miércoles, marzo 21, 2007

En el cumpleaños de Bach

Mis cero lectores, hoy es aniversario de Bach, según me recuerda uno de mis más queridos cero lectores, cuya memoria agradezco, ya que la mía a veces es bastante olvidadiza. Para honrar a mi músico predilecto (uno de mis dos músicos predilectos), subo otro post el mismo día, esta vez sobre la pasada representación de la Pasión según San Mateo que se dio en Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México.

En efecto, el pasado 17 de marzo se verificó en la ciudad de México uno de esos conciertos que uno espera toda la vida. No me refiero a la cancelación de The Who, cuyo concierto no parece haber despertado gran interés desde el momento en que los boletos se vendían a mitad de precio y ni así se lograba la mitad del aforo. Me refiero a la presentación de la Pasión según san Mateo, BWV 244, de Johann Sebastian Bach. No que no se haya interpretado antes en México, sino que nunca se había interpretado en toda su majestad, con intérpretes de primer orden, en un marco tan majestuoso como el Palacio de Bellas Artes en la ciudad de México. Esta representación se dio en el marco del XXIII Festival de México en el Centro Histórico, en un teatro prácticamente abarrotado hasta el tope, y en donde los boletos se agotaron con celeridad inusitada.

La Pasión según san Mateo no es una obra de fácil audición, y para algunos es la máxima obra del genio de Leipzig. Pero más allá de valoraciones, sin duda se trata de una de esas obras míticas que conmocionan desde la primera vez que uno la escucha. Sin duda, nosotros escuchamos esta obra de una forma muy distinta a como en su momento la escuchaban los alemanes de la época, y como la escuchan los alemanes de hoy día. Para los contemporáneos de Bach, y esa fue su finalidad, se trataba de una representación de los versículos 26 y 27 del Evangelio según san Mateo. La función de esta obra, de acuerdo con Bach, era eminentemente pedagógica, ilustrativa, y dirigida a un público inetresado en el ritual religioso antes que en el musical. Por eso está cantada en alemán y no en latín. Para los alemanes después de Mendelssohn, se trata de un tesoro de su patrimonio cultural, parte de su identidad ni más ni menos. Para nosotros, o para algunos de nosotros, se trata de una majestuosa obra maestra que contiene algunos de los pasajes más notables de la literatura musical de los últimos 300 años (en particular el Erbarme dich). Como sea, se trata de una absoluta obra maestra que conmueve por sus dimensiones y sus innovaciones (la inclusión de corales luteranos).

Que finalmente una orquesta de primer orden como la Wiener Akademie, bajo la dirección de Martin Haselböck, nos haya permitido escucharla en toda su gloria es algo que, como diría la publicidad, no tiene precio. En poco más de dos horas y media, un nutrido público abarrotó el Palacio de las Bellas Artes para un encuentro más con el genio de la Iglesia de Santo Tomás. Y no parece casual que el coro que acompañó a la orquesta pertenezca a la Iglesia de Santo Tomás en Nueva York, como si un secreto enlace uniera dos mundos, dos tradiciones y dos épocas.

Una de las particularidades más notables de esta representación, fue observar a Haselböck dirigir la orquesta no a través de una marcación de tempi, batuta en mano, como es usual observar a nuestros directores nacionales, sino a través de una marcación de flujos que llevan en sí mismos otras connotaciones, a mano limpia, lo que permite una dirección mucho más personalizada y precisa.

Los solistas parecían poseídos como por un duende, García Lorca dixit. De todos, el más notable, indudablemente, fue la voz de barítono Stephen Salters, en el papel de Cristo, cuyo último aliento en verdad resultó absolutamente conmovedor. Una mención especial merece también el contratenor español Carlos Medina, cuya participación en el mencionado Erbarme dich fue notabilísimo. Pero por encima de todos, el magnífico coro de la Iglesia de Santo Tomás de Nueva York, que se llevó el más entusiasta aplauso de la noche, muy en particular los niños, cuya inmensa alegría se transmitió al público, que de pie los ovacionó con toda justificación. Los niños no podían estar más emocionados y el aplauso que el público les tributó demostró el grado de empatía y justificada alegría.

Las dos orquestas que participaron, la Wiener Akademie y la Musica Angelica, hicieron del diálogo musical entre coros y voces una experiencia verdaderamente gozosa. La satisfacción de los músicos era evidente al final del concierto, y el director del coro, en primera fila, se veía sorprendido y conmovido por la respuesta del público mexicano ante el magnífico despliegue vocal de su coro. Los rostros de alegría y satisfacción del público asistente hicieron patente una noche espléndida, y sin duda, se trató de una evento histórico que, quienes pudimos asistir, no olvidaremos en mucho, mucho tiempo.

Para quienes no pudieron acudir a esta cita histórica, aún podrían tener la oportunidad de verla, pues el Canal 22 grabó todo el concierto, así que pronto podrán disfrutarlo en televisión (con todas las limitaciones que esto conlleva). Para quienes no tienen forma de verlo, tendrán que esperar a comprar alguna grabación, o esperar a que yo suba la magnífica versión de Philippe Herreweghe a la red.

Yo por mi parte, diré que salí sacudido emocionalmente, y que de sólo recordarlo, me viene de nuevo ese temblor salido de no sé dónde que conmociona y envuelve desde dentro.

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