sábado, enero 21, 2006

Plaza de la Constitución. Un poema


Ya amanece en Ciudad de México, y para los que desprecian estúpidamente esta ciudad, les dejo este poema que escribí hace tiempo, en espera de la opinión de mis cero lectores.

Plaza de la Constitución

En esta oscura plancha no hay memoria,
tal vez por eso el tiempo aquí no pesa
y el hombre aquí sus vidas ve pasar,
y en la nada sus anhelos.
El hombre cotidiano simplemente se abandona,
tal que otros hace siglos aquí sus muchos años consumieron
a otros desdichados más que ellos persiguiendo
sin otro afán que el sanguinario desollar del tiempo.
Después de tanta sangre y tantos siglos,
es comprensible que aquélla se transforme
en un motín de mugre que lo invade todo
y en un delirio, aquéllos, perdido en el tumulto
que aquí se desarrolla.
Si alguna vez aquí los árboles
su reino emplazar quisieron,
una oscura potestad en la ignominia lo impidió.
Aquí recuerdo haber vivido ya las lluvias,
las altas horas en que el sol se divertía
con la gente al amparo danzarín de una bandera
que cumple cada día, si alguna multitud no tiene
mejor ocupación para su ocio, su destino a media tarde.

Si en otro tiempo la memoria se empeñó en olvido ser,
nada ha cambiado con el paso de los años,
y en el sitio donde los recuerdos debieran germinar,
un falo inmenso emerge de la estéril mancha
a cuya sombra impenetrable permanece,
igual que el eco de aquel inútil faro
que en otras noches se empeñaba en esperar
a las barcazas de indómitos Carontes que jamás llegaron,
como un destino en el Tártaro perdido
o un navío de cemento armado en la mar hundido.
Tal vez esa bandera y su estéril mástil
en su magnífica estatura nos recuerda
que el tiempo en que los héroes y las guerras
aquí sembraban por un futuro su esplendor,
fragmentados acabaron.

Las altivas ceremonias militares que congregan día con día
a un pueblo que empeñoso permanece
aguardando acaso una magnífica copulación
que nunca llega,
ilustran lo inútil de afanes tales,
que nada es bello por más afeites rebuscados
y concursos en pos de su renovación se instauren:
a nadie importa semejante pompa
en nombre de una yerma herencia.

Pero la historia se hace con palabras,
igual que la memoria desta tierra
ahora en el oprobio de los años
y la sangre derramada y sin sentido
de un largo devenir en lo insondable
hacia la ruina perpetuada.
Si en otro tiempo el río de la sangre algún sentido tuvo,
si alguna gloria había en dar la vida hacia lo abstracto,
tal vez mejor futuro los salvajes construyeron
dejando sólo en tierra la tierra que sus cuerpos eran.
No queda ese consuelo entre nosotros.

Todo es un polvo fino sin palabras.

Abril 21, 1999

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