Ya me he referido en el pasado a mi abierta aversión, a mi declarado repudio a esa manipulación colectiva televisiva que los nazis envidiarían que es el Teletón. Como se acerca la fecha de esta actividad lobotomizadora colectiva, conviene retomar algunas ideas que he expresado en el pasado, pero más aún, conviene especificar otros motivos por los cuales el Teletón merece mi más abierto y declarado repudio. Debo decir, en principio, que no me opongo a que a niños con discapacidad se les brinde ayuda. Ya algún padre me dejó un recado afirmando que de no ser por el tratamiento que recibió en un CRIT su hijo tal vez no estaría con vida. Y no pongo en duda el que mencione, también, que no le cobraron nada, y demás. El problema no es ese, sino otro más siniestro, de abierto corte fascista. Ese aspecto se ve en la manipulación colectiva que hace Televisa, manipulación a la que no escapan ni empresaurios ni políticos (empezando por el enano Calderón) ni mucho menos la pobre y triste población general del país. Esta manipulación es tan nefasta, tan grosera, que todos aquellos que nos oponemos al Teletón somos vistos como gente negativa, como enemigos de la generosidad empresarial, y no pocos insultos recibimos por oponernos a esto. Si la situación fuese más abiertamente manipulada no dudo que ya se hubiesen organizado comandos de limpieza para eliminar a quienes nos oponemos a esta actividad nefasta y fascista.
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El problema con el Teletón no está solamente en lo que hace ya varios años señalé como sospecha y que cada día más gente ha comprobado como un hecho: que Televisa (y las empresas asociadas al mismo, como Cemex, Telmex, etcétera) evade impuestos mediante esta supuesta actividad filantrópica (y seguramente en algún momento se comprobará lo que ya había yo señalado antes, la sospecha de que el narco limpia dinero a través de donaciones y la devolución vía impuestos de su dinero lavadito y recuperado, ¿por qué dudar que no lo está haciendo ya si no hay una sola auditoría a este festín mediático? ¿Quién va a dudar de la nobleza de estos actos de generosidad colectiva si son para ayudar a niños y hasta el Presidente y la mayoría de los gobernadores y senadores y diputados de la República donan?). No, el problema está también en la discrecionalidad que esta labor altruista conlleva. Ni duda cabe que si un empresario decide ayudar a un grupo poblacional, tiene derecho a elegir qué, cómo y cuándo, y nadie tendría por qué exigirle o demandarle que haga otra cosa, o cómo debería hacerlo. Y ese es precisamente el problema. Porque el Teletón, y todos los actos altruistas del mismo tipo, tienen como objetivo calmar (hipotéticamente) la conciencia del dinero mal habido de ciertos empresarios, que al realizar estos actos de generosidad se presentan ante la sociedad como santos, como hermanos de la caridad, y así lavar sus pecados. Una suerte de pagos posmodernos por las indulgencias colectivas que esperan recibir no de los cielos o de la Iglesia, sino de los ciudadanos mismos, que al ver tal acto público de contrición, los absolverían de sus actos ilícitos o de mezquindad (como no pagar impuestos, o casi, y recibir además devoluciones millonarias que el resto de los ciudadanos no). Así, inmaculados, se nos ofrecen como empresarios que todo lo sacrifican en nombre de nuestros niños.
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¿Por qué esto es malo? Justamente por la discrecionalidad. No sólo en el aspecto económico. Igual que el Presidente, que cada año nos presenta las cuentas del gran capitán en su informe anual, el Teletón supuestamente presenta un informe de los gastos efectuados y demás. Obviamente, nadie toma en serio semejante informe. No hay un sólo análisis detallado de los gastos e ingresos, y no hay forma de solicitarlo pues no siendo una dependecia pública no hay forma de solicitar al IFAI los datos respectivos. ¡Nadie había pensado en eso! ¿Verdad? Allí ya tenemos un asunto que debería despertar toda clase de sospechas. Pero más grave aún es el hecho mismo de elegir un grupo poblacional sumamente reducido para presentarlo como la ayuda social más importante de la iniciativa privada, semejante a programas como Bécalos, o Goles por México, etcétera. En este último caso, cada vez que ustedes ven un partido de fútbol transmitido por Televisa (TV Azteca no está en este programa) y cae un gol, Fundación Televisa y Grupo GNP donan cualquier cantidad de pendejadas a 25 familias (a veces es una sola) en algún lugar de la República: casas, despensas (pa' que no se mueran de hambre esos pobres desdichados), etcétera. ¿Se imaginan qué pasaría si un día hubiese una sequía de goles masiva en el fútbol mexicano, o al menos en aquellos partidos que transmite Televisa, y todos los partidos concluyeran con marcadores de empate a ceros: 0-0? Todas esas pobres y desgraciadas familias no recibirían nada hasta que no concluyese la sequía. Este hipotético caso muestra que el voluntarismo no sirve de nada. Repartir en una semana 250 despensas al mismo número de familias, ¿no es eso acaso una burla? ¿No es repetir el paternalismo que las propias empresas han criticado del gobierno?
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El Teletón cae en esa misma dimensión de mezquindad y de voluntarismo, y lo hace de manera más grave porque es el resultado de años de que el propio Estado nacional haya renunciado a sus responsabilidades sociales. Hace ya más de 20 años atrás, cuando las privatizaciones de Salinas estaban en su pleno apogeo, fui severamente reprendido por amigos que señalaban que yo exageraba cuando hablé de que estábamos asistiendo al nacimiento del Estado irresponsable, un Estado que cada día tenía menos responsabilidades porque las que ya tenía las entregaba a la iniciativa privada para que aquella hiciera negocios donde el Estado tenía que dar servicios. Y eso es exactamente la diferencia entre el Teletón (y los CRIT) y los sevicios médicos de salud que el Estado tiene la obligación de dar al pueblo de México. Y esto es más grave porque se enmarca en la recién decisión del goberno de desaparecer a la Compañía de Luz y Fuerza del Centro. Con los mismos argumentos que usó Calderón para cerrarla (no olvidemos que él fue el inepto secretario de Energía que nunca hizo nada por mejorar a la misma empresa corrupta e ineficiente, según él, a la cual hoy ha deshauciado), el día de mañana puede cerrar el IMSS. ¿Exagerado? Siéntense a ver el río pasar y más tarde que temprano sucederá. Hoy el IMSS está en un abandono financiero y administrativo semejante, o peor, que la CLyFC. ¿Qué nos hace pensar que ese abandono presupuestal no un paso para darle más poder al Seguro Popular y quitárselo al IMSS?
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En este mismo sentido, permitir que los empresarios tomen sectores de la población para ejercer funciones de salud que le competen al Estado es de enorme peligro. Porque el Estado al ofrecer servicios de salud a toda la población lo tiene que hacer sin distingos, sin reparos en quién sea el paciente, cosa que no hace el Teletón. Basta comparar los intereses que hay detrás de la actividad dempresarial y la actividad Estatal. Esta última debe estar orientada a toda la población y debe ser gratuita, es decir no debe ser un negocio. Por el contrario, el Teletón, por muy noble y generosa que sea su actividad, es el fruto de una actividad empresarial, y su último fin es obtener beneficios, sea de una forma o de otra. Si el Estado se comporta como los mismos empresarios para cerrar las actividades de la CLyFC, porque no es negocio, puede cerrar cualquier otra actividad estatal que otorgue beneficios a la población con los mismos argumentos. Por el contrario, los empresarios no tienen que pensar en términos de beneficio a la población, y personalmente no se los reprocharía nunca. Al contrario, están en todo derecho a actuar como lo hacen, y sería egoísta (más aún de lo que uno piensa) reprochárselos. Ellos sí pueden cerrar empresas en el momento que quieran, más aún si tales empresas no les dan los beneficios monetarios que ellos esperan. Es un derecho que les asiste.
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El Teletón es, desde esta amplia perspectiva, un claro ejemplo de la discrecionalidad y la discriminación empresarial (a la que tienen derecho, por supuesto; aunque Azcárraga diría que él no pretende sustituir las actividades del Estado) y de cómo este tipo de actividades, lejos de beneficiar a la población, sólo benefician a un muy reducido porcentaje (escasamente representativo de la población incluso concerniente con los servicios prestados por los CRIT) de esta. El voluntarismo, es decir el deseo concreto de ayudar (por muy genuino, noble y generoso que sea) a una persona o a un grupo específico de personas siempre será limitado y sus efectos se diluyen de manera inmediata. Por el contrario, las políticas públicas de salud tienen (o deben tener) un impacto generalizado y de largo alcance, y no se detienen en el acto de haber curado a un niño (¿qué pasa, por ejemplo, con los adultos en condiciones similares a los niños? ¿Que se chinguen por no ser niños? ¿Que se los lleve la chingada por no despertar suficiente lástima pública y mediáticamente aprovechable? ¿Que sigan igual de jodidos porque no son aprovechables para el chantaje colectivo?) del mal que lo aqueja. Las políticas públicas son permanentes, no se confinan a un día o dos de mea culpa colectivo, y por lo mismo no son mediáticamente redituables. Por el contrario, el Teletón busca apelar a la lástima colectiva para sobornar nuestra conciencia y hacer que mediante el sincero o disfrazado arrepentimiento se brinde apoyo a esos pobres niños jodidos, que podrían ser el hijo de cualquiera. Allí comienza el chantaje. Las políticas públicas de salud apelan a la solidaridad colectiva, porque todos dependemos de todos, y por ello mismo se ayuda colectivamente, sin chantajes, sin doble lenguaje, sin manipulación. En cambio, el Teletón no apela al mismo argumento, sino al abierto chantaje de que "ese niño pofría ser el tuyo", y para que eso no suceda (Dios guarde la hora), dona algo. ¿No parece eso las famosas indulgencias por las que Lutero se separó de la Iglesia? ¿Soy sólo yo quien ve la similitud?
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Sí, tal vez los niños del Teletón puedan hacer imposibles, menos evitar ser manipulados, ser presentados públicamente como objetos de lástima (o monos de circo, para el caso es lo mismo) que ameritan nuestra limosna, sea millonaria o reducida, pero limosna al fin y al cabo. No son presentados como seres humanos dignos, sino como pobres engendros por los cuales debemos sentir lástima porque ellos no han recibido los beneficios del Maná empresarial. Y porque son en el fondo indignos, hay que darles lo que nos sobre, sea mucho o poco; hay que dárselo a estos empresarios que han visto en ellos la manera de limpiar sus conciencias. Seguramente los padres de todos esos niños se sienten agradecidos por la ayuda brindada. ¿Cuántos padres habrá que han sido ignorados vilmente por los CRIT porque sus hijos no son dignos de semejante manipulación colectiva? ¿No sería mejor gozar de servicios de salud pública eficientes dirigidos a niños, adolescentes, adultos, ancianos, etcétera, en lugar de sólo a unos pocos niños? No nos hagamos pendejos, ya es tiempo de dejar de donar al Teletón. Exijamos al Estado un comportamiento digno y responsable, en lugar del pobre ejercicio político y público que desde hace 30 años viene ofreciéndonos, y por el cual además nos cobra impuestos estratosféricos para los pobres resultados que nos ofrece.