Me parecen muy interesante las observaciones de Eratóstenes Horamarcada, uno de mis dilectos cero lectores, y estaría de acuerdo con ellas si no fuera porque el aspecto central de la argumentación de Gombrowicz, y en su segundo texto ahí lo señala, es qué tan cierto es que la "poesía en verso no le gusta a nadie". Como lo demuestro, en estrictos términos matemáticos, y considerando toda la población del planeta hoy en día, el resultado es que no le gusta a nadie, en términos porcentuales.
Me parece más bien que deberíamos preguntarnos qué es lo que le molesta tanto a Gombrowicz. Creo que es una falsedad de su parte señalar que la gente se postra ante los poetas, si son precisamente una minoría. Lo que Gombrowicz quiere subrayar es su oposición a lo que él llama Formas que dominan al hombre. Esto es natural en alguien que nació en la aristocracia polaca y vivió invasiones y el atrabilario régimen comunista polaco. Para eso no necesitaba dirigirse a los poetas ya que su trabajo novelístico habla al respecto muy claramente. Más bien creo que se trata de un ejemplo más de alguien que elabora todo un tinglado intelectual para justificar una fobia: en este caso, a los poetas. Pero como en toda generalización, Gombrowicz no se molesta siquiera en poner ejemplos, hasta que algún poeta, ingenuo, como Milosz, se siente aludido. Si alguien lee el texto de Gombrowicz, se sentirá decepcionado al no hallar un solo ejemplo real de todas sus generalizaciones. Y lo que me parece más triste es que al parecer tal fobia se basa más bien en otro asunto, histórica y políticamente enmarcado. No es la primera vez, ciertamente, que veo a alguien utilizar a los poetas, o a la figura el poeta, para ejemplificar una teoría absurda, una fobia o admiración que tiene otro origen.
Tal es el caso del narrador mexicano Mario González Suárez, para quien la figura del poeta es una de sus piedras de toque, su figura mítica preferida, a la cual dedica un cuento, "El poeta", el cual, como en el caso de Gombrowicz, sólo muestra el otro lado de la moneda. Si supuestamente Gombrowicz aborrece a los poetas y "su poder", por el contrario González Suárez los admira, pero igual que el polaco con su fobia, éste no es capaz de decirnos algo coherente del poeta. Al leer su cuento uno se siente estafado, y descubre con tristeza que González Suárez admira a los poetas por oscuras razones (probablemente porque no sabe cómo se escribe un poema y quisiera escribir poesía en vez de narrativa -its only a guess) y que, igual que Gombrowicz, no es capaz de transmitirnos algo medianamente inteligible. Antes bien, igual que Gombrowicz, descubrimos que González Suárez no tiene nada absolutamente digno o inteligible que decir respecto a la figura del poeta. Juan Oronoz, el ficticio poeta de su cuento, es un espantapájaros, una figura vacía, carente de interés desde cualquier punto de vista que se le quiera ver por la sencilla razón de que este personaje es una invención ridícula y no tiene un modelo real del cuál partir. Es lamentable que González Suárez admire tanto a la figura del poeta, y no tenga nada importante que decir de él, lo que en otras palabras quiere decir que no ha reflexionado absolutamente nada ni ha leído lo que otros hayan dicho sobre la actividad creativa del poeta, comenzando por Platón y Aristóteles.
Pero en estos extremos tenemos el común denominador de esta ecuación: dos narradores, que usan la figura del poeta para mostrar más que razonamientos, su supina ignorancia al respecto. Porque en el fondo esta fascinación/odio se basa, como todas, en la ignorancia, en la actitud pasiva ante un fenómeno que sobrepasa la capacidad de reacción de los testigos. ¿No dice acaso el propio Gombrowicz, en un claro ejemplo de su incapacidad ante la poesía, que para entender el Paraíso de Milton hace falta una capacidad sobrehumana? ¿Cómo esperamos que él, un simple narrador, entienda a un poema, a un poeta? Lo más que podemos esperar de él es la burla, la destrucción, y eso hace con la Divina Comedia. Y antes de que cualquiera busque cómo defender este lamentable ejercicio a posteriori de pseudohermenéutica, debemos recordar lo que dijo Ernst Jünger: "Hoy cualquiera puede escribir una Odisea, lo que hace falta es otro Homero". Así que el ejercicio de Gombrowicz con el poema de Dante no es más que otro espantapájaros en un trigal. Sus versos, o pseudoversos, son tan lamentables como los que González Suárez pone como ejemplos de su Oronoz.
Más inteligente es Hermann Broch, a quien Gombrowicz cita, pues aunque también éste escribió poesía, con regular fortuna, no resultan ni los versos vacíos de merolico que escribió Joyce ni, por supuesto, las ridiculeces de Gombrowicz o las de González Suárez. ¿Qué hace Broch frente al misterio de la creación? No se postra, como pretende Gombrowicz, sino la parodia -parodia en el sentido barroco, recuérdese el ejemplo de Bach con la obra de Vivaldi y Telemann. Es por eso que ni siquiero creo que Gombrowicz tenga sentido del humor, no al menos en su exposición contra los poetas. Más bien me parece verlo rasgándose las vestiduras, en actitud de sepulcros blanqueados. Su enojo en contra de los poetas es genuino. Pero creo que es más bien un berrinche, y como tal no va dirigido contra nadie en concreto. Sus generalizaciones se pierden en el vacío y toda su argumentación en torno a la belleza, a la necesidad de que ésta nos guste son solo un desplante para justificar el berrinche.
Estoy convencido que Contra los poetas podría haber sido un texto grandioso si Gombrowicz hubiera usado otro tipod e argumentación. En lugar de eso, se pierde, como el Barón rampante de Calvino, entre las ramas porque no aterriza sus acusaciones, porque no es capaz de poner ejemplos concretos, porque dirige su ataque a la "poesía" y después aclara que es a la "poesía pura", un invento literario de las postrimerías del siglo XIX y alboras del XX; porque cuandoi repasa la historia, nos relata un cuento indigno de cualquier narrador mediocre, con concursos de poetas en los cuals al final hasta ellos mismos se aburren... y un largo etcétera de malabares intelectuales que no demuestran absolutamente nada y que resultan una pérdida miserable de tiempo si, como es mi caso, uno espera una argumentación no digamos brillante, pero al menos sustentada. Y para no dejar el ego a un lado, deseo recordar que yo ya me he referido a este asunto, a saber, en palabras de Juan Carvajal, "¿Son los poetas despreciables? A juzgar por su comportamiento, sí", cuando me referí a la responsabilidad compartid que hay en quien lee un texto y en quien lo escribe.
Reitero mi evaluación del texto de Gombrowicz. Yo esperaba algo más brillante, más sólidamente sustentado, no este juego inane de malabarismos que no conducen a nada. Pero, naturalmente, el juicio sobre la literatura de Gombrowicz no está, afortunadamente, sustentado sobre este texto.
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