sábado, agosto 23, 2008

Beijing 2008: de la Olimpiada de la ignominia al parto de los montes

Pues bien, mis testimados cero lectores. Las Olimpiadas de Beijing 2008 han llegado a su fin, y con ello concluye la Olimpiada de la ignominia. Y la llamo así porque los pudorosos atisbos de crítica social y política que alguna vez tuvo el COI, cuando vetó a Sudáfrica participar por la abierta violación a los derechos humanos por el régimen de apartheid que tuvo durante décadas, se desvanecieron ante el brillo del dinero que Beijing significó. De nada valieron las protestas y censuras que le llovieron a China por su violación de los derechos de los tibetanos, por su venta de armamento a países en conflicto en África, por la abierta censura a los periodistas antes, durante y seguramente después de concluida la Olimpiada, por no mencionar, por supuesto, la censura a sus propios ciudadanos. Todo esto le importó un pepino al COI, que, movido sólo por su ambición de dinero, pasó por alto cualquier posible objeción al respecto. Pero, por otro lado, estas Olimpiadas son un perfecto ejemplo del mundo de desigualdades en que vivimos, y en ese sentido, son también paradigmáticas de nuestra época: los juegos del dispendio, los juegos del exceso, los juegos de la hipocresía mundial. Los juegos que retratan lo que la humanidad es: un conjunto inconmensurable de seres humanos luchando por no hundirse en la ignominia, un pequeño grupo de países que mantiene su hegemonía político-económica sobre el resto, otro pequeño grupo buscando escapar de tal hegemonía, y en medio el más inmenso muladar jamás visto en la historia.

Las Olimpiadas no sólo fueron la proeza de Michael Phelps, el poder de Asafa Powell, la belleza de Yelena Isinbaieva, el dominio abrumador de China en el cuadro de medallas, que por vez primera mandó a Estados Unidos al segundo lugar, aunque en el total sigan siendo el país que más medallas acaparó; también fueron los juegos en que todo mundo, incluidas las televisoras, buscó aplastar a sus rivales. En el caso de México, sólo hay que ver cómo Televisa, a medio gas, pero con la cartera bien abierta, se llevó de calle a TV Azteca. El dispendio de ambas televisoras, de sobra conocido por el resto de las televisoras del mundo, sólo puede concebirse en el marco de un país sumido en la ignominia, la indignidad y la ignorancia generalizada de sus gobernantes, politicos, líderes de opinión y empresarios, que sólo buscan conservar sus privilegios y callar ante la abismal disparidad e inequidad entre un 50 % de la población sumida en la pobreza y el hombre más rico del planeta enriqueciéndose sin pudor alguno.




Los héroes deportivos de estos juegos, strictu sensu, fueron la perfecta coartada para ocultar la enorme disparidad que hay en el mundo de hoy, y la grosera forma en que los medios distorsionan todo y embaucan a los espectadors. Ello no significa demeritar el esfuerzo individual e institucional que respalda los resultados de cada atleta o grupo de atletas. Pero es indudable que para que exista un Michael Phelps se necesita de toda una infraestructura, de todo un marco mental y una determinación individual, social e institucional que es inexistente en el caso de nuestro país. Y es evidentísimo que un Michael Phelps no podría existir en México ni en un millón de años. Y a la inversa, un Michael Phelps es inconcebible en un medio como el mexicano acostumbrado al chanchullo, a las intrigas, a la corrupción, a la mentira, a la opacidad, y a una mentalidad de esclavos, como decía Nietzsche.
Y en ese sentido, ante tan pobres resultados de la delegación olímpica mexicana, sólo podemos afirmar que hemos testificado, una vez más, el parto de los montes. Y es que no hace falta ser un genio para percatarse que lo que se vio de la delegación mexicana es el reflejo del país: ya lo dije antes y lo repito ahora: México es un país de fracasados y no de triunfadores, como desea el enano calvo de la Presidencia. Sólo hay que hacer una pocas y elementales cuentas para percatarse del nivel del fracaso. La delegación deportiva mexicana (sin contar a los funcionarios y demás mama-presupuesto profesionales que reptan en las diversas federaciones) constó de 85 deportistas, de los cuales sólo cuatro obtuvieron tres medallas, dos de oro y una de bronce, para ocupar el lugar número 34 en la tabla de posiciones olímpicas. Un porcentaje de efectividad del 2.5 %. Si consideramos, por ejemplo, que Panamá, un país cientos de veces más pequeño que México, que no cuenta ni en sueños con las instalaciones deportivas ni los presupuestos estatales con que cuenta México, el resultado es aún más vergonzoso. Panamá envió tres representantes, y ganó una medalla de oro, para un porcentaje de efectividad de 33 %. Claro, eso es una trampa, porque ni los panameños esperaban ganar siquiera una de bronce. Pero, finalmente, ese es el resultado. Las matemáticas no mienten. Si además subsumiéramos ese triste 2.5 por ciento de efectividad deportiva de acuerdo a las disciplinas en sí, cada una por separado, el resultado es aún más triste. No digamos comparar a México con Jamaica, o con Etiopía, o con Kenia. O con países de la misma región: con Argentina, con Brasil, con Cuba, con Canadá. Países como Armenia, Taiwán, Nigeria, Grecia, Croacia, India, Indonesia, Zimbabwe, Lituania, obtuvieron, globalmente, es decir en total, más medallas que México. Muchos de esos países ni remotamente tienen los recursos que tiene nuestro país, pero tampoco los deportistas, los politicos, los empresarios, los representantes deportivos y populares que tiene México; y algunos tienen una pobreza acuciante más grave que la nuestra.
Que Estados Unidos y China hayan peleado por la supremacia en el tablero de medallas sólo demuestra que ambas naciones son las que hoy en día dominan el mercado internacional. Y en el mismo sentido, tales resultados marcan el declive de una y el ascenso de la otra. Pero tampoco hay que cantar las golondrinas al Imperio, porque China es, asimismo, una nación de contrastes, como México, donde ciertamente hay una enorme riqueza, pero concentrada, allá igual que aquí, en unas pocas manos, mientras millones de chinos se mueren de hambre, y los políticos se enriquecen al amparo de la concentración del poder político y el económico, mientras millones de chinos viven o sobreviven pirateando todo lo pirateable, erosionando la misma fortaleza económica del nuevo imperio, con las mismas herramientas que generan tal desigualdad económica.
En el caso de México, esto es igualmente obvio, y las olimpiadas sólo ponen de relieve no sólo la desigualdad sino la improvisación. No llegó a la Olimpiada un sólo conjunto que trabajara en equipo (el relevo en atletismo apenas se puede considerar como una broma de mal gusto), y todos lo que llegaron fueron en participación individual, o cuando mucho en equipos de dos, o cuatro. Los resultados y lugares ocupados por los diversos "deportistas" en algunas disciplinas ponen en evidencia algo más: ricos o pobres, todos dan los mismos penosos y lamentables resultados: Los deportes de ricos, como equitación o regata, sólo mostraron que no basta con tener dinero y exprimirle al presupuesto estatal todo lo exprimible, son igual de mediocres que los de deportes donde hay que sudar y partirse palmo a palmo con otros. La mediocridad campea por igual entre ricos que entre pobres, sólo que aquéllos lo disimulan mejor y nadie los conoce. La pariticpación en varios deportes, como kayak, sólo puede mover a risa. ¿En dónde se va a entrenar un kayakista en México? ¿En qué ríos hay rápidos suficientes como para vcencer o siquiera competir con las potencias europeas en semejante disciplina? Ni hablar de disciplinas como esgrima o piragüsimo (¿por qué diablos no enviaron a lancheros de Xochimilco o de Michoacán a esa competencia?)
Por otro lado, la forma chantajista y fantoche de las televisoras, en particular de Televisa, a la hora de presentar a los deportistas y sus historias no puede ser más insultante. Y no porque no haya que demeritar el esfuerzo de los deportistas, sino justamente porque demuestra que las instituciones deportivas no sirven para un carajo. Durante semanas previas a las olimpiadas transmitieron conmovedores reportajes donde era posible ver las pavorosas carencias de prácticamente todos los participantes, los retos que tuvieron que vencer, la pobreza en que viven, la falta de apoyos institucionales. Es un milagro que haya deportistas olímpicos en México. Por supuesto, Televisa se cuidó muy bien de no mostrar a quienes participaron en deportes que no permitieran el derramamiento desmedido de lágrimas y moco por las carencias sociales y económicas, porque ¿quién podría sentirse conmovido ante la historia de sacrificios de José Chedraui [¿de quién será hijo con ese apellido? ¡No puedo imaginármelo!] y su trío fantástico en hipismo [más si uno se entera que quedaron en el honroso lugar 40]? Menos al saber que esta cuarteta heroica de deportistas ni siquiera avanzó a la siguiente fase de su participación. Tampoco mencionaron el esfuerzo denodado de deportistas que participaron en, por ejemplo, tiro, como Ariel Mauricio Flores, de quien no sabemos con qué sacrificios se hizo de su pistola y cuántos sacrificios adicionales tuvo que realizar para comprar sus balas, lo que le permitió alcanzar un honroso lugar 27; o Tania Elías Calles [nuevamente, ¡no puedo imaginarme de qué político pueda ser nieta!] en vela y su honroso lugar 17. A no dudar, también ellos debieron hacer sacrificios, esfuerzos denodados por llegar a los lastimosos lugares olímpicos a que llegaron, y es triste pensar que no hubo nadie que los recibiera como héroes en el aeropuerto al llegar de tan sacrificada estadía en China. ¿Cómo queremos entonces que nos den buenos resultados si los lanzamos a la aventura y no les damos siquiera una resortera? ¡No alcanzó siquiera para un sal de uva picot, como le sucedió a José David Galván en diez mil metros! Tuvo agruras durante la competencia por algo que cenó la noche previa. Les juro que eso dijo ante las cámaras de TV Azteca: "Me dieron agruras... no sé, algo que cené me hizo daño"... y no había sal de uvas picot o Alka-Seltzer , ¿y cómo diablos le preguntas a un chino dónde venden Alka-Seltzer? ¿Qué tal si te venden uno pirata y sale peor el remedio que la enfermedad?
Eso explica por qué Yadira Silva Llorente no pudo siquiera pasar a la primera ronda en tenis de mesa. O cómo en natación un egregio tritón como Juan José Veloz, haciendo eco de su nombre, quedó en el lugar 45 en cien metros mariposa; o Larry Michael Langowsky en lucha grecorromana no pudo con su primer rival y quedó eliminado; o cómo el judoca Arturo Martínez Rivera quedó igualmente eliminado apenas enfrentó a su primer rival; o cómo Maricela Cantú quedó en el lugar 56, y por tanto eliminada, en gimnasia artística, lo mismo que Angélica Larios Delgado en esgrima, al perder con su primera oponente (además, su equipo de competencia era como de hace quince años, con cables y toda la cosa, en lugar de los sistemas inalámbricos de ahora, ulta modernos y rápidos). ¿Le sigo o prefieren ver ustedes los resultados? Mejor:
Desde este enlace pueden, por supuesto, ver la notable presencia de México en la historia de los juegos olímpicos del pasado siglo, y revisar con detalle, siguiendo los enlaces internos, todo un largo listado detallado de lo que la presencia mexicana ha significado en tales justas, y hacer comparaciones con países como Jamaica, Kenia, entro otros que me vienen a la mente.
En fin, que ricos o pobres, poderosos o escuálidos, con historias de superación y lucha individual, o de apoyos familiares en serio, o de brumosa oscuridad, como sea, los atletas mexicanos son un reflejo fiel, puntual, de lo que es México hoy, de lo que ha sido siempre, de lo que seguirá siendo per saecula saeculorum: un país de fracasados que necesita héroes a quiénes venerar, y que busca salir del hoyo sin planeación, sin ideas (ni siquiera ajenas, porque, encima de todo, somos un país extremadamente nacionalista, o sea pinches ñoños), sin organización, a la buena de Dios, a ver si el campeón se tropieza o lo fulmina por casualidad un rayo o cambian de repente las reglas de competencia como en los chistes. Porque en el mundo de los chistes, por supuesto, los mexicanos son siempre los mejores, pero en el de la realidad, en donde ni los rusos ni los gringos son unos cretinos, el mexicano promedio no saca jamás la casta, y no basta con el corazón, con el triste ¡Vamos México! para ganarle a nadie. En el mundo de la competencia real, del esfuerzo medido y calculado, la dieta T hace estragos, y el país entero se deshace como una desabrida tortilla de Maseca. Sólo en el mundo ridículo de las televisoras, de Televisa, un chef mexicano le gana a uno francés y uno brasileño en una ridícula competencia olímpica de huevos fritos. Ese es el mundo en el que vivimos: el de la ilusión y la fantasía, el de competencias imaginarias que a nadie importan, el de los chistes que nos consuelan de la mediocridad nacional generalizada, el de la pobreza abrumadora que genera desigualdades y criminalidad rampante, el de los salarios deprimidos, el de la nula competitividad industrial, el de los políticos corruptos de todo tipo, el de ciudadanos irresponsables, el de intelectuales orgánicos y no orgánicos que lamen la bota del poderoso porque el ciudadano común también lo hace a su manera. El triste país en que vivimos, y del que no hay manera de librarse. Y como no hay manera de librarse, los medios de comunicación, desde hace años, hablan de deportistas "orgullosamente mexicanos", del talento nacional, que nadie conoce fuera de nuestras fronteras.
Así, las televisoras arengan al ignaro pueblo mexicano para que apoye a deportistas que nunca han demostrado valer lo que les pagan, como sería el caso de los futbolistas de las varias selecciones nacionales, y llaman a continuar con la lamentable tradición de improvisación de nuestros deportistas, en lugar de exigir planes y organización a mediano y largo plazo. Ese es el México real. No el inexistente México de triunfadores con que onanistamente sueña el cretino de la Presidencia. Y ahora que el sueño olímpico regresa al reino de los sueños, nos toca enfrentar la triste realidad de un país envuelto en la ingobernabilidad, en las reuniones del consejo de seguridad para tratar de controlar la criminalidad, hundido en el desempleo generalizado y la criminalidad organizada por los mismos que se supone deberían combatirla, por toda clase de signos que una y otra vez nos dice que este país no va a levantar cabeza nunca, porque a nadie le importa. Eses es el México real.
Literalmente, somos el producto del parto de los montes: miserable ratón que mejor huye a esconderse antes que los gigantes se lo coman.

miércoles, agosto 20, 2008

México: País de fracasados

Mis estimados cero lectores, qué triste papel en verdad el de nuestros atletas en las Olimpiadas de Beijing 2008. Qué patético esfuerzo el de las televisoras por ganar el rating en pantalla con reportajes hechos sobre las rodillas y realizados con escasa, si no es que nula, imaginación. Y qué penoso ver la reacción de miles de mexicanos llorando y al borde de un ataque de nervios porque un deportista de nuestro país ganó una medalla en la justa deportiva. En verdad que resulta ofensivo ver tal despliegue de recursos, tanto estatales como privados, para tan pobres resultados. Con esto, por supuesto, no demerito en lo más mínimo el esfuerzo personal, individual, de Guillermo Pérez, pero justamente el resultado obtenido ha sido por la constancia y el esfuerzo individual suyo, no del país, no de las instituciones deportivas, no de las televisoras. En otras palabras, estamos ante el parto de los montes.

Y por supuesto, como era de esperarse, ahora sí todos se cuelgan del esfuerzo de este atleta para decirnos el consabido "sí se puede", con la consabida dotación de rancio y ridículo nacionalismo epidérmico que caracteriza a los ignorantes, que se colocan camisetas y playeras y las estiran como si ellos hubiesen participado en la justa olímpica. Y claro, el calvo canoso de la Presidencia, ni presto ni perezoso, llama al atleta para felicitarlo ante el beneplácito y la complicidad de los medios masivos de comunicación. Y lo que falta. Ya veremos hasta la náusea a Guillermo Pérez en todos los noticieros, en todos los programas televisivos y radiofónicos, ser entrevistado por toda clase de pelafustanes, por toda clase de pseudo-periodistas, por toda clase de oportunistas. Y veremos cómo en su natal Michoacán el gobernador (perredista por cierto) se colgará igualmente de la medalla para resaltar el valor del pueblo michoacano, para dignificar a sus gobernados; y las calles con su nombre comenzarán a multiplicarse, así como las estatuas con su figura, como si de un héroe se tratase. Harán seguro un timbre postal con su figura, la lotería nacional sacará billetes con su imagen, y así hasta la náusea. ¡Qué espectáculo tan triste, patético y grosero!
No sé exactamente de qué tendríamos que enorgullecernos si países con muchísimo menos recursos e infraestructura deportiva y de cualquier otro tipo, como Jamaica, por ejemplo, ha ganado más medallas que México no sólo en esta olimpiada, sino en las últimas tres o cuatro, todas juntas, que México en toda su historia olímpica. Si un país como Panamá ya había ganado una medalla de oro en esta misma justa deportiva antes que México. El punto en todo esto es que, por supuesto, ahora que hay una medalla de oro, que sabe a oro, ¿cómo creer que una medalla de bronce sepa también a oro? Es el mismo caso de la correccción política cuando dice, para ser muy incluyente, "todos y todas", dando a entender que todos son realmente algunos...
Así de simple se muestra la manipulación mediática. Y al ver a nuestros compatriotas, e incluso a algunos locutores de televisión, en China llorando porque un mexicano ganó esta medalla, repito: sin demeritar un ápice su esfuerzo, sólo puedo pensar que qué pobre país es este que necesita con tanta urgencia héroes de esta naturaleza para creer de verdad que ha llegado al cielo, que como México no hay dos, que ahora sí somos potencia mundial. Asqueroso en verdad.
Pocas veces la ignorancia de un pueblo se muestra de manera tan burda y grosera. Pocas veces la estulticia de los medios se muestra tan arrogante y autosuficiente. Y pocas veces vemos un país tan sediento de estos héreos que no representan a este país, o que lo representan justamente porque son una excepción, porque no son el resultado de una estrategia global sino del esfuerzo individual. Qué triste es todo esto, porque pone en evidencia una verdad tan grande como la estulticia que hay detrás de ella:
ESTE ES UN PAÍS DE FRACASADOS
De qué tendríamos qué enorgullecernos por el esfuerzo de este atleta, si más del 60 por ciento de los maestros del país reprobaron el examen que les aplicó la SEP. Ese es el verdadero México, el México triunfador de que habló, desde su infinita ignorancia, Felipe Calderón cuando estaba en campaña, y del cual ya no habla porque ese México simplemente no existe. Este es el México real, el de millones de campesinos que han huído a Estados Unidos porque este país no les ofrece oportunidades de desarrollo. El de un porcentaje superior al 50 % de mexicanos que vive en pobreza extrema, y un 25 o 30 % adicional que apenas sobreviven. Un país con casi el 80 % de su población en algún gardo de pobreza. ¡Y las televisoras, que se hinchan de ganar dinero, quieren que festejemos el triunfo de un atleta! No, mis estimados cero lectores, no caigamos en el juego mediático de las televisoras. Pensemos un instante antes de rebuznar, si de veras hay motivos para festejar, para sentirnos orgullosos. Porque a mí, en lo personal, esta medalla olímpica, ni me da frío ni me da calor. No tiene que ver ni con el país en el que vivo, ni con el país que deseo, o desearía que existiese. Y si alguien quiere ver el verdadero nivel deportivo de nuestro país, que coteje los presupuestos anuales en materia deportiva con los que Jamaica o Cuba otorgan a sus deportistas y los resultados obtenidos. O, para no ir más lejos, espern los resultados de México hacia la clasificación del Mundial de Sudáfrica. No necesito decirles qué pienso que va a pasar.

Y si alguien se siente insultado por mis palabras, pues lo lamento: la verdad no ofende pero incomoda. Y por favor, habría que ir enterrando la bandera mexicana muy hondo cada vez que viene una competencia deportiva, tal vez así la gente dejaría de comportarse como enajenada cada vez que ven a un representante del fracaso institucionalizado. Porque aprender del fracaso, pues como que ni eso se nos da.
¡Ja!