jueves, diciembre 15, 2005

Cinco instantáneas sobre la cotidianidad

Presentación
En fechas más o menos recientes recibí comentarios diversos y hasta opuestos sobre algunos poemas. En particular, después de que en algún momento leí algunos del conjunto Grund Abgrund, inédito. Uno de ellos me fue referido en el sentido de que mis poemas estaban muy bien escritos pero que se encerraban en sí mismos y dejaban al escucha o lector fuera del mismo, y que por ende resultaban incomprensibles. El otro me lo hizo Jorge Solís Arenazas, quien me señalaba las virtudes del conjunto y de cómo algunos poemas le parecían especialmente bien logrados, pero también me dijo que le gustaría ver a un José Manuel Recillas más atrevido y menos restringido, o algo así. Otro amigo, Daniel Gutiérrez, sociólogo, me decía que tal vez debería tomar aquel comentario sobre la incompresibilidad de mis poemas y escribir algunos con un lenguaje más cotidiano. Decidí tomarle la palabra, y el resultado es este poema que lleva por título Cinco instantáneas sobre la cotidianidad, el cual no sé exactamente qué refleja, pero es el resultado de aquellos comentarios. No sé si son más comprensibles que los previos o si son más atrevidos. Ya cada quien que los juzgue.

Y como punto de comparación, antes de éste, reproduzco tres poemas del volumen mencionado, Grund Abgrund, a fin que los comparen. Debo agregar sólo dos observaciones respecto de dos de los poemas de esta volumen aquí reproducidos: Vox Clamantis fue escrito en conmemoración personal del CIV aniversario luctuoso de Nietzsche, en tanto que Müßen wir zu dem Dichter gehen fue escrito en conmemoración del CLX aniversario luctuoso de Hölderlin.


Espacio entre palabra y Yo
Recuerdo la marea en Catemaco
la niebla que llegaba sin decir su nombre
el agua gris y su presagio
avejentadas lanchas con sus redes
que al vacío de mar y sal se daban

Los viejos pescadores permanecen
como un incendio en mi memoria

De aquellos días nada queda
apenas una sombra entre grisuras
y el eco de un silencio que me roza

– espacio entre palabra y Yo.



Vox clamantis
De tierra y lejanía fue ese anhelo
en que viste quietud y lo innombrable
¿acaso ir en otra dirección
no habría sido negar lo que es origen
– vencer así en mutismo lo terrible?

Quedó lo que dejaste entre cenizas
– ante uno está el vacío y tu palabra
esa expresión desnuda que es el Ser
y desnuda de su Ser sólo es frase
– ordenación de letras sin sentido

Pero en los Alpes de la mente, se Es
– una sola existencia así elevada,
al puro Olimpo de los albos templos
de un lenguaje que fosforece y calla
y ajeno igual que el dios, tu voz irrumpe.

Apenas una brasa, casi un soplo,
un eco en lontananza de ebriedad
y en tanto no descienda la hora nuestra
guardar toda amapola en el silencio
– responsabilidad que nos dejaste


Müßen wir zu dem Dichter gehen –
La casa estaba en un mar apacible
de verdes prados y canoros bosques.
En ella reposaba la madera,
los nobles instrumentos para armar
y el canto ensimismado y abismado.

¡Tan simple era la vida allí vivida,
tan hondas las imágenes surgidas
del hontanar que río y tiempo daban!
El siglo y sus revueltas son los mismos
y un abismo los une, ayer y hoy.

El mundo da la espalda, alienado,
al canto, a la forma y sus misterios,
a la espada que en la palabra está,
y mientras calla, ajenas le son
las íntimas catástrofes de siempre.

Pero hoy, como ayer, en lo apacible y lo canoro,
lo magno surgir debe como deidad de la palabra.
Quien solo está consigo, tiene esta tarea:
por el sendero ir que a la palabra lleva
no dar a nadie nada – quedarse solo, como un sol.



He aquí el nuevo poema, que en realidad es, como lo dice el título, cinco instantáneas, cinco poemas, escrito entre el 12 y el 16 de diciembre de 2005. No sé si son más atrevidos que los previos, pero tratan de ser una visión sobre el lenguaje.



Cinco instantáneas sobre la cotidianidad

Uno
Salí a pasear la noche previa,
por las oscuras calles fui
y el polvo lo engullía todo.
A una cuadra había luz,
las apacibles vacas de diciembre
pastaban en la acera equivocada
y todo era bullicio y un olvido.
Salí a ver la noche y vi parejas,
la multitud abandonaba a sí misma
vagaba sin memoria como vagabundos,
pero menesterosos, sin espíritu,
nada veían o escuchaban.
Tal vez pronto el polvazal y las ruinas
todo cubran con una noche
igual que ésta.
Y yo salí, la noche estaba allí,
y en mis zapatos sólo había polvo
y el eco de esa noche,
de esa noche en que otros, sin nombre,
hurgando en la basura y la inmundicia,
respiraban el mismo polvo
que en esas calles olvidadas
su anonimato lleva
y que en silencio limpio.
La noche previa salí a pasear.
La noche sigue aquí.


Dos
A veces las palabras simplemente no llegan.
Y uno escribe de cualquier forma,
o algunos así lo hacen
y pareciera que escribir
es algo que cualquiera puede hacer.
He escuchado versos, o palabras,
salidos de quién sabe dónde,
leídos sin astucia alguna
y escritos sabrá Dios porqué o cómo.
Y juro que he intentado escribir así,
sin más motivación que el papel llenado
o la pantalla del compiuter, como se dice en italiano,
y nada, absolutamente nada que valiera la pena
salió de tal trabajo.
Lo digo por si a alguien le interesa.


Tres
Tolerancia, la nueva mierda
que la academia ofrece a todos,
y que la prensa hipócrita repite
pues así mejor oculta su inmundo ser,
sus odres viejos y su vino rancio.
Mejor hipocresía, ocultar
el odio o la sospecha, y desviar
la mirada como si nada,
ocultar la verdad con mutilada lengua:
no tullidos ni inválidos, no viejos ni ancianos,
no putarracos, no putas ni putos
sino una inmunda lengua balbuceante
que mejor sería morder y ver sangrar
en vez de usar sensatamente
el caudal inmenso de una lengua viva.
Mejor llamar las cosas por su nombre
que babear al abrir la boca mutilada:
he escuchado a putos decirse putos,
maricones, fucking faggots, ¿qué hay de malo en eso?,
algunos de ellos hasta afirman
que les gusta la gasolina.


Cuatro
Lo esencial.
Lo simple.
Lo puro.
Lo gratuito.
Al asomarme a lo que otros han escrito
pareciera que fácil es hablar de lo esencial,
de lo que mueve al alma humana
y hace al hombre, hombre, o ser humano,
y los expertos en tal materia abundan.
Decir sus nombres sería arduo
pero hasta aristócratas he visto que hablan
de lo simple, del hambre, de la soledad,
de lo arduo que es vivir o escribir,
y pareciera que han metido en la inmundicia
sus propias manos y supieran lo que hablan.

Pero lo esencial..., lo gratuito...
¡Cómo podría saberlo yo!
Amor gratuito.
Recuerdo que hace años, en mi juventud,
Bronowski mencionaba a un plomero
que durante años en un barrio de Los Ángeles
trabajó, y de las casas se llevaba los sobrantes
rotos de porcelana, azulejos, espejos,
hierros retorcidos, y satisfechos dejaba
a sus vecinos.
Años enteros de reparar bañeras,
inodoros, regaderas, fregaderos,
tuberías y demás menesteres que un plomero
suele trabajar con mano limpia.
Y Bronowski, lo recuerdo muy bien,
dijo que un día decidió irse para siempre;
al parecer vivía en un terreno en una casa humilde
como la de cualquier obrero de las manos,
y sólo visitó a una vecina, dejándole las llaves
de aquel sitio en cuyo patio había erigido
un inmenso monumento a su trabajo:
una torre o torres construida con aquellos
restos que había tomado de tantas casas.
Así, se fue, dejando atrás aquel tesoro.
Cuando la autoridad quiso derruir aquel amasijo,
arguyendo, como siempre, razones técnicas,
la gente se opuso y protestó, y pruebas periciales
demostraron que estaba, como las pirámides egipcias
o los templos de Angkor-Vat, sólidamente edificado,
y riesgo alguno no existía.

Las torres de Watts aún están de pie.
Sólo las vi en aquel programa,
y luego en el libro de Bronowski,
y fácil me sería ir y consultarlo
y anotar aquí su nombre.
Pero eso no es lo esencial,
lo esencial es lo gratuito de aquel acto,
lo puro y simple.

Y he visto cómo tantos de lo esencial hablan,
de sus penas y sus días, del paisaje de sus pueblos,
del desierto o de la selva,
del trabajo que es vivir como vivieron,
o como dicen que vivieron.
Y de lo esencial
quién sabe qué podría yo decir.
Hay quienes saben más que yo.
Arduo sería decir sus nombres.
Yo sólo trabajo la palabra.


Zinco

Salí en la noche a despejarme un rato.
Me fui al Zinco, a beber una cerveza
y con Raymundo hablé mientras bebía
una plácida cerveza, y luego me hallé
conversando con un economista
que me hablaba de Lorca y Lope,
de su amor por el cante jondo
y los versos bien escritos,
de lingüística y el jazz de Louis Armstrong
que en ese momento sonaba alegremente,
mientras me acompañaba con su copa de vino tinto
y sólo él y yo el mundo éramos.
Salí en la noche, y nada me faltaba de repente,
todo estaba allí: me hallé en La Alameda a Medianoche
y en una banca me encontré a Leonard Bernstein
en el furor de algún Beethoven o algo así
y yo giraba en la alegría inmensa
de quien lo tiene todo y por fin lo sabe.
Llegué a la casa y sólo tomé el teléfono
para compartir mi dicha con Rebecca.
Soy feliz, me dije, ¡y pensé que nunca lo diría!

Si alguno de mis hasta ahora inexistentes lectores desea comentar los poemas o hacer alguna observación, puede sentirse con la libertad de hacerlo.

2 comentarios:

Eduardo Romero dijo...

No sabría decir algo suficientemente inteligente de estos poemas, me agradaron más Cuatro y Zinco que el resto aunque aquellos tienen imágenes bastante inspiradas e inspiradoras. Celebro tu acercamiento al lenguaje más común y me gustaría ver algún día algún otro acercamiento a la cotidianidad. Nomás con pies de plomo.

Anónimo dijo...

...las palabras por más cotidianas que parezcan, raramente se comprenden; querido amigo, los dos homenajes son tentadoramente apasionados, mostrando el acercamiento y la admiración hacia el cotidiano convertido en poesía.
Las cinco sobre la cotianidad, me han tocado hondamente, sobre todo porque habito el espacio tiempo mencionado, tal vez mis "instantáneas" sean redactadas de forma diferente, más leer la percepción cotidiana del otro te hace sentir más afortunado de lo que casi nunca te das cuenta.