Uno de los acontecimientos más emocionantes de la última década ha sido el descubrimiento del Antonio Vivaldi operista. No que no se supiera antes de esta faceta, sino que finalmente salió a la luz pública, abandonando los pasillos y cubículos de los especialistas, para llegar al público melómano. Hace ya más de 10 años, en 1994, Emma Kirkby grabó un disco con arias de óperas vivaldianas para Hyperion, y no obstante la belleza del disco y de los intérpretes, pasó sin mucha pena ni gloria. Ocasionalmente se llegó a grabar alguna ópera, pero de la misma manera, el gran público no respondía. No fue sino hasta 1999 cuando Cecilia Bartoli grabó el The Vivaldi Album, que el furor del prette rosso salió a flote y su fuerza apabulló al más escéptico. No que la Kirkby haya hecho un disco mediocre, sino más bien que el carácter inglés pesó como una losa en aquel hermoso disco. En el caso de la Bartoli, se suma también la deslumbrante interpretación de Il Giardino Armonico, un prestigiado conjunto especialista en Vivaldi y el barroco en general, cuyo despliegue virtuosístico sólo es equiparable al de la Bartoli. Gracias a ella, el Vivaldi operístico pudo finalmente salir a la luz, y las casas disqueras se han atrevido a grabar sus óperas, algo que nos permite ver el trabajo compositivo de Vivaldi desde una perspectiva totalmente distinta.
Por aquellos mismos años, en 1993, Jean-Calude Malgoire, realizó un pastiche de la ópera Montezuma, en una grabación en vivo para Audivis-Astrée, que buscaba rescatar del olvido esta ópera magnífica, pero perdida casi durante más de 250 años. El procedimiento usado por Malgoire fue el típico usado en el barroco por prácticamente todos los compositores, que consiste en reutilizar material musical previo escrito para un fin o una obra en concreto, y adaptarlo para uno nuevo. Pastiche, no plagio ni robo de propiedad intelectual, como alguna vez sostuvo más que torpemente Ernesto de la Peña (vuelvo a preguntarle a De la Peña: ¿cómo puede un compositor plagiarse a sí mismo? Respuesta: No puede). El resultado de la labor de Malgoire, a través de aquella vieja grabación, si bien no del todo convincente, permitía tener una idea aproximada de lo que pudo haber sido la obra. Pero hace recientemente poco, más o menos hacia 2000, la partitura original, que se sabía había estado en Berlín por casi 200 años, apareció de nuevo en Kiev, y fue devuelta a Berlín. Tras ser revisada por especialitas, la partitura finalmente fue restaurada, y en 2006, tras casi un cuarto de milenio en el ostracismo, finalmente apareció en disco la ópera perdida de Vivaldi, Motezuma, a través de la conducción de Alan Curtis e Il Complesso Barocco, en una espectacular y vibrante interpretación. Sin embargo, la ópera, grabada, no había tocado aún el escenario de un teatro, así que, de alguna manera, no se había reestrenado. Hasta que ocurrió el milagro.
El pasado 11 y 12 de marzo, en el bellísimo Teatro de la Ciudad, antes Esperanza Iris, en esta ciudad capital, se dio el reestreno mundial de esta obra vivaldiana, tras casi 250 años de permanecer en el olvido y el abandono. Me parece que era de justicia que su reestreno se diera en México, y no en otra parte del mundo, debido al tema. Si bien es cierto que la ópera contiene todos los elementos tradicionales de la ópera de aquellos días (mezcla de ficción que se superpone a la realidad, la cual sirve sólo como telón de fondo), también es cierto que se trata de una de las más dramáticas y poderosas obras del célebre compositor pelirrojo. Para mi sorpresa, el reestreno no se dio a través de una representación escenificada, sino simplemente cantada en atril, eso sí, con una orquesta, Los elementos, que utiliza instrumentos de época y que tocó con gran fuerza y virtuosismo, y que contó con algunos pocos músicos mexicanos invitados (entre ellos, me sorprendió ver a Víctor Flores, aquel legendario cellista de Nazca, aquella agrupación mexicana de rock en oposición que sonaba como Univers Zero), todos dirigidos por Michael Form, quien además realizó un trabajo de completamiento de la partitura, similar al que hizo, para la grabación de Alan Curtis, Alessandro Ciccolini, pero que en mi opinión resultó incluso mejor balanceada y más cálida.
Para empezar, la obertura, o sinfonía como se le llamaba, compuesta de tres partes a la manera de un concierto para cuerdas, utilizada en el estreno mundial en México es distinta a la que viene en la grabación, y corresponde de hecho a la que ustedes, mis cero lectores, pueden escuchar en L’Olimpiade, grabada por Concerto Italiano y Rinaldo Alessandrini para Naïve/Opus 111. Casi todas las arias son las mismas de la grabación de Curtis, con algunas pocas basadas en otros conciertos. Aquí, además, se usó sólo una trompeta natural, en tanto en la grabación de Curtis hay dos. Si bien los solistas estuvieron un tanto desbalanceados (particularmente el caso de Gabriela Thierry, y su tipluda voz), se sacó la espina la presencia de la espléndida soprano argentina Rosa Domínguez, quien regularmente canta en Europa y aparece en múltiples grabaciones para Harmonia Mundi, así como el contratenor austriaco Bernhard Landauer, quien de lejos fue la mejor voz en el estreno. Y quizá la mayor diferencia se dio en el coro final, que en la grabación de Curtis apenas dura 21 segundos, mientras que en la versión que pudimos escuchar en México duró casi tres o cuatro minutos, y estuvo basado en la Chacona del Concierto ripieno en Do mayor RV 114, que ustedes pueden escuchar en la grabación de Harmonia Mundi del Stabat Mater, con Andreas Scholl y el Ensemble 415 de Chiara Banchini, debido a que varias arias de la obra contienen, justamentye, un ripieno; además, en términos dramáticos, el final elegido por Michael Form permite un cierre más espectacular y remite, en este caso, a la Obertura con que la obra inicia.
Sin duda, el estreno mundial de esta ópera vivaldiana constituye un refrescante ejemplo de algo que debería ocurrir con más frecuencia en nuestro país: la visita de buenos músicos, el estreno o reestreno de obras maestras, en un sitio acorde a la ocasión. Obviamente, mis cero lectores, yo sé que hay muchos de ustedes a quienes les habrá resultado imposible estar en la ciudad de México para asistir al estreno de esta obra, así que lo único que me resta, es recomendarles escuchen la grabación que Alan Curtis hizo de esta obra para Deutsche Grammophon. No se van a arrepentir.
Por aquellos mismos años, en 1993, Jean-Calude Malgoire, realizó un pastiche de la ópera Montezuma, en una grabación en vivo para Audivis-Astrée, que buscaba rescatar del olvido esta ópera magnífica, pero perdida casi durante más de 250 años. El procedimiento usado por Malgoire fue el típico usado en el barroco por prácticamente todos los compositores, que consiste en reutilizar material musical previo escrito para un fin o una obra en concreto, y adaptarlo para uno nuevo. Pastiche, no plagio ni robo de propiedad intelectual, como alguna vez sostuvo más que torpemente Ernesto de la Peña (vuelvo a preguntarle a De la Peña: ¿cómo puede un compositor plagiarse a sí mismo? Respuesta: No puede). El resultado de la labor de Malgoire, a través de aquella vieja grabación, si bien no del todo convincente, permitía tener una idea aproximada de lo que pudo haber sido la obra. Pero hace recientemente poco, más o menos hacia 2000, la partitura original, que se sabía había estado en Berlín por casi 200 años, apareció de nuevo en Kiev, y fue devuelta a Berlín. Tras ser revisada por especialitas, la partitura finalmente fue restaurada, y en 2006, tras casi un cuarto de milenio en el ostracismo, finalmente apareció en disco la ópera perdida de Vivaldi, Motezuma, a través de la conducción de Alan Curtis e Il Complesso Barocco, en una espectacular y vibrante interpretación. Sin embargo, la ópera, grabada, no había tocado aún el escenario de un teatro, así que, de alguna manera, no se había reestrenado. Hasta que ocurrió el milagro.
El pasado 11 y 12 de marzo, en el bellísimo Teatro de la Ciudad, antes Esperanza Iris, en esta ciudad capital, se dio el reestreno mundial de esta obra vivaldiana, tras casi 250 años de permanecer en el olvido y el abandono. Me parece que era de justicia que su reestreno se diera en México, y no en otra parte del mundo, debido al tema. Si bien es cierto que la ópera contiene todos los elementos tradicionales de la ópera de aquellos días (mezcla de ficción que se superpone a la realidad, la cual sirve sólo como telón de fondo), también es cierto que se trata de una de las más dramáticas y poderosas obras del célebre compositor pelirrojo. Para mi sorpresa, el reestreno no se dio a través de una representación escenificada, sino simplemente cantada en atril, eso sí, con una orquesta, Los elementos, que utiliza instrumentos de época y que tocó con gran fuerza y virtuosismo, y que contó con algunos pocos músicos mexicanos invitados (entre ellos, me sorprendió ver a Víctor Flores, aquel legendario cellista de Nazca, aquella agrupación mexicana de rock en oposición que sonaba como Univers Zero), todos dirigidos por Michael Form, quien además realizó un trabajo de completamiento de la partitura, similar al que hizo, para la grabación de Alan Curtis, Alessandro Ciccolini, pero que en mi opinión resultó incluso mejor balanceada y más cálida.
Para empezar, la obertura, o sinfonía como se le llamaba, compuesta de tres partes a la manera de un concierto para cuerdas, utilizada en el estreno mundial en México es distinta a la que viene en la grabación, y corresponde de hecho a la que ustedes, mis cero lectores, pueden escuchar en L’Olimpiade, grabada por Concerto Italiano y Rinaldo Alessandrini para Naïve/Opus 111. Casi todas las arias son las mismas de la grabación de Curtis, con algunas pocas basadas en otros conciertos. Aquí, además, se usó sólo una trompeta natural, en tanto en la grabación de Curtis hay dos. Si bien los solistas estuvieron un tanto desbalanceados (particularmente el caso de Gabriela Thierry, y su tipluda voz), se sacó la espina la presencia de la espléndida soprano argentina Rosa Domínguez, quien regularmente canta en Europa y aparece en múltiples grabaciones para Harmonia Mundi, así como el contratenor austriaco Bernhard Landauer, quien de lejos fue la mejor voz en el estreno. Y quizá la mayor diferencia se dio en el coro final, que en la grabación de Curtis apenas dura 21 segundos, mientras que en la versión que pudimos escuchar en México duró casi tres o cuatro minutos, y estuvo basado en la Chacona del Concierto ripieno en Do mayor RV 114, que ustedes pueden escuchar en la grabación de Harmonia Mundi del Stabat Mater, con Andreas Scholl y el Ensemble 415 de Chiara Banchini, debido a que varias arias de la obra contienen, justamentye, un ripieno; además, en términos dramáticos, el final elegido por Michael Form permite un cierre más espectacular y remite, en este caso, a la Obertura con que la obra inicia.
Sin duda, el estreno mundial de esta ópera vivaldiana constituye un refrescante ejemplo de algo que debería ocurrir con más frecuencia en nuestro país: la visita de buenos músicos, el estreno o reestreno de obras maestras, en un sitio acorde a la ocasión. Obviamente, mis cero lectores, yo sé que hay muchos de ustedes a quienes les habrá resultado imposible estar en la ciudad de México para asistir al estreno de esta obra, así que lo único que me resta, es recomendarles escuchen la grabación que Alan Curtis hizo de esta obra para Deutsche Grammophon. No se van a arrepentir.
2 comentarios:
Me das una buena sacudida, no sólo por la información de carácter técnico e histórico, sino --sobre todo-- con el entusiasmo que despierta en ti la música; ese entusiasmo lo contagias.
(No te la bañes tanto con don Ernesto; al mejor cocinero le queda desabrida alguna vez la sopa.)
Mi estimado José Manuel. Luminoso y enriquecedor texto. Me agrada mucho ese estilo tan fluido y conversacional, lejos de exabruptos manidos. Je je, perdón que lo diga así, pero me emocionó mucho los datos y la recreación de tu entusiasmo, el cuál por cierto es contagioso. Salgo de inmediato a buscar lo posible de las referencias que mencionaste. ¡Gracias!
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