viernes, mayo 26, 2006

Creación y responsabilidad (segunda parte)

El poema es creación, Creación en su sentido más elevado. Pero no existe por sí mismo. El poema no se entrega como lo hace una escultura o un cuadro, de una sola vez y sin el consentimiento del espectador. Por el contrario, se nos aparece como algo que requiere de una comunión, una especie de concupiscencia. Igual que la música, el poema no es el papel en el que está impreso ni el sonido de las palabras. Es algo que se da, muchas veces, en silencio, en medio del mundo, sin su consentimiento. Al ser creación, el poema se parece a la Creación. No se trata de negar la existencia de Dios, pues la Creación no la hizo Dios para su sola gloria y deleite, sino para crear un vínculo, una relación que se basa en el reconocimiento: no de Él, sino de ésta. El reconocimiento de ésta supone un acto de responsabilidad, de participación. No necesariamente de agradecimiento hacia el Creador. Ésta no sería tal si no hubiese alguien que pudiera no sólo reconocerla sino interactuar con ella, no sólo admirarla sino responsabilizarse de ella. Por eso la discusión sobre la existencia o inexistencia de Dios es absurda y fuera de lugar. Lo mismo sucede con el poeta y la poesía. ¿Para qué acudir a él en vez de ella? La Creación está incompleta si no hay quien se relacione responsablemente con ella, sea la de Dios o la del poeta. Es en este sentido que en ciertos ámbitos se habla de sistema (Eliade-Couliano). La Creación como sistema. Es decir, no algo que está dado de una vez y para siempre, sino, como los fractales, en constante mutación. Es, para usar un término lingüístico, una obra abierta que contiene, aunque no las manifieste, todas sus variantes, respuestas e interpretaciones – pero no al unísono. Por eso la poesía no es un absoluto inmutable. Es, en este sentido, una obra incompleta si no se participa con ella, si no se le interpreta, si no se le da un sentido. Por eso la pregunta de si es posible escribir poesía después de Auschwitz sólo podía hacerla alguien cuya relación con la poesía es más bien periférica. El poeta, por supuesto, tiene otras preocupaciones; vive su Auschwitz de cada día a través de la palabra. Esta preocupación tiene que ver con esa concepción del poema como una obra que se da de una vez y para siempre, completa en sí misma. ¿No es una forma de respuesta a esa preocupación filosófica del mensaje los Statische Gedichte de Benn? ¿No lo es la poesía de Celan?

Entendida de esta manera, la poesía no es un mensaje en una botella, por más que se asemeje, sino más bien es una semilla sembrada en tierra de nadie, en una tierra que debe conquistarse cada vez para ser tierra de uno, de la que hay que apropiarse poco a poco, y que nos obliga a regresar como a esa noche primordial que los expresionistas anhelaban. La poesía es una obligación, un deber – o como diría Heidegger, un deber-Ser. No pretendo, por supuesto, sumarme al filósofo que habla al respecto desde la filosofía, sino reflexionar sobre la poesía desde los médanos que le corresponden. En algo tiene razón el filósofo (Gadamer, Heidegger, Blanchot): la poesía es la más alta manifestación del espíritu humano, pero no toda poesía, no todo lo que se presenta como poesía, es ejemplo de esa manifestación.

Hay un hecho que parece incontrovertible: al parecer la mejor poesía resulta incomprensible a primera vista. Así resulta luego de leer, por ejemplo, los análisis que han hecho en diversos momentos Derrida, Heidegger, Gadamer, Blanchot, y Friedrich, por citar sólo a algunos. Podría suponerse que por tratarse de filósofos abordan este tipo de poesía un poco para justificar sus propias teorías y perspectivas sobre la literatura, y que estas exposiciones en realidad tienen poco que ver con la poesía en general, por un lado, y con los poemas que estudian, por otro. Pero en realidad no es así. Ya lo he mencionado en otra ocasión, Nicola Gardini (Breve storia della poesia occidentale, 2002, pp. 174-180) nos recuerda que hay dos tipos teoréticos de oscuridad en la poesía: uno originario y otro derivado (p. 176): la oscuridad derivada es la de aquellos textos que en su origen resultaban claros pero con el tiempo dejaron de serlo (p. 176); la oscuridad originaria es aquella que requiere de una interpretación que no se agota con el examen gramatical (p. 177). A diferencia del primer tipo de oscuridad, ésta se basa en la voluntad de resultar incomprensible, aunque suene contradictorio. En realidad no es algo tan difícil de comprender. Paul Valéry explicaba la oscuridad de su propia poesía señalando que “el gran problema del escritor moderno es el de hacerse leer, es decir: impedirle al lector que adivine la frase, la página. Se llama oscuro al escrito que libera su sentido sólo a la lectura y no a la simple vista”. No en balde Gottfried Benn – mi más entrañable amistad literaria – hablaba de seres sensibles a la letra impresa, a la tinta, y que el poema debía leerse en silencio. La valoración de la oscuridad por parte de Valéry nos ofrece un rasgo positivo que no debemos pasar por alto: ella impide que la parte sensible de la palabra, es decir el significante, sea sustituida inmediatamente por la parte intelectual, el significado, como sucede con el lenguaje comunicativo. Esta oscuridad no significa que el poeta no transmita nada al lector. Por el contrario, comunica más de lo que uno podría pensar, pero el poeta no desea que el lector se distraiga con las emociones que una poesía tradicional podría ofrecer.

El mejor ejemplo de este tipo de equívocos nos lo ofrece un tipo de lectura de poesía que tiene muy poco que ver con la ésta y más con el arte dramático – en su sentido más pobre. Este ejercicio, todavía muy popular entre ciertos sectores ha también desviado la atención sobre, justamente, la comprensión del poema. Me refiero a la declamación. Podría decirse, sin temor a equivocarme ni a cometer exageración alguna, que el “arte declamatorio” se basa en el principio del rey Midas, pero al revés. La declamación, en efecto, apela a la emotividad, a la reacción inmediata y no meditada de un mensaje, cualquiera que éste sea. No es muy distinto del “arte oratorio”. Por culpa de la declamación, no pocos lectores suelen reprocharle a los poetas lo que ellos consideran es una falta de talento para leer su propia obra frente a los demás. Y en efecto, hay poetas que leen muy mal su poesía, pero más allá de eso, en realidad es que no pocas veces esa poesía no fue escrita para ser leída en voz alta, sino, como he dicho en otra ocasión, para cantar en silencio. ¿Por qué algo que fue escrito en silencio tiene que ser leído como un informe presidencial, como el resultado de un concurso de aulladores televisivos? E invariablemente, cuando alguien lee un poema, sin importar cómo ni que diga, la respuesta de la gente es: “Qué bonito”, aunque en realidad no sepan qué decía el poema ni explicar en qué consiste ese “bonito” del poema. Y hay una masiva idea de que el poema sólo es tal si es de amor, o si tiene rima. Y es un hecho que muchos textos rimados, y muchos que hablan de amor no son en absoluto poemas.

El hecho concreto es que mucha gente quiere sentir algo cuando alguien lee un poema, en lugar de entenderlo; como si, además, la comprensión no tuviera nada que ver con la sensación, como si entender fuera algo negativo en sí mismo. Por eso dije antes que el poema, más que comunicación, es expresión pura. Entendiendo esta expresión en el mismo sentido en que un salto es, por ejemplo, expresión pura en sí misma. Y es justamente el contexto en que se da el salto en que éste resulta comprensible, al tiempo que sensible. No es casual que recurra a un ejemplo tan aparentemente desvinculado. En realidad no lo es, en absoluto. El salto está relacionado, desde tiempo inmemorial, con una deidad venerable y venerada. Porque el salto es, en sí mismo, símbolo de eruptividad, de irruptividad, de aquello que surge de improviso y transforma el entorno, la realidad. El salto está relacionado con Dionisos.

¿Cómo podría entenderse un poema como el que cito a continuación?

Palabra y lejanía

Callado, separado y ordenado

sueño de interminables rosas

Apareció y sentido dio al vacío

– mutismo en donde empieza todo

No lágrimas ni pesadumbre

espacio puro entre silencio y alma

Quedó entre noche y lo-sin-ser-nombrado

abismo y pentagrama

palabra y lejanía

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A tus cero lectores, les sugiero escuchar a Mozart a través de la Academy of San Martín in dhe Fislds, Dirigida, cómo no, por Marriner Neville.

(Fislds, es verde, aunque no esté segura de que se escriba así)

Compraré tus libros: Visto lo visto, estoy convencida de que no me van a defraudar.

Gerardo de Jesús Monroy dijo...

... Y sigo leyéndote.

(Esto es una manera de saludar.)