Uno se pregunta, al revisar la historia,
qué pasó con los lamehuevos en el México del siglo XIX.
En los libros de historia de México
nos recuerdan la pobreza en el México porfirista;
por ejemplo: “a finales del Porfiriato,
según el censo oficial [de aquellos años],
de 15 millones de habitantes que tenía México,
9 millones 591 mil 752 vivían bajo la servidumbre
y la esclavitud en más de diez mil haciendas”.
En aquellos tiempos sólo había pobres.
Pero los pobres pueden ser redimidos.
Así lo entendió ese prócer de la Patria,
que humildemente se autodenominó “soldado del sistema”,
Emilio Azcárraga Milmo, cuando dijo
que “México es un país de clase modesta, muy jodida…
que no va a salir de jodida”.
Hoy sabemos que hay menos pobres que en el Porfiriato.
Un siglo después, al menos porcentualmente,
hay menos pobres por los cuáles preocuparse
porque “prácticamente 19 millones de mexicanos
aún carecen de ingresos suficientes
para adquirir la canasta básica de alimentos,
y 25.7 millones no pueden acceder
a los mínimos requerimientos de alimentación,
salud y educación, aun si utilizaran todos sus ingresos para ello”.
Sabemos que “de 1992 a 2005
hubo una reducción en los índices prevalecientes de pobreza”,
y que en específico en el sexenio del presidente Fox
este comportamiento se mantuvo en los primeros años, pero entre 2004 y 2005 se revirtió. [Y que] el actual gobierno [del empleo]
recibió 53.6 millones de pobres.
[Lo que significa que] logró reducir la cifra hasta 47.2 millones,
pero en su penúltimo año de gestión
otra vez el número se elevó en 270 mil 491, en términos generales”.
Que no te vean feo. Tú puedes lamer huevos como ellos, dos lamehuevos profesionales que lo hacen todos los lunes en la noche por TV Azteca
Sabemos que los lamehuevos son optimistas,
se crecen al castigo y defienden lo indefendible
casi de manera natural y en automático,
y por lo general están del lado del poder,
del dinero y los banqueros.
Pero en los libros de historia no se menciona a los lamehuevos
que en el siglo XIX seguramente halagaban el oído oficial
con frases y reflexiones dignas de un anuario.
¿Qué pasó con ellos? ¿Se extinguieron como dinosaurios
o son en realidad una invención del México revolucionario
y que ahora se multiplican como peste?
¿Dónde están los Carlos Marín,
los Ricardo Raphael, los David Páramo,
los Jaime Sánchez Susarrey, los Leo Zuckermann,
los Nino Canún, los Pablo Hiriart del siglo XIX?
Increíblemente, no sabemos qué pasó
con esos lamehuevos.
No hay forma de saber si estos nuevos lamehuevos
están perpetuando una nueva forma de genuflexión
o si su creatividad les permite nuevas posiciones
y nuevos niveles de abyección.
Si ellos no se cansan de lamer huevos, ¿por qué no lo haces tú también?
Hay muchas cosas que desconocemos
de los lamehuevos. Todos creen saber mucho
o algo al respecto, pero no es así:
¿Cuánta saliva produce un lamehuevos?
¿Cuál es la resistencia de sus rodillas?
¿Cuál es el máximo tiempo de lamehuevonería?
¿No ha muerto un lamehuevos de hambre?
En los medios electrónicos, de tanto salivar,
¿cuáles son las posibilidades de morir electrocutado
entre tanto cable y conectores?
Merced a los avances de la ciencia
tal vez algo de esto podamos saber algún día.
Mientras ese día llega,
podemos alzar la voz para que estos nuevos lamehuevos
no desaparezcan en el olvido y la ignominia
como sus predecesores,
de quienes nada, lamentablemente, sabemos.
Y podemos inclusive pensar en un lema
que orgullosos puedan usar al firmar un documento
o al terminar una brillante arenga.
Se puede proponer, por ejemplo, que concluyan diciendo
“lo que bien se aprende,
así sea arrodillado, no se olvida jamás”.
Es por eso que es imposible no pensar
¿qué hubiera sido del Porfiriato su hubiera
contado con lamehuevos organizados,
profesionales de la salivación,
que hicieran perfectas tablas genufléxicas
como los que hoy vemos en los medios de comunicación?
Tal vez no sea mala idea recuperar las doctas palabras
que los muestran de cuerpo entero,
y que los estudiantes se aprendan de memoria
estas ejemplares filípicas.
¿Se imagina el orgullo de una madre
al oír decir a su hijo en voz alta
ante un auditorio lleno,
que “el Estado mexicano no tiene la capacidad
para detectar y enfrentar a los grupos
subversivos que operan en territorio nacional.
De esto nos venimos a enterar
gracias a la declaración que hiciera
el [ex]secretario de Gobernación,
Francisco Ramírez Acuña
[…]
mientras la comunidad internacional
decidió hacer de los servicios de inteligencia
su arma más poderosa para enfrentar al terrorismo,
en México actuamos exactamente al revés.
Según Ramírez Acuña, el Estado mexicano
disminuyó en una tercera parte el personal del Cisen
y dejó de invertir en tecnología de punta.
[…]
los irresponsables que tomaron esas decisiones
merecen someterse a juicio político
por alta traición a la patria.
No es una exageración:
han gobernado durante tiempos de guerra
sin proteger a su población,
y también han engañado a los socios extranjeros
que vinieron a pedirnos ayuda
para crear una asociación eficaz contra
la inseguridad que representaban los terroristas.
[…]
lo único que nos queda decir al resto de los mexicanos
es que, en efecto, nuestro gobierno nos deshonra.
Los servicios de inteligencia en una democracia
no deberían vincularse con las cuestiones electorales.
Tampoco habrían de estar encargados
de sondear la popularidad del Presidente.
Mucho menos habrían de servir
para espiar a los políticos, los líderes sindicales,
los empresarios o a los periodistas,
cuando esta actividad no esté relacionada
con la seguridad nacional.
Urge un aparato de inteligencia al servicio de la democracia y nada más.”
Por supuesto, ante el asunto de los lamehuevos
nos enfrentamos ante un problema gramatical,
que es el de la definición,
porque sin un concepto absolutamente claro
no habría forma de saber quién es y quién no es
un orgulloso lamehuevos.
Por eso, ¿cómo definir a un lamehuevos?
Uno puede buscar y buscar
y no encontrará una definición.
No al menos en español.
Es un buen plan sugerir que a partir de la única
definición de lamehuevos
podamos avanzar en ella,
y hallar su equivalente en español,
pues en inglés es: “Mexican slang for Ball Licker.
A disgusting kind of person,
mostly in politics and corporations,
who climbs in the organization
and gets managing positions
by kissing the ass of his/her boss.”
Sin duda es una bonita definición,
pero falta información sobre sus genuflexiones,
la peculiaridad de sus glándulas salivales,
sus gestas heroicas ante las crisis,
su autonomía para adelantarse a los hechos
y llegar optimistas ante el desastre.
En los libros de historia de México
nos recuerdan la pobreza en el México porfirista,
del pasado de los pueblos originarios,
de la gesta revolucionaria,
de los héroes que nos dieron Patria,
pero nadie habla de los lamehuevos.
Versos 5-9: Datos de Frank Tannnbaum, Agrarismo mexicano y Reforma Agraria: exposición crítica, FCE, 1980, reproducido en A. M. López Obrador, La gran tentación. El petróleo de México. Grijalbo, 2008, p. 16.
Versos 15-16: Tomados de Carlos Monsiváis, Azcárraga Milmo y la “filosofía Televisa”, en http://www.arzp.com/monsivais/televisa.html, originalmente publicado en Proceso, 23/04/1997.
Versos 20-34: Tomados de Alma Muñoz, Cifras veladas por el gobierno reflejan el avance de la pobreza, en http://www.jornada.unam.mx/2006/10/02/046n1soc.php
Versos 92-127: Tomados de Ricardo Raphael, La traición de los servicios de inteligencia, publicado en La vanguardia, 1 de octubre de 2007, http://www.vanguardia.com.mx/diario/detalle/columna/49586
Versos 142-147: Tomados de Urbandictionary.com, http://www.urbandictionary.com/define.php?term=Lamehuevos