lectores pertenezcan al gremio editorial, y no exactamente al de los creadores (aunque sé que hay algunos colegas de ese gremio que me leen aunque no dejen mensajes). Es decir, son personas del mundo de la cultura, que es como decir el mundo del entretenimiento, y no al del arte. Ello, por supuesto, no descalifica sus opiniones, pero sí los coloca en el peligroso terreno de las buenas intenciones, de los deseos frustrados. Parece fácil hablar del mundo del arte desde afuera, desde la lectura de Pérez Reverte; es fácil hablar de pasiones literarias cuando no se tiene un compromiso con lo esencial, y en ese sentido lo esencial podría ser, y perdón por usar la primera persona del singular, la relación con la palabra, la relación carnal, directa, con ella. No con las ideas, no con el mundo de las personas siquiera, con las ideologías; no con ese orbe de productos mercantiles llamados libros que frustra a tantos que soñaron con ser escritores. Pero aquí también hay algo que no se debe pasar por alto: cualquiera puede escribir, y ese sólo hecho lo convierte en escritor, sin importar la calidad o profundidad de lo escrito, sin importar, siquiera, la posibilidad de ver publicado lo escrito. Pero ser autor es otro asunto. Para serlo, hay que ganarse el título. Es lo mismo a lo que me referí al mencionar la tesis de Benn respecto a que no se nace genio, sino se deviene. No se nace autor, sino se deviene autor. Escritor lo puede ser cualquiera.
Tiene razón Daniel Espartaco (aunque su comentario quedó en un post que no tenía nada que ver con estos temas, algo que pienso arreglar pronto) cuando señala que tal vez lo ideal consista en "ser un buen escritor menor" y "en la posibilidad de escribir un buen libro, de decir algunas cosas, de ser coherente, honesto". Eso es lo que llamo una relación primaria con la palabra. No la aspiración a pagar las cuentas con lo que se escribe, no a ganar becas o premios o a publicar, sino simplemente a ser coherente. ¿Se puede ser más claro? No lo creo. Por supuesto, esa relación primaria con la palabra es el principio, pero no lo es todo. Espartaco nos recuerda que el artista no trabaja solo, pero habría que recordar que una cosa es el hombre, y otra la palabra, el pensamiento, la obra.
Nuestra relación, a la postre, es siempre con ella: con la palabra, con la obra. Ésa es mi opinión, ésa mi postura en relación con la literatura. Mi definición de ella no puede ser más restrictiva. La razón de ello está en el hecho de que la mayoría suele definirla de manera tan extensiva que termina por no significar absolutamente nada, o por referirse a asuntos o ámbitos que tienen tan poco que ver con la literatura que en los hechos no son literatura. Por eso Borges se refería a Quevedo como "una extensa literatura", justamente para evitar esa extrapolación abusiva y absurda de referirse a los autores, a los personajes, a los libros, a las ediciones, a todo ese fetichismo cultivado por los lectores, por los editores, a todo eso que según Espartaco hace la literatura. Nada de eso hace la literatura. Todo eso es posterior a la literatura, a la creación de la literatura.
No basta la literatura, o el arte, para cambiar el mundo. Cualquier marxista que piense eso es un optimista desenfrenado. Y sabemos que Marx lo era, pues pensaba que se podía cambiar el mundo. Pero Weber no lo era, y sabemos quién tuvo al final razón, de quién ha sido más difícil colgarse y manipular sus ideas en beneficio propio. Nadie ha muerto por causa de Weber. Nadie ha sido oprimido por sus ideas o lo ha sido en nombre suyo. Por eso mi actitud es aún más humilde, más hipócritamente humilde tal vez, que la de Espartaco. Sólo deseo que la palabra brote con la menor intervención posible mía, que florezca en medio de la ignominia. Ni siquiera aspiro a la gloria o a la honestidad intelectual de ponerme epítetos. Sí sé qué se puede lograr cuando la palabra surge y se despliega en la pantalla de la computadora, cuando trabajo para ella y no para mí, no para otros.
Ésa es la relación que trato de tener con la literatura. Ésa es la que me gustaría hubiera más. Pero yo, igual que Weber, nunca he sido optimista. Eso se lo dejo a los marxistas.

1 comentario:

Mariana Orantes dijo...

Confío en la idea de la sinceridad, me agrada más. También confío en que la palabra, la obra son parte del hombre a tal grado que no se pueden separar. Por eso creo que el artista debe ser honesto, tanto con lo que crea, como con el mismo. Y es de honestidad decir lo que sucede: el "escritor" (autor) está rodeado de muchas cosas que si bien no se quieren ver, están presentes. Desde que tiene que comer hasta que se envuelve en pretenciones. La literatura está en el genio del artista (y no digo que el artista tenga que ser un genio.) que logra ser sincero, que retrata su tiempo, que es coherente, como dice Daniel E. Tal vez la literatura y el arte no basten para cambiar al mundo, pero pueden cambiar a las personas y su visión... o al menos eso se espera. tal vez mis argumentos sean menos válidos por ver desde afuera, no lo sé. Yo prefiero el optimismo, porque ahí hay algo más... =) Saludos, muchos saludos.