viernes, noviembre 14, 2008

Calígula lamenta la muerte de Incitatus

Mis estimados cero-lectores. Esta semana que concluye se efectuó en México un maratón de poesía dedicado a José Emilio Pacheco en Donceles 66, desde el 12 hasta el 14 de noviembre, con un listado de casi 150 poetas que leyeron sin descanso desde el mércoles 12, a las 14:00 horas locales , sin parar hasta el viernes. Algo impresionante. Toda clase de personas, poetas serios, poetas ocasionales, gente que no tiene otra oportunidad para exponer sus versos, se dieron cita para leerlos ante un público que siempre escuichó a cada lector con absoluto respeto y silencio. Algo en verdad nunca antes visto. ¿Se extrañó la presencia de poetas de renombre, ganadores de premios o becas del Conaculta? Honestamente, no lo sé. Yo creo que no. De nuevo, la mezquindad del medio literario para alternar con gente sin prestigio, representantes de comunidades indígenas leyendo en su propia lengua, amas de casa, señoras, señores, poetas jóvenes, y gente común y corriente, que lo único que deseaba era comparitr sus versos, no importa cuán bien o mal hechos estuvieran, cuán actuales o desfasados estuvieran, fue lo que importó. Yo estuve cerca de diez o doce horas entre el miércoles mismo y el jueves, y pude oír toda clase de versos, y no lo lamento. Dos veces leí poemas, tanto el miércoles como el jueves. Allí estrené formalmente los poemas antipatrióticos, algunos de los cuales que ya han podido leer en este espacio.
Les dejo este poema verdaderamente antipatriótico, dedicado a la muerte del secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, y a las palabras que el presidente Jelipe Cola de ratón le dedicó. El poema hizo soltar la carcajada a un par de personas cuando escucharon el título.
Sin más, les dejo este poema, Calígula lamenta la muerte de Incitatus:


CALÍGULA LAMENTA LA MUERTE DE INCITATUS

«No dirijáis vuestra mirada hacia el vacío
pues nada allí encontraréis que antes
no estuviese de una forma u otra.
Hacia el mañana promisorio ver
es lo que siempre en estos casos se hace
y es lo que a los pequeños les decimos
hacer deben para olvidar la vida
y lo que a diario acontece.

Pero a esos que en lo alto están
y aurigas del destino son, les toca,
como ahora, decir la apología
de quienes enaltecen el alto don
de hacer que la nación avance y brille
aunque en cenizas y pedazos quede
el glorioso sino que juntos consumíamos.

Y hubo muchos que el nombre mancharon
de Incitatus cuando él sólo mantuvo viva
una rica y fuerte tradición de servidores
de la Patria que desde los honorables
José Antonio López de Santa Anna
y José Yves Limantour
hasta nuestros días viva se mantiene
merced su elevado sacrificio y don de mando.
Que nadie dude de la casi beatitud
que a cada uno de sus actos impulso dio
porque Incitatus fue uno de mis más cercanos
colaboradores y uno de mis mejores
y más entrañables amigos, cuyo talento,
tacto y capacidad estratégica y de diálogo
permitió que la nación avanzara
y que hizo que el gobierno avanzara
en la persecución de sus objetivos
que son equivalentes a buscar
el vellocino de oro y el jardín de las Hespérides
para las futuras generaciones de patriotas
que un día esperan ver cumplido el augur
que sólo ahora se convierte en lema
milagroso que da sentido y gloria
a la labor de darle al buen gobierno
su verdadera dimensión de entrega
y arduo sacrificio no siempre comprendido
y que ahora conviene señalar
y cincelar en letras de oro
como aquello que mejor define lo que Incitatus
y tantos ignorados héroes patrios
se mueren, y a veces matan, por hacer
y sólo algunos como él lo logran: “Vivir mejor”.»

viernes, noviembre 07, 2008

El derecho al rencor

Con la muerte del secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, muchas cosas salen a relucir, tanto en lo referente a su relación con el Presidente de la República, como en lo referente a lo que debería ser un funeral de Estado. En este último aspecto, la ceremonia efectuada en el Campo Marte y transmitida por Televisa la medianoche del jueves 6 para amanecer 7, denota que no existe un protocolo que regule este tipo de solemnes ceremonias. Con solemne me refiero no a un respeto hacia el secretario de Gobernación, por quien no siento la menor simpatía, sino porque se supone que el Estado mexicano está supuestamente de luto. En lugar de eso, lo que se pudo observar fue el elogio hecho por el amigo, el amigo dolido por la muerte de su cotlapache, pero no vimos, en ningún momento, una ceremonia luctuosa conducida por el jefe del Ejecutivo asumiendo la dignidad que el cargo amerita. Por el contrario, si el fallecido fue un patriota —cito las palabras textuales del Presidente: “México ha perdido a mexicanos patriotas que trabajaron al servicio del Estado mexicano”—, sobre cuyo patriotismo no sabemos absolutamente nada, cabe preguntarse por qué razón la bandera nacional no estaba a media asta. Se trata de la muerte del segundo hombre más importante en el país, cuyo fallecimiento no significó un luto por parte del Estado, un luto que sí vimos y seguimos viendo en fechas solemnes como los aniversarios del temblor de 1985. De hecho, son escasas, si no es que nulas, las fechas en que oficialmente el Estado mexicano se pone de luto.
Con la afirmación que hizo Luis XIV de que L’État cest moi, entonces una muerte al interior del gabinete debería ser ocasión de luto no personal sino institucional, porque es el Estado el que pierde a uno de los suyos en primer lugar, y después es el ciudadano Presidente quien sufre tal pérdida. Pero aquí no vimos eso, de acuerdo a lo visto en tan deslucida y torpemente organizada ceremonia luctuosa. Es realmente patético ver una ceremonia luctuosa conducida por el Presidente de la República, quien entrega a los deudos de los fallecidos una bandera oficial mexicana, recibiéndola de un oficial de la policía auxiliar y no del titular de la Secretaría de la Defensa Nacional, pese a que estaba en la fila de los funcionarios de gobierno. Sería excesivo referir la cantidad de errores y fallas u omisiones desarrolladas en esta supuesta ceremonia luctuosa de Estado, en donde el dolor de las familias fue evidente, pero donde nunca estuvo presente la solemnidad ni la organización que cabría esperar de una ceremonia de este tipo. Sólo se me ocurre preguntar, ¿dónde diablos está el protocolo de Estado para ceremonias luctuosas? La ceremonia luctuosa del funeral del secretario de Gobernación fue una burla, y no muestra el ejercicio de poder que una ceremonia de este tipo debería transmitir, pues lo que nos permitió ver es que en esto, como en todo lo demás, el país se rige por la desorganización, por el pendejismo más absoluto, por la falta absoluta de prácticas rituales, emblemáticas, del poder del Estado. Y esto es lo más grave del caso, porque demuestra que en todos los aspectos del ejercicio del poder en México, se parte del principio de improvisación y no de la planeación, de la organización. Muestra, en el fondo, un Estado débil y desorganizado, y explica por qué la tan cacareada guerra contra el narcotráfico es un fracaso espeluznante que sólo ha traído más zozobra y miedo a los mexicanos.
Por otro lado, incluso las muestras de duelo mostradas por los actores políticos del país son una ocasión magnífica para que los lamehuevos de siempre hallen una oportunidad para ofrecer sus invaluables servicios profesionales. Así es como fue posible ver a la serpiente llamada Carlos Marín arrastrase el miércoles por la noche en Tercer Grado y reprocharle a López Obrador y su movimiento que enviaran un mensaje de condolencias por el fallecimiento de Juan Camilo Mouriño, convertido ahora en santo de la democracia por obra y gracia de un discurso bíblico de su amigochas Jelipillo Cola de Ratón, lleno de referencias bíblicas al Evangelio de San Marcos. La lengua viperina de Marín consideró que fue una hipocresía de AMLO enviar condolencias por la muerte del copiloto de la nación cuando en el pasado inmediato cuestionó la honorabilidad y honestidad del secretario de Gobernación —sólo le faltó decir: "¡Qué poca madre tiene! ¡Cómo se atreve!". Pero de igual manera se habría expresado si AMLO hubiera enviado un mensaje como el que yo escribí, festejando que este pinche corrupto de mierda haya pasado a otra dimensión. Es increíble que este lamehuevos atómico (ahora que podremos ver Doctor Atomic de John Adans en el Auditorio Nacional) de Carlos Marín no se percate que entre los políticos hay momentos de civilidad y de buenos modales para reconocer las virtudes, reales o ficticias, de los fallecidos y compartir, real o fingidamente, el dolor público. Afortunadamente, no es mi caso, así que puedo decir, una y otra vez, que qué bueno que se murió ese hijo de la chingada, y mentarle al mismo tiempo su madre al lamehuevos de Carlos Marín por mostrarse de cuerpo entero cada vez que se le presenta la ocasión, algo que ocurre casi a diario. Hasta aquí me detengo en las consideraciones sobre el simbolismo que sería deseable en este tipo de ceremonias, y paso al aspecto que en realidad me importa señalar.
He señalado ya mi absoluto júbilo por la muerte de ese despreciable secretario de Gobernación que falleció en un accidente de aviación en la ciudad de México. Creo que es necesario señalar por qué me expreso con tal desprecio, algunos incluso dirían, y dicen, odio, en lugar de lamentar su muerte. Mi desprecio hacia este patriota, como lo llamó el Presidente de la República no es sino por lo que representa, esto es no alguien que compartió “el ideal de una Patria nueva, el ideal de un México distinto y mejor, el ideal de un México donde brillara la justicia, la democracia, la libertad”, sino todo lo contrario. Estoy cansado, o lo diré con palabras más claras y expresivas: estoy hasta la madre de oír que presidentes van y presidentes vienen y todos hablan de un México moderno, un México mejor, y ese México no termina de llegar, y seguramente no llegará nunca, porque en realidad les importa un carajo México y lo único que les importa son sus negocios y los de sus allegados.
Mi padre terminó odiando México y todo lo que representara al país: su bandera, el himno nacional, las películas de Pedro Infante —mis hermanos y yo debemos ser de los poquísimos mexicanos que prácticamente jamás hemos visto una película de Pedro Infante ni lo adoramos ni lo veneramos, y más bien nos vale madre—, los políticos, los presidentes y toda la ralea de lamehuevos que siempre los han acompañado. A mi padre le tocó, a diferencia mía, un México próspero, un México que de verdad parecía iba a despegar y a ofrecer un bienestar a todos los mexicanos. Un México que era el granero de América y la envidia de todo el continente. Un México ordenado y limpio. Pero ese México se vino abajo y se derrumbó en el más estrepitoso fracaso que se haya visto. Y ese fracaso no fue fruto de la casualidad ni de fenómenos climáticos incontrolables, sino que fue el fruto del saqueo brutal y soez que todos los presidentes de la República, desde Manuel Ávila Camacho hasta la fecha, han hecho de las arcas del país en beneficio propio y de sus múltiples beneficiarios locales, regionales y gubernamentales. Y ese saqueo no ha terminado. Mi padre solía comentarnos que en su infancia sus maestros le decían en la escuela que la silueta de México era la de una cornucopia, es decir, para esos pinche asnos que no saben ni madres, un cuerno de la abundancia; cuando creció y vio el saqueo y la corrupción imperantes en todas las esferas del gobierno, nos decía con un humor verdaderamente trágico que la abundancia se la habían robado y nos habían dejado sólo un cuerno. Además de la corrupción y el saqueo desproporcionado, después llegaron las crisis económicas, fruto igual de la desmesura, la corrupción, el saqueo, la ineptitud y los negocios chuecos, una tras otra desde 1976.
Para esa época mi padre odiaba todo lo que representara México, y es comprensible. El sueño “de un México distinto y mejor, el ideal de un México donde brillara la justicia, la democracia, la libertad”, como dijo el Presidente de su secretario de Gobernación, se desvaneció en el aire y sólo quedó un caos espantoso, y lo que es más grave: millones de pobres que cada sexenio se multiplicaban y se siguen multiplicando de manera incontrolable.
Pero mi padre, a diferencia mía, pudo ver y vivir una época en que México no sólo fue la región más trasparente, sino un país ordenado, limpio, con un futuro promisorio, y donde la pobreza no era un látigo acuciante, una carga desmedida que ahogara a sus pobladores. Después a él le tocó ver la masacre del 68, que yo no pude vivir ni ver porque tenía tres años y medio de edad, y desde entonces la ruta del país fue sólo una: en picada.
A mí, por el contrario, esas épocas felices que vivió mi padre me parecen un anhelo imposible, algo como de otro mundo. A mí sólo me ha tocado vivir crisis tras crisis, ver cómo los pobres se multiplican y los ricos se vuelven insultantemente más ricos,
mientras los presidentes y sus gabinetes, gobernadores y demás, hacen de la suyas. Recuerdo un cartón de Magú en Proceso, allá por 1976, en uno de los primeros números de la revista, en que aparecía Luis Echeverría junto a un montón de hierros retorcidos, con un listón que decía “México” y un moño, mientras miraba su reloj, y exclamaba: “¡En la torre! Ya sólo me da tiempo de envolverlo para regalo” o algo muy parecido. Desde entonces, no he visto un solo Presidente que no entregue las riendas del país a su sucesor más o menos en las mismas circunstancias, de un modo u otro. Y desde entonces, cuando tocaba el turno de que por fin se largase de la Presidencia, uno no podía menos que agradecer que por fin se fuera el hijo de puta de allí. Lo malo es que el que venía en su lugar terminaba por dejar la misma sensación. Y no sólo por la corrupción rampante, por los negocios chuecos, por las riquezas mal habidas al amparo del poder, por el despilfarro infinito en las múltiples giras presidenciales que son siempre iguales y sirven para lo mismo: for absolutely nothing! y a las cuales acuden los acríticos periodistas y lamehuevos de siempre para narrar con puntualidad de todas las palabras y actos del Presidente en turno, para contarnos de las mandas, de los bailes en un pueblo perdido de la sierra, de las limpias que le hacen al candidato o al Presidente, de la inauguración de tal o cual obra, del discurso dado en sepa la madre en qué pinche pueblo o municipio hiperjodido —como sacado de África— en donde se les promete a los pobres habitantes macilentos de ese sitio que ora sí las cosas van a cambiar, y en el fondo no cambian.
Desde que tengo memoria he visto eso una y otra vez y sigo viéndolo. Las mismas promesas. Los mismos pueblos jodidos. La misma gente con sus rostros tristérrimos y sus animales a medio morir. Los mismos niños sucios, desharrapados, muertos de hambre, como zombis.
Y los mismos periodistas lamehuevos que no se cansan de reportar las mismas palabras, los mismos discursos, las mismas promesas, las mismas ceremonias mamertas de inauguración. Y la pobreza, lejos de irse, se multiplica.
Cuando era niño recuerdo que las imágenes de gente comiendo o buscando comida en botes de basura, pidiendo limosna, vestida en ropas sucias y gastadas, con meses o años de no bañarse, era algo que sólo se llegaba a ver en películas gringas. La imagen de la llamada Corte de los milagros era algo que uno sabía por los libros de Víctor Hugo. Hasta que hace como quince años atrás comencé a ver a esa gente vagando por las calles y durmiendo en parques, escarbando entre la basura por un pedazo de lo que sea comestible, pidiendo limosna y viviendo como animalitos de la calle. Y esa imagen se ha ido multiplicando cada vez más, y hoy forma parte del paisaje urbano de la ciudad de México y del país entero. Y esos miles, millones de jodidos, de hombres y mujeres sin esperanza de mejoría, son el fruto de todas esas palabras huecas pronunciadas por los Presidentes de la República, y repetidas hasta la saciedad por periodistas lamehuevos de toda ralea que no hacen sino festejarlas y regodearse en ellas.
De veras que estoy hasta la madre de ver que cada Presidente de la República prometa el oro y el moro, y al final no hay forma de que cumpla una sola de sus palabras. Al concluir su mandato, no hay Presidente que no termine odiado, que no deje tras de sí una cauda millonaria de pobres y jodidos que no saldrá de esa situación ni en un millón de años. Claro, siempre nos repiten que el país es más grande que sus problemas, y ante cada vaga amenaza de no sabemos nunca qué peligros, nunca falta el llamado a la unidad. Y también de eso estoy hasta la madre. Todos los presidentes hablan y nos alertan una y otra vez de los enemigos de México, como si estuviéramos en guerra con un fantasma, porque nunca son capaces de identificar o, de perdida, de nombrar a esos enemigos. Y no hay año o circunstancia en que ningún Presidente haya hecho un llamado a la unidad de los mexicanos, como si cada 25 de agosto (digo esta fecha como podría decir cualquiera) Yucatán amenazara con separarse del territorio nacional, o surgiera la posibilidad de que ora sí va a existir el principado de Champotón.
Hoy, en medio del enésimo llamado a la unidad por parte del espurio enano de la Presidencia, me pregunto en qué se diferencian sus balidos en torno a la unidad de los mexicanos y en torno a que debemos seguir trabajando por yada-yada-yada, de los mismos llamados y balidos de los anteriores presidentes. Todos hacen lo mismo, todos prometen, todos salen de gira, todos rebuznan una y otra vez y no por eso pierden la lengua. No se cansan de repetir los mismos discursos rancios, de cantar, como Ulises, la dicha de que esta vez no caímos ante las sirenas, aunque el navío está a punto de zozobrar. Si es de día, nos dicen que es de noche, y los lamehuevos, que se multiplican como plaga, celebran y aplauden cualquier idiotez que salga de sus bocazas.
Juro que por un instante he pensado que lo que vivimos es la confirmación de la teoría del eterno retorno nietzscheano, y que nunca vamos a salir de esta pesadilla. Ese debería ser el lema nacional, tomado directamente de la Commedia de Dante: “Perded toda esperanza si osáis entrar aquí”.
Y aquí es donde justifico mi rencor, mi odio a toda la runfla de truhanes que mal gobiernan este país. Si desde hace casi 40 años sólo escuchamos las mismas promesas, vemos los mismos actos presidenciales, las mismas consagraciones sexenales, y en lugar de verlas cumplidas, sólo vemos multiplicarse no los panes sino los pobres, ¿hay alguien que me pueda decir que genuinamente debemos, o debo yo, respetar a nuestros gobernantes? ¿Es posible seguir echándole la culpa a quienes no gobiernan (AMLO) de la falta de progreso y estabilidad del país? ¿De veras creen que los datos económicos que indican lo bien que va el país son reales? Para que despierten de su sueño, la situación del país puede ser descrita de la siguiente terrible y angustiosa manera: de cada once mexicanos, hay seis que viven por debajo del límite de pobreza extrema (o sea, semi biafranos o haitianos, sub-humanos), dos y medio o tres que viven en pobreza grave, menos de uno o uno y medio que pertenecen a la clase media, menos de medio que viven en la opulencia, y el minúsculo porcentaje que queda son los ricos y potentados del país. Esos que quedan, esa minoría absoluta que no se alcanza a ver,
es la que gobierna y hace negocios al amparo del poder. ¿Alguien puede decirme que esa runfla de gangsterópodos merece respeto y admiración? ¿Debo sentir pena porque uno de esos hijos de puta murió en un accidente aéreo? Más bien me he estado cagando de la risa cada vez que escucho a alguien hablar del accidente.
Recuerdo que durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari muchos se creyeron sus optimistas palabras de que ahora sí el país iba a dar el gran paso y se integraría al primer mundo, antes de que la dura realidad lo bajara de su centauro y viera que ese sueño era imposible. En aquellos días el director del suplemento El Sol de México en la Cultura, donde yo colaboraba, que se decía de izquierda y nos presumía su foto con Fidel Castro en La Habana, aplaudía, como muchísimos, el proyecto de nación del pelón ojete aquel. Había un coro impresionante de periodistas lamehuevos cegados por el poder, babeando sin vasos para la baba, que celebraban y festejaban cada ocurrencia del ojete aquel. Y recuerdo que le dije un día al director del suplemento, que me reprochaba el hecho de no unirme al coro de concelebrantes y lamahuevos, que me uniría a ese coro gustosamente el día que viera que el Presidente hiciera algo que denotara un verdadero sacrificio, que sus actos demostraran que en verdad estaba haciendo algo por el país, por esos millones de pobres que van quedando a la zaga y de los cuales todos quisieran no hablar y que no se les recordara su existencia. Pero jamás he visto un Presidente que haga eso. Por el contrario, siempre veo lamehuevos de rodillas y con los ojos en blanco, como si se tratara de un pastor protestante, festejando todas las pendejadas que se le ocurren al Presidente en turno, y señalando con flamígero dedo a quienes osen opinar en sentido opuesto. En los 70s se nos llamaba comunistas, hoy en día simplemente nos ven como negativos y poco propositivos, como rijosos que sólo buscamos camorra. Pero la pobreza está ahí, por doquiera, ligeramente oculta, pero no mucho. De modo que, hoy igiual que desde hace 40 años, no veo que un solo funcionario de gobierno haga esfuerzos denodados por sacar a esos millones de mexicanos del rezago. Por el contrario, veo que siempre hay negocios al amparo del poder. Serra Puche, el artífice del TLC, hoy es y desde hace casi 18 años asesor internacional de empresas extranjeras que busvca introducir sus productos al país. Y bastaría con remitirnos al Porfiriato para ver cómo incontables funcionarios menores, y otros no tan menores, del gobierno porfirista, eran accionistas, asesores y representantes de empersas petroleras extranjeras. Eso no cambió un ápice con la llegada de la Revolución. Funcionarios que se enriquecen haciendo negocios al amparo del poder, beneficiando a sus amigos y familiares. Carlos Hank González, cuando mandó hacer los ejes viales decidió que
la empresa beneficiada para hacer tal magna obra que cambió la faz de la ciudad capital para siempre, fuese una de su propiedad. Como su caso, hay cientos, miles de ejemplos de funcionarios que sólo llegan al poder para servirse con la cuchara grande. El caso más reciente, por supuesto, es el de el secretario de Gobernación, y los tratos de negocios con Pemex con empresas de su familia. Su cinismo fue tal, que dijo que no había hecho nada malo. Más bien, lo que quiso decir es que hizo lo mismo que hacen todos los demás, y si todos lo hacen, si todos se enriquecen en su turno al bat, por qué él no iba a hacerlo. Así pues, no vimos un comportamiento en absoluto distinto al que hemos visto en otros funcionarios previos. ¿Por qué habría de respetarlo si no he sentido respeto por ningún hijo de puta anterior que ha hecho lo mismo que este hijo de puta, si no he visto que se sacrifiquen por el resto de los mexicanos?
Me asiste, nos asiste, todo el derecho del mundo de arrojar vómito y odio contra esos pocos que han empobrecido el país, que han llevado a millones de mexicanos a la miseria y el abandono más absoluto y sin embargo todo el tiempo se llenan el hocico de decir que trabajan por un México distinto y mejor, que la democracia crece y demás sandeces. Tengo todo el derecho a escupir bilis y arrojar vómito hirviente en sus rostros y tumbas cuando mueren porque esos hijos de puta no han hecho nada que demuestre amor hacia México, patriotismo ni nada parecido. Todos son traidores de oficio, de acto y omisión y el país y su gente les importa un bledo.
No porque a algunos pocos les vaya bien, tengan sus negocios y los mantengan con un esfuerzo que en ocasiones merece reconocimiento, voy a otorgarle mi aprobación a esa pandilla de ratas de dos patas que sólo hacen trácalas al amparo del poder. No. Ellos son los culpables de tanto pobre y miserable que deambula y vive como alma en pena y que viven como si un ogro furioso los persiguiera, implacable. No lo olvidemos, por favor.
Así, pues, qué bueno que se murió ese imberbe corrupto secretario de Gobernación. Ya no veremos jamás su hipócrita sonrisita de perdonavidas en televisión. Como dije, qué bueno que se murió: uno menos, y contando.

martes, noviembre 04, 2008

Uno menos


Hoy murió este pinche corrupto. En lugar de llorar su muerte deberíamos clamar al cielo para que otros como él desaparezcan de la faz de la tierra. Con su muerte México pierde a uno de los hipócritas y cínicos más grandes de los últimos años. Sólo resta ir a su tumba y escupir sobre ella, en señal de desprecio. Uno menos.

lunes, noviembre 03, 2008

Televisa y la mentira del Teletón: análisis de una mentira

Mi estimados cero lectores, se acerca la bonita fecha familiar que celebra esa hipocresía colectiva llamada Teletón y que congrega a millones de soplapollas lobotomizados que no merecen el más mínimo asomo de respeto por su pendejez absoluta. Y ahora, podemos, puedo, demostrar con hechos que eso es verdad, y sólo un soplapollas como tantos hay allá afuera podría negarlo. Pero decir que el Teletón es sólo una hipocresía es poco. Se trata en realidad de una mentira espectacular y de un ejemplo clarísimo de cómo Televisa disfraza su peligroso fascismo engañando a un pueblo ignorante al que ella a maleducado, un pueblo pendejo hasta la médula de los huesos como probablemente ningún otro sobre la faz de la tierra haya existido. Pero como ese pueblo, y los individuos de que está formado, ha sido pavlovianamente adiestrado por el Big Brother más peligroso de la historia, sin duda se rasgará nuevamente las vestiduras y me insultará y llenará de improperios, como la bestia ignorante y babeante que es, ha sido y siempre será, porque es incapaz del todo de elaborar respuestas, de discutir y de entrar en razón.
Curiosamente esta temporada familiar de Teletón coincide con eso que llaman crisis mundial, que algunos han comparado con la tristemente célebre crisis de 1929, cuando millones de personas perdieron todo lo que tenían y el mundo entró en la peor recesión, hasta la aparición de esta nueva crisis. Históricamente, México no resultó muy afectado por aquella crisis, en parte porque el país estaba aún saliendo de la Revolución y no estaba muy desarrollado en lo económico, de modo que lo efectos de la crisis bancaria muncial de aquellos años no golpearon al país. Sin embargo, para cualquiera con más de 35 años de edad, la palabra crisis tiene un significado muy preciso y sus consecuencias son conocidas por todos: pobreza, pobreza y más pobreza. Por supuesto, esta pobreza no es generalizada, y nunca hemos visto que los más ricos caigan en la desgracia total, y más bien simplemente el rango de población que se hunde en la pobreza es cada vez mayor, al grado que hoy en día el 60 por ciento de la población del país se encuentra hundida en algún grado de pobreza. Hundida en algún grado de pobreza, es una bonita frase que nos tranquiliza e impide que nos hundamos en la desesperación colectiva, exactamente como cuando nuestros políticos hablan de datos macroeconómicos y subdividen la pobreza en pobreza alimentaria, pobreza habitacional y otra geniales expresiones que sólo sirven para disfrazar el hecho palpable y concreto de que este país ha fracasado espantosa e históricamente en otorgarle a sus hijos, a sus ciudadanos, un presente digno de ser vivido y celebrado, por lo cual todo el tiempo nos hablan de un futuro promisorio, porque lo que es el presente es como vivir en una cloaca inmunda.
Hoy los pobres, que abarcan casi un total de 60 millones de mexicanos en algún grado de jodidez absoluta, equivalen a cuatro veces la población total del México porfirista. Cuatro veces la población total del México porfirista. Lo repito por si alguien no lo entiende. Cuatro veces la población total del México porfirista. ¿Está claro o alguien no lo entiende? Eso se llama progreso. Para eso ha servido la tan cacareada democracia.
Este sentimiento espantoso de crisis ha hecho que cuando alguien hable de los pobres sea mal visto y hasta se le reproche que lo haga. Para que la pobreza no nos amenace es mejor no hablar de ella. Y si por alguna razón debe aparecer, mejor que sea a través de datos estadísticos, que en su sola abstracción nos aleja de cualquier rostro mugroso y macilento, de cualquier asomo de casas de cartón, de gente en los huesos, mal vestida y hedionda, con problemas de salud, de alimentación, de rendimiento educativo y laboral.
Eso debemos alejarlo de nuestro horizonte.
En este contexto, nos corresponde analizar los pródigos anuncios que Televisa ha mandado hacer para que no nos hundamos en la desesperación total. La nueva campaña de Televisa es el ejemplo de cómo los soplapollas de esta empresa, encabezados por el lamehuevos número uno del país, Adal Ramones, soplapollas al que desearía matar con mis propias manos, son reunidos por la misma empresa para que, en nombre del gobierno, que no sabe cómo dirigirse a nosotros, se dirija a nosotros y nos dé una clase de patriotismo y conocimientos históricos dignos del doctor Chapatín. He aquí el anuncio:

Televisa vs. La Crisis Económica



Si alguien alguna vez se refirió a la manera en que Enrique Krauze presenta la historia del país con el adjetivo de la historia light, no sé cómo habría que llamarle a este ejemplo de retórica oficialista lamehuevil televisiva. Es indudable que para Televisa y sus actorcetes homosexuales-lamehuevos-soplapollas, la historia de México es como un episodio de alguna de sus telenovelas, en donde todo es un simple decorado para que lo llenen de sus imágenes mamonas y ñoñas hasta decir basta. Analicemos la contundencia de su mensaje para que esos pobres lobotomizados de cuarta que me odian tengan material para babear rabiosa y detestablemente, ya que argumentar no pueden.
Por principio de cuentas, estos anuncios comienzan con el marco global: la crisis en que el mundo se halla sumergido. Como es un anuncio, sería imposible esperar que nos dieran el contexto de esa crisis. Tal vez haya quien no esté bien enterado de por qué está el mundo en crisis. Pero igual que sus noticieros (sólo hay que ver a la soplapollas número uno de los noticieros de Televisa: Paola Rojas, una maldita zorra que merece ser violada por una turba de negros incontrolables), aquí tampoco se da razón del por qué suceden las cosas. Para qué informar de ello si sólo hay dos opciones: o los televidentes son tan hiperpendejos que no van a entender nada, o son fenómenos naturales como la lluvia, la sucesión de las estaciones o de los días, y nadie es responsable de lo que sucede. Ustedes elijan. Acto seguido, nos ubican en nuestra realidad individual, y repiten, como fascistas soplapollas, que por grande que sea esa crisis, no será más grande que nosotros mismos. Podría ser tan grande como Godzilla, pero la neta nos pela los tompiates. A eso se reduce la argumentación inicial. Pero incluso Goliat fue derribado por David. ¿De veras es imposible ser derribado por una crisis?
Después aparece el soplapollas mayor, el lamehuevos más grande que haya visto el mundo: Adal Ramones, para darnos una clase de historia. Neta que ni el profesor Jirafales habría sido más elocuente: “no existe un solo momento en nuestra historia en donde un problema haya sido más grande que nuestro corazón”. Y después aparece otro homosexual de cuarta bien vestido, que agrega: “Y por supuesto, que todos nuestros corazones juntos”, por si alguien pensaba hacerse pendejo al respecto. O más bien, por si alguien pensaba que sumar no implica nada: un chingo de cabrones juntos dan por resultado: todos. ¿De dónde sale tanto pinche asqueroso homosexual? Del mismo sitio de donde salen semejantes argumentaciones irrebatibles. Y luego, la soplapollas de la Lucero, seguida de otra lamepollas, hablando de cosas que la muy hiperpendeja no entiende ni aunque naciera otra vez: “De los temblores nos hemos levantado”… “De las inundaciones hemos salido adelante”… y después de estos dos ejemplos maestros de retórica histórica, aparece otra vez Adal Ramones afirmando: “Y de las otras crisis económicas [con su sonrisita de pendejo asqueroso] nos hemos recuperado, ¿cómo?” y es completado por uno de los homosexuales más asquerosos que se hayan visto jamás. De veras que si los griegos hubieran visto a este cabrón, habrían abandonado la jotería para siempre. Nomás de verlo uno busca un condón para evitar el contagio de su putarraquez inocultable. Pues este comepollas le contesta: “Haciendo lo que sabemos hacer mejor que nadie [no, no se refiere a su homosexualidad rampante]: echándole muchas… todas las ganas del mundo”.
Después nos dice uno de estos lamepollas profesionales consuetudinarios, “Cuando escuches a alguien decir que esta crisis económica es muy grande” … agrega la puta de Lucero, que no entiende más que del pene de su marido, y eso quién sabe, a nadie le consta: “contéstale que más grande es el amor a nuestro país, más grandes son las ganas de que nuestros hijos tengan un futuro mejor del que nosotros jamás tuvimos”. Y luego otra vez aparece el sidoso jediondo de hace 20 segundos, para decir: “Y muchísimo más grande es nuestro esfuerzo”, complementado otra vez por otro pendejete, moviendo el cuello como si se estuviera tragando la polla de John Holmes: “y gigantesco es nuestro corazón”, concluyendo con todos los ojetes y putarracos del anuncio rodeados de niños que arrojan globos y confeti gritando: “Viva México”. Todo esto en un minuto de condensado mensaje.
Este es un ejemplo de mentiras continuas y de cómo la televisora más grande del mundo engaña al pueblo mexicano, a ese pueblo ignorante como un pinche burro hambreado persiguiendo una zanahoria al que ella ha educado, y no la SEP. Y perdón, bueno no, no me disculpo, chínguense pendejos de mierda. Vean nada más de qué está hecho este minuto de retórica televisiva.
Eso de que el corazón de los mexicanos ha solucionado todo en todas las crisis sólo da una idea de la bajísima estima en que Televisa tiene a su público, a millones de eunucos mentales que se tragan toda la basura que Televisa les ofrece. Sí, a muchos de ustedes que ven Televisa a diario, los considera ella como peor que unos pobres pendejos que andan a cuatro pies por la vida. Si no, entonces, la Independencia fue una cuestión de echarle ganas. Las guerras de Reforma y los miles de muertos que cobró la lucha fratricida entre mexicanos liberales a quienes le importaba la dignidad del país contra mexicanos conservadores cobardes y vende-patrias que trajeron a un emperador para cumplir sus mezquinos sueños de poder fue apenas un episodio de una telenovela con chorros de sangre artificial. Se pudo expulsar al extranjero sólo porque el corazón de los mexicanos era chingomadral de grande. Y los miles de muertos por la Revolución también fue un episodio que sucedió para edulcorar una historia de amor ñoña y pendeja hasta el delirio de Televisa.
Dos siglos de historia patria que se conmemora y se conmemorará en los próximos años son reducidos por Televisa a un asunto menor, donde los muertos, las luchas fratricidas, la división del país, traída por conservadores ojetes de mierda, hoy igual que hace un siglo, es un asunto sin importancia. Pero esto podría ser entendible, se trata de hablar en un minuto de un asunto muy grave. Pero por ello mismo, uno podría esperar un ligero asomo de seriedad —pero si el anuncio está plagado de soplapollas y homosexuales al por mayor, pues es casi imposible esperar que haya seriedad.
Pero el asunto es más grave cuando del pasado remoto —¿cuántos de ustedes conocen alguien que tenga más de cien años de edad que les pueda hablar de aquellos tiempos?— nos aproximamos al pasado inmediato. Allí sí que vemos una mentira absoluta tras otra, una forma hipócrita, por decir lo menos, de presentarnos el pasado inmediato y mediato que hemos vivido. Y no me refiero a esa mentira pendejérrima de que “de las inundaciones hemos salido adelante”. ¿Quiénes hemos salido adelante, maldita piruja de quinta? Esta pendeja anencefálica, ¿se ha asomado a Veracruz o Tabasco últimamente? Maldita zorra, deberían violarte con cables de alta tensión. No se diga de la pendeja de Lucero hablando de los temblores. Maldita hija de la chingada: cómo no te aplastó una losa y así nos hubieras ahorrado la pena de verte arrastrarte como la soplapollas atómica que eres. Unos y otros, temblores e inundaciones, no son, no fueron, simples fenómenos naturales imprevisibles. Mucho de lo que vimos y seguimos viendo fue resultado de la corrupción, de la insaciabilidad, de las complicidades criminales del poder político con el empresariado. Y del temblor, no salimos echándole ganas y ya. Hubo al menos 35 mil muertos (si no es que hasta 7o mil), y no hubo un solo responsable. Todos los muertos murieron a lo puro pendejo, como si un huracán hubiera pasado por territorio nacional. Exactamente lo que vemos ahora en Tabasco y Veracruz, y que veremos idéntico el próximo año y los subsiguientes años; todo, fruto de la codicia de empresarios que generan electricidad en esas presas que se llenan hasta el tope y que luego le venden a la CFE. No, la gente de esa zona no ha salido adelante echándole ganas. Más bien lo perdieron todo por la codicia de unos pocos, los mismos de siempre al que el gobierno conservador, igual que hicieron sus traidores y cobardes antepasados históricos: valiéndoles madre que el país se hundiera en la miseria y la desesperación.
Observen ahora cómo se refieren a las crisis: también de ellas, según estos pinches despojos humanos, hemos salido avante. Esas crisis también fueron fenómenos aislados, contingencias temporales, como un excusado que se tapa o un foco que se funde, igual que los temblores y las inundaciones. Nadie es responsable de semejantes tragedias económicas. Y por supuesto, como buenos lamehuevos y soplapollas, como homosexuales reprimidos que inocultablemente son, sólo repiten como pericos lo que les dicen sus patrones que digan, al fin que al cabo que a ellos sí no les llega el agua a los aparejos. Lo que a estos megamojones se les olvida, o simplemente desconocen porque son tan hiperpendejos como los hiperpendejos a los que se dirigen, es que el resultado tanto de esas inundaciones, de aquel temblor, como de las crisis económicas es la multiplicación de los pobres, de los muertos de hambre, de gente que lo ha perdido todo y no lo va a recuperar ni en un millón de años. Los millones de mexicanos que viven por debajo del nivel de supervivencia, que viven peor que haitianos, como si su país, el territorio que ellos viven, hubiese sido azotado por un demonio que los odiase, como si hubiesen perdido una guerra, esos millones de mexicanos que son el resultado de las gripitas convertidas en charcos de agua, son lo que queda atrás de esas crisis. Y a esos mexicanos olvidados, de los que nadie quiere hablar más que con eufemismos o datos porcentuales que permiten ocultar su desgracia y su desesperación, a esos que a veces van a las playas de Marcelo Ebrard o del Peje, y de quienes algunos hijitos de su rechingada y reputísima madre suelen burlarse con no disfrazada sorna, sin percatarse que hay literalmente millones de mexicanos que NUNCA HAN VISTO UNA PLAYA NI EL MAR —¿verdad que es inconcebible eso?— y que probablemente eso será lo más cerca que estarán jamás de una playa o de agua marina, a esos mexicanos se les pide que le echen ganas. Quiero que un hijo de su reputa y teletona madre me diga que esos mexicanos no le echan ganas, o que están así, en la jodidez más absoluta porque sólo ellos son los únicos culpables de ese estado, que nadie más que ellos y su huevonería son los culpables de eso, que ellos no le echan ganas todos los días para no morir de hambre como pobres biafranos. Quiero que haya un solo imbécil que se atreva decirme eso para ir y violar a su putérrima madre.
Pues bien, la empresa televisiva que afirma eso, que lo dice veladamente en este anuncio, en este minuto de ignominia absoluta, de fascismo puro, es la misma que organiza el Teletón. ¿Cómo podría alguien creer que una empresa que miente, que disfraza, oculta y pervierte la historia de México como un episodio de una telenovela, que insulta a los millones de pobres y jodidos y les vende productos espurios que no representan al verdadero mexicano, pero les pide dinero cada vez que puede, va a hacer algo en beneficio de alguien? Todos esos pobres que son el producto de las corruptelas, de la avaricia, de la depredación social y económica del país, representan en este momento el 60 por ciento de la población, y seguramente en los próximos años su número se incrementará. Los pinches escuincles jodidos del Teletón, a los cuales un comando debería secuestrar y matar en masa para evitar el chantaje masivo a que somos sometidos cada año, no han de llegar ni al 10 por ciento de la población —y me estoy yendo muy alto en la estimación: no han de llegar siquiera al 1 por ciento de la población. ¿Hay proporción entre ambos extremos? ¿A alguien le parece que la hay?
Y sólo para que se den cuenta de la mezquindad que hay detrás del Teletón, les recordaré algo del pasado reciente de este tipo de fiestas colectivas de mea culpa. Cuando Televisa organizó el primer Teletón —lejos estábamos de imaginar que semejante mamada se volvería peor que las peregrinaciones a la Basílica— hizo un llamado a las demás empresas de los medios de comunicación, y con el tiempo han terminado por sumarse toda clase de empresas que ven en el Teletón la oportunidad para sacar raja comercial. Pues en aquellos días de sus inicios balbuceantes, prácticamente no hubo empresa de comunicación que no se sumara en la cobertura maratónica. El entonces verdaderamente libre Canal 40 se sumó, como lo hicieron televisoras locales, estaciones de radio y medios impresos incluso. La única empresa que no se sumó al generoso llamad0 de Televisa fue, como no podía esperarse de otra manera, la empresa de Salinas Pliego: TV Azteca. Sus razones no fueron de índole moral ni de honestidad intelectual —dos palabras que no existen juntas en el vocabulario de ninguna televisora—, sino de mera mezquindad mercantil.
TV Azteca estaba desde hace años —y lo está aún hoy— en abierta competencia con Televisa, de modo que no podía unirse al odiado rival, como un jugador de las Chivas que no puede pasar al América. Además, TV Azteca ya contaba —y cuenta aún hoy con ella— con una pendejada aún peor que el Teletón, fruto de la iniciativa —bien decía mi padre que no hay cosa peor que un pendejo con iniciativa— de ese prohombre llamado Jorge Garralda, que es su Juguetón, un maratón miserablemente más mezquino que el supuesto gesto de bienestar que prometía el Teletón. El Teletón pretende dar una vida a un niño con problemas, el Juguetón sólo pretende dar una sonrisa a un niño jodido y pobre. Oficialmente, TV Azteca sigue con su política de enfrentamiento con Televisa, pero en los hechos, tal lucha de poder sólo es aparente, y no es raro llegar a ver a los dos odiados rivales, Emilio Azcárraga y Salinas Pliego, juntos en algún evento empresarial, y hasta saludarse de mano, como si nada pasara entre ellos. Pues bien, la mezquina TV Azteca, fiel a su espíritu aún más mezquino que Televisa, entró al Teletón por la puerta de atrás, igual que Calderón lo hizo a la Presidencia —cualquier coincidencia, pues es pura coincidencia—. En efecto, al robarse literalmente la señal del Canal 40 —es lo único que le duele a Ciro Gómez Leyva, convertido en lamehuevos trans-sexenal por obra y gracia de su jefecito adorado y lamehuevos aún más asqueroso: Carlos Marín­— y amenazar la autonomía del Estado y ante la pasividad del titular del poder Ejecutivo que andaba de vacaciones y cuando se le cuestionó al respecto respondió la hoy célebre frase: “Y yo por qué”, TV Azteca pudo entrar al Teletón vía Canal 40, que desde entonces se suma al Teletón cada año, dejando atrás su hipocresía, aunque la fachada de competencia despiadada se mantenga.
Así pues, vemos que ambos maratones de supuesta beneficencia televisiva están cortados por la misma tijera. No buscan ayudar a nadie sino glorificarse públicamente como supuestas benefactoras de la sociedad a costa del bolsillo ajeno. La población a la que sirven, o pretenden servir, realmente no necesita de tal ayuda, y aunque así lo fuera, su porcentaje con respecto al total nacional es perfectamente despreciable, y sin embargo las carretadas de dinero fluyen como si estuvieran ayudando a damnificados de inundaciones en Tabasco o Veracruz o por el temblor de 1985. Pero no, para eso no piden absolutamente nada. Pinche gente, que se chingue por vivir en muladares. ¿Por qué no nacieron tullidos, con un cromosoma menos o sin brazos? Tal vez así los ayudarían. No siendo así, lo mejor que puede sucederles es que se mueran y se pudran en el infierno. A eso equivale dar dinero al Teletón, ni más ni menos. Y como buen acto de prestidigitación mezquino, ambas televesisoras, más Televisa que TV Azteca, no sufren ningún tipo de fiscalización ni por asomo, y sólo informan, igual que lo hace el gobierno ―en eso tuvieron un gran maestro―, en bloques, y no en detalle. Y de cualquier manera, ante tanto derroche de bondad nacional, ¿quién se atrevería a pedirle cuentas a Televisa de los manejos del dinero recibido?
Quiero que alguien me diga, después de leer esto, que estoy equivocado, que yo soy un ojete, que soy un culero, cuando la televisora principal del país organiza un festival para su auto-elogio y mostrarse muy generosa. ¡Por favor! ¿Quieren una culerada? Ai les va: ¡Osama Bin Laden! ¡Olvida Nueva York! ¡El verdadero imperio del mal está en México! ¡Necesitamos tus células terroristas en este país! ¡Pero ya!
Por todo lo antes expuesto, les prometo organizar el movimiento Yo odio el Teletón, y los invito a sumarse a esta iniciativa. Vale la pena. Ya estuvo bien que Televisa siga explotando a los mexicanos y nadie haga algo al respecto. Si alguno de ustedes desea seguir siendo explotado por los ricachones de Televisa, pos allá ustedes. Desde aquí les miento su madre con fervor.