Hace unos días, mis queridos cero lectores, el Senado de la República aprobó la Ley para el Fomento de la Lectura y el Libro, que ya existía desde el año 2000, pero que ahora lleva el título agregado de Ley del precio único. Como ustedes se pueden imaginar, esta es una de las cosas que más me valen madre porque no tienen que ver con el arte, sino con el orbe de la cultura. Contrario a mi naturaleza, y porque mi hermano que vive en Canadá me preguntó al respecto, decidí investigar un poco, sólo un poco, y lo que voy a ofrecerles ahora es la prueba de que hasta los escritores y los llamados intelectuales son unos imbéciles, y eso les demostrará porqué he dicho, respecto del affaire Poniatowska, que el prestigio obnubila a tal grado que nos impide pensar, y en lugar de ello nos arrodillamos como idiotas. Por eso los desprecio a todos.
Los hechos
El año pasado Gabriel Zaid, en Letras Libres (http://www.letraslibres.com/index.php?num=80&sec=3&art=10633), publicó un ensayo o artículo en apoyo de este proyecto de ley, que no voy a siquiera citar porque es verdaderamente lamentable. En los días que se debatía el nuevo proyecto de ley, la prensa diaria publicó diversas opiniones en torno a los beneficios que traería ésta. Yo por mi parte, recuerdo que hace cinco o más años (tal vez ocho) Alfredo Herrera, editor de Verdehalago, ya me hablaba de esta Ley que existe en otros países: Alemania, España, Francia, y de la necesidad de seguir ese ejemplo en beneficio de los lectores. Los argumentos estaban también basados en la política comercial que Gandhi estableció para poder ofrecer supuestamente ofertas de libros a precios bajos. Esta argumentación la hallarán más detallada en el artículo de Zaid antes mencionado.
Las opiniones a favor de una ley que fomente el libro y la lectura no debería entrañar oposición de nadie. Y en apariencia así es. Pero si se piensa en lo que han expresado intelectuales y escritores, el resultado no puede ser más desalentador. Más aún si pensamos que esta ley está pensada para una realidad que no es la nuestra. El 2 de abril La Crónica de hoy, un diario de la ciudad capital, entrevistó a Agustín Pániker, director de la editorial española Kairós, quien expuso al periódico los beneficios de la ley del precio único en España. Según Paniker, los beneficiados son las pequeñas editoriales, y es de comprender porqué en México los principales impulsores de esta ley fueron editores como Alfredo Herrera (al que muchos otros editores desprecian, y yo no sé por qué). Y uno estaría dispuesto a pensar que una ley de este tipo realmente es benéfica. El 4 de abril La Jornada reprodujo algunos testimonios que inducen a creer que la aprobación de la ley sería la panacea para la cultura libresca y la lectura en nuestro país.
Uno de los testimonios que se reproducen es el de José Ángel Quintanilla, presidente de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem), quien dijo que esta ley “busca promover la lectura, y es la única herramienta que nos va a hacer crecer. Mientras no sepamos entender las posibilidades que brinda la lectura seguiremos siendo un país de intolerantes.” Otros testimonios son los de David Huerta, Enzia Verduchi y José María Espinasa, quienes apoyan abiertamente la medida. Sin embargo, el editor Miguel Ángel Porrúa mostró estar más enterado del asunto cuando señaló que no es una medida que beneficie a los lectores ni a la industria, ''por un principio básico de economía: cualquier precio que se dictamine como único siempre tiene que ser a la alza, nunca a la baja. En el caso de los libros va a ser a la alza, pues el consumidor pagará para que un libro esté en cualquiera de las dos fronteras, porque en México los costos de los envíos por correo, por mensajería, son altísimos: enviar un paquete de 25 kilos cuesta 524 pesos y enviar un libro cuesta 78 pesos".
David Huerta señaló que la ley significa un avance para corregir algunas actitudes y decisiones de este gobierno, como el amago de gravar los libros en algún momento de 2000. “Ojalá la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y los encargados de la macroeconomía tomen nota de estos avances políticos en el orden cultural. El precio único es un asunto importantísimo de orden comercial con efectos culturales, que disminuirá algún desorden del mercado librero y pone mayores orientaciones en el consumo de estos objetos tan valiosos para la conservación y difusión del conocimiento.” Respecto de la creación de un Consejo Nacional de Fomento para el Libro y la Lectura, Huerta dijo que esperaba que éste realmente se dedique a la tarea que se le ha encomendado de fomentar la lectura con programas razonables, sensatos, verdaderamente nacionales y también en los planos regional y local.
De acuerdo con esta exposición, una ley que apoye el fomento a la lectura y al libro es un proyecto digno de merecer el apoyo de todos los que escriben, desde el momento que permitiría la multiplicación de los lectores como en vino bíblico. Hasta aquí seguramente muchos de mis cero lectores estarán de acuerdo. Pasemos a las objeciones.
La realidad
La ley del precio único del libro en México me parece bastante torpe, pues se hizo para evitar el supuesto monopolio de Gandhi, que siempre ha ofrecido precios especiales a los consumidores. Este tipo de leyes funcionan de forma muy distinta en países donde no sólo hay lectores, sino buena distribución de libros y una industria editorial sana, no como en México. No sé cómo un caso único, el de las librerías Gandhi, podría ser sustento para editoriales que de todas maneras tienen una pésima distribución. Y hablar de los lectores, pues es hablar de una utopía. No sé cómo un precio único podría fomentar la lectura, ni cómo se multiplicarían los lectores. Tampoco sé quién ni en base a qué criterios se establecería ese precio único (al parecer sería el editor o distribuidor quien se encargaría de ello, pero no hay al parecer nada que supervise que ese precio sea el justo, etc.).
Pero resulta que hay un pequeño problema con recurrir a los ejemplos de leyes similares de países europeos.
Primero: es clarísimo que los libros mexicanos, editados en México, sólo se venden en México, y muy rara vez pueden salir del mercado nacional. Ejemplos hay muchos de libros y títulos que se pueden editar en México, pero no pueden distribuirse a España porque alguna editorial española tiene los derechos para España y Latinoamérica. Un ejemplo, de entre muchos, es El hecho religioso, bajo la dirección de Jean Delumeau, editado en España por Alianza editorial, pero cuya edición llegaba a México hasta que Siglo XXI editores lo editó para México, y la edición española desapareció del mercado. Es el caso también de Paradiso, de José Lezama Lima, que en México edita Ediciones Era y en España Alianza, pero ninguna de las dos edicions se halla, al unísono, en el mercado español y mexicano.
Segundo: ninguno de estos países: Alemania, Francia, España, ve inundada sus librerías con ediciones en su misma lengua proveniente de ultramar, como ocurre en México. Es un hecho que los alemanes si consumen libros foráneos es en otras lenguas: francés principalmente, inglés, italiano, y muy lejos, en español. Lo mismo ocurre con Francia. No hay invasión de editores quebequenses o haitianos (digo, imaginemos que hay editores y lectores que no son zombies o algo así en Haití) que desplacen a los libros hechos en Francia. Y España tiene una política de compra de derechos de autor que impide cualquier intento por divulgar obras contratadas desde acá para el mercado hispano. En cambio, en México las librerías están atestadas de libros españoles a precios exorbitantes, que seguramente no van a bajar por esta ley.
Tercero: aún habiendo un precio único, no sé cómo eso beneficiaría a un posible e hipotético lector en provincia, llámese Cancún o Tijuana. Primero ese hipotético lector tendría que saber que existe el libro que busca, y tendría que haber más librerías que no fueran los Sangrons, que sólo venden sucedáneos de lectura: libros comerciales. Supongamos que una editorial pequeña me publica un libro a mí (sea mío o alguna traducción), ¿cómo podría enterarse alguien en Cancún o en Tijuana que existe ese libro si no existe la posibilidad de que se distribuya por allá? A menos que yo me tome la molestia de avisar por algún medio, como éste, que la UNAM publicó una antología poética de Gottfried Benn el año pasado, y que pienso prepara una sobre Lasker-Schüler, en atención a Liliana, nadie sabría que existe la antología de Benn o que estoy trabajando en la de Lasker-Schüler.
Cuarto: uno de los arjumentos de esta ley es que beneficiaría a los pequeños editores. Mmmmm. Permítanme dudar de semejante observación. Los tirajes de todas, absolutamente todas las editoriales pequeñas, independientes, es de mil libros. Sólo hay que hacer cuentas para percatarse de que esta ley es un despropósito. Veamos: mil ejemplares entre 32 estados, suponiendo la posibilidad de una distribución equilibrada por estado, toca de a 31 ejemplares por estado. Hay que ser imbécil para suponer que eso va a fomentar los lectores. ¿Aspiramos a 27 lectores por estado de cada libro publicado? Digo, sin mencionar si ese hipotético libro pudiese interesarle a 27 lectores por estado (y conste que no hablo siquiera del precio, que se supone es el meollo de la mentada ley). Y si a esa cantidad por estado la dividimos entre las ciudades importantes de cada estado, pues el resultado es verdaderamente risible. Y digo, son cuentas en abstracto y en un mundo ideal. Les dejo a ustedes la tarea de hacer los cálculos, digamos por densidad poblacional, que es de 52.3 habitantes por kilómetro cuadrado. Y respecto a la población general, el último censo (2005) indica que en México había 103'100,000 habitantes. Eso quiere decir que tocaría como a media página por habitante, o sea: la .0000969 parte de libro por persona. Estamos hablando que el porcentaje de hipotéticos lectores para mil ejemplares en México es de 9,69 milmillonésimas. ¿De verdad alguien piensa que con una pinche ley malaca como ésta van a multiplicarse los lectores y saldremos del hoyo? Les dejo de tarea que saquen las cuentas incluso con libros como la serie de Harry Potter, El Código Da Vinci y demás basuras, para que se les levante el ánimo.
Es por eso que la ley del precio único me parece un engendro legal, un Frankenstein que a la postre va a traer más problemas que soluciones, porque supone la solución de algo que es en el mejor de los casos, el último eslabón de una cadena, pero esa cadena no existe, porque faltan los eslabones primeros, es decir los lectores. Y el problema que ataca, las ofertas de Gandhi, no es en realidad un problema, sino un caso excepcional.
¿Alguien quiere defender la ley? ¿Hablar de fomento a la lectura? Para que haya verdadero fomento a la lectura debería haber una meta, y si los tirajes de libros ni siquiera llegan a la millonésima parte de la población, y la ley no contempla llegar a ese minúsculo porcentaje de posibles lectores, que es mil veces mayor que el que hay ahora, no veo cómo podría fomentar la lectura ni nada que festejar por su aprobación. ¿Le sigo o me detengo?
Los hechos
El año pasado Gabriel Zaid, en Letras Libres (http://www.letraslibres.com/index.php?num=80&sec=3&art=10633), publicó un ensayo o artículo en apoyo de este proyecto de ley, que no voy a siquiera citar porque es verdaderamente lamentable. En los días que se debatía el nuevo proyecto de ley, la prensa diaria publicó diversas opiniones en torno a los beneficios que traería ésta. Yo por mi parte, recuerdo que hace cinco o más años (tal vez ocho) Alfredo Herrera, editor de Verdehalago, ya me hablaba de esta Ley que existe en otros países: Alemania, España, Francia, y de la necesidad de seguir ese ejemplo en beneficio de los lectores. Los argumentos estaban también basados en la política comercial que Gandhi estableció para poder ofrecer supuestamente ofertas de libros a precios bajos. Esta argumentación la hallarán más detallada en el artículo de Zaid antes mencionado.
Las opiniones a favor de una ley que fomente el libro y la lectura no debería entrañar oposición de nadie. Y en apariencia así es. Pero si se piensa en lo que han expresado intelectuales y escritores, el resultado no puede ser más desalentador. Más aún si pensamos que esta ley está pensada para una realidad que no es la nuestra. El 2 de abril La Crónica de hoy, un diario de la ciudad capital, entrevistó a Agustín Pániker, director de la editorial española Kairós, quien expuso al periódico los beneficios de la ley del precio único en España. Según Paniker, los beneficiados son las pequeñas editoriales, y es de comprender porqué en México los principales impulsores de esta ley fueron editores como Alfredo Herrera (al que muchos otros editores desprecian, y yo no sé por qué). Y uno estaría dispuesto a pensar que una ley de este tipo realmente es benéfica. El 4 de abril La Jornada reprodujo algunos testimonios que inducen a creer que la aprobación de la ley sería la panacea para la cultura libresca y la lectura en nuestro país.
Uno de los testimonios que se reproducen es el de José Ángel Quintanilla, presidente de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem), quien dijo que esta ley “busca promover la lectura, y es la única herramienta que nos va a hacer crecer. Mientras no sepamos entender las posibilidades que brinda la lectura seguiremos siendo un país de intolerantes.” Otros testimonios son los de David Huerta, Enzia Verduchi y José María Espinasa, quienes apoyan abiertamente la medida. Sin embargo, el editor Miguel Ángel Porrúa mostró estar más enterado del asunto cuando señaló que no es una medida que beneficie a los lectores ni a la industria, ''por un principio básico de economía: cualquier precio que se dictamine como único siempre tiene que ser a la alza, nunca a la baja. En el caso de los libros va a ser a la alza, pues el consumidor pagará para que un libro esté en cualquiera de las dos fronteras, porque en México los costos de los envíos por correo, por mensajería, son altísimos: enviar un paquete de 25 kilos cuesta 524 pesos y enviar un libro cuesta 78 pesos".
David Huerta señaló que la ley significa un avance para corregir algunas actitudes y decisiones de este gobierno, como el amago de gravar los libros en algún momento de 2000. “Ojalá la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y los encargados de la macroeconomía tomen nota de estos avances políticos en el orden cultural. El precio único es un asunto importantísimo de orden comercial con efectos culturales, que disminuirá algún desorden del mercado librero y pone mayores orientaciones en el consumo de estos objetos tan valiosos para la conservación y difusión del conocimiento.” Respecto de la creación de un Consejo Nacional de Fomento para el Libro y la Lectura, Huerta dijo que esperaba que éste realmente se dedique a la tarea que se le ha encomendado de fomentar la lectura con programas razonables, sensatos, verdaderamente nacionales y también en los planos regional y local.
De acuerdo con esta exposición, una ley que apoye el fomento a la lectura y al libro es un proyecto digno de merecer el apoyo de todos los que escriben, desde el momento que permitiría la multiplicación de los lectores como en vino bíblico. Hasta aquí seguramente muchos de mis cero lectores estarán de acuerdo. Pasemos a las objeciones.
La realidad
La ley del precio único del libro en México me parece bastante torpe, pues se hizo para evitar el supuesto monopolio de Gandhi, que siempre ha ofrecido precios especiales a los consumidores. Este tipo de leyes funcionan de forma muy distinta en países donde no sólo hay lectores, sino buena distribución de libros y una industria editorial sana, no como en México. No sé cómo un caso único, el de las librerías Gandhi, podría ser sustento para editoriales que de todas maneras tienen una pésima distribución. Y hablar de los lectores, pues es hablar de una utopía. No sé cómo un precio único podría fomentar la lectura, ni cómo se multiplicarían los lectores. Tampoco sé quién ni en base a qué criterios se establecería ese precio único (al parecer sería el editor o distribuidor quien se encargaría de ello, pero no hay al parecer nada que supervise que ese precio sea el justo, etc.).
Pero resulta que hay un pequeño problema con recurrir a los ejemplos de leyes similares de países europeos.
Primero: es clarísimo que los libros mexicanos, editados en México, sólo se venden en México, y muy rara vez pueden salir del mercado nacional. Ejemplos hay muchos de libros y títulos que se pueden editar en México, pero no pueden distribuirse a España porque alguna editorial española tiene los derechos para España y Latinoamérica. Un ejemplo, de entre muchos, es El hecho religioso, bajo la dirección de Jean Delumeau, editado en España por Alianza editorial, pero cuya edición llegaba a México hasta que Siglo XXI editores lo editó para México, y la edición española desapareció del mercado. Es el caso también de Paradiso, de José Lezama Lima, que en México edita Ediciones Era y en España Alianza, pero ninguna de las dos edicions se halla, al unísono, en el mercado español y mexicano.
Segundo: ninguno de estos países: Alemania, Francia, España, ve inundada sus librerías con ediciones en su misma lengua proveniente de ultramar, como ocurre en México. Es un hecho que los alemanes si consumen libros foráneos es en otras lenguas: francés principalmente, inglés, italiano, y muy lejos, en español. Lo mismo ocurre con Francia. No hay invasión de editores quebequenses o haitianos (digo, imaginemos que hay editores y lectores que no son zombies o algo así en Haití) que desplacen a los libros hechos en Francia. Y España tiene una política de compra de derechos de autor que impide cualquier intento por divulgar obras contratadas desde acá para el mercado hispano. En cambio, en México las librerías están atestadas de libros españoles a precios exorbitantes, que seguramente no van a bajar por esta ley.
Tercero: aún habiendo un precio único, no sé cómo eso beneficiaría a un posible e hipotético lector en provincia, llámese Cancún o Tijuana. Primero ese hipotético lector tendría que saber que existe el libro que busca, y tendría que haber más librerías que no fueran los Sangrons, que sólo venden sucedáneos de lectura: libros comerciales. Supongamos que una editorial pequeña me publica un libro a mí (sea mío o alguna traducción), ¿cómo podría enterarse alguien en Cancún o en Tijuana que existe ese libro si no existe la posibilidad de que se distribuya por allá? A menos que yo me tome la molestia de avisar por algún medio, como éste, que la UNAM publicó una antología poética de Gottfried Benn el año pasado, y que pienso prepara una sobre Lasker-Schüler, en atención a Liliana, nadie sabría que existe la antología de Benn o que estoy trabajando en la de Lasker-Schüler.
Cuarto: uno de los arjumentos de esta ley es que beneficiaría a los pequeños editores. Mmmmm. Permítanme dudar de semejante observación. Los tirajes de todas, absolutamente todas las editoriales pequeñas, independientes, es de mil libros. Sólo hay que hacer cuentas para percatarse de que esta ley es un despropósito. Veamos: mil ejemplares entre 32 estados, suponiendo la posibilidad de una distribución equilibrada por estado, toca de a 31 ejemplares por estado. Hay que ser imbécil para suponer que eso va a fomentar los lectores. ¿Aspiramos a 27 lectores por estado de cada libro publicado? Digo, sin mencionar si ese hipotético libro pudiese interesarle a 27 lectores por estado (y conste que no hablo siquiera del precio, que se supone es el meollo de la mentada ley). Y si a esa cantidad por estado la dividimos entre las ciudades importantes de cada estado, pues el resultado es verdaderamente risible. Y digo, son cuentas en abstracto y en un mundo ideal. Les dejo a ustedes la tarea de hacer los cálculos, digamos por densidad poblacional, que es de 52.3 habitantes por kilómetro cuadrado. Y respecto a la población general, el último censo (2005) indica que en México había 103'100,000 habitantes. Eso quiere decir que tocaría como a media página por habitante, o sea: la .0000969 parte de libro por persona. Estamos hablando que el porcentaje de hipotéticos lectores para mil ejemplares en México es de 9,69 milmillonésimas. ¿De verdad alguien piensa que con una pinche ley malaca como ésta van a multiplicarse los lectores y saldremos del hoyo? Les dejo de tarea que saquen las cuentas incluso con libros como la serie de Harry Potter, El Código Da Vinci y demás basuras, para que se les levante el ánimo.
Es por eso que la ley del precio único me parece un engendro legal, un Frankenstein que a la postre va a traer más problemas que soluciones, porque supone la solución de algo que es en el mejor de los casos, el último eslabón de una cadena, pero esa cadena no existe, porque faltan los eslabones primeros, es decir los lectores. Y el problema que ataca, las ofertas de Gandhi, no es en realidad un problema, sino un caso excepcional.
¿Alguien quiere defender la ley? ¿Hablar de fomento a la lectura? Para que haya verdadero fomento a la lectura debería haber una meta, y si los tirajes de libros ni siquiera llegan a la millonésima parte de la población, y la ley no contempla llegar a ese minúsculo porcentaje de posibles lectores, que es mil veces mayor que el que hay ahora, no veo cómo podría fomentar la lectura ni nada que festejar por su aprobación. ¿Le sigo o me detengo?
4 comentarios:
Leyendo tu reflexión sobre la nueva Ley de promoción del libro aprobada por el Senado, lo único que se me ocurre pensar es que el pesimismo que sueles mostrar en tus publicaciones en Internet se justifica plenamente. Es probable que seas el único que piensa y muestra que con nueva ley o sin ella nada va a cambiar en el mundo editorial. De verdad dan miedo, por no decir pavor, los porcentajes de lectura de libros en nuestro país... es decir, en tu ejercicio hipotético, que sería un caso ideal.
¡Qué triste país el nuestro! Parece que describes una nación de iletrados, o de zombies, como dices no tan jocosamente como podría pensarse.
¿Cómo aprueban una ley que no tiene forma de aplicarse en la realidad? ¿O es que sí se podría aplicar? No lo sé, pero tu reflexión de verdad es para preocupar.
José Manuel:
Estoy de acuerdo contigo: lo del precio mínimo obligatorio para los libros es una mierda (excuse my french). Los escritores que la apoyan porque creen que los va a beneficiar no tienen ni peregrina idea. Y conste que en este país, donde se "venera" casi de rodillas a los intelectuales, que resultan casi intocables e infalibles, uno pensaría que ellos, ejem, piensan un poco más.
Cierto, suena muy bonito. Soñar con un país de lectores es lindo, pero definitivamente esta ley no es la manera de alcanzar ese ideal.
Detrás de esta iniciativa están las grandes editoriales, las mismas que en España se han visto beneficiadas con estas prácticas que valga decir, vienen desde tiempos de Franco. No olvidemos que gran parte del éxito de estas editoriales está también en el hecho de que venden muchos de los libros de textos recomendados por la Secretaría de Educación. Así, las únicas que se beneficiarán serán las grandes editoriales (las hijas de Santillana y de Planeta) y a las chicas y nacionales se las llevará el carajo. Me explico:
Este precio mínimo obligatorio hará que los vendedores de libros (como Gandhi y muchos otros) no puedan hacer descuentos a sus clientes, y que las editoriales no puedan deshacerse de sus saldos o inventarios quedados. Ya no le podrán vender a Walmart sus inventarios para que estén luego al público en 17 o 29 pesos. Sólo será rentable editar libros cuando se trate de grandes tirajes y éxitos garantizados (best sellers). Léase: Código Da Vinci y los caldos de pollo para todas las almas posibles. No estoy por calificar esta literatura, cada quien compra lo que guste. Pero meterse a intervenir de esa forma en las leyes del mercado es un estupidez.
México no será un país de lectores con esa ley. Las acciones deben ser otras. Es decir, para quien no lee y no tiene el gusto o el interés, no importa que exista una ley que diga que las editoriales estén obligadas a regalar sus libros. Y para los que gustamos de leer, déjenos que el mercado decida los precios. Que las editoriales se arriesguen. Que si se arriesgan por un escritor y luego no se les venden, que tengan la oportunidad de rematar el libro y sacar aunque sea los costos. El que la ley les impida hacer esto va a hacer que finalmente se terminen quemando libros en bodegas.
Bueno, Ricardo Medina Macías lo dice mejor que yo: "el precio “óptimo” de cada libro – que varia incesantemente en el mercado, dependiendo de la complejísima interacción entre fines individuales y recursos disponibles para cada persona- sólo se alcanza en condiciones de plena y libre competencia entre un gran número de oferentes y demandantes.
Al contrario, como hemos sostenido, establecer un precio único (que no es más que prohibir los descuentos) sólo encarecerá el bien, lo hará más escaso y esteblecerá barreras de entrada a nuevos competidores (autores, editores, distribuidores) beneficiando indebidamente a los ya establecidos y perjudicando a los lectores."
José Manuel, yo sí se bien la razón, y lamento discrepar, pero el precio único creo que beneficiará al sector más dañado, el de las librerías pequeñas, pues podrán dar el mismo precio que Gandhi, y competirán con servicio.
Saludos y parabienes.
Esta ley atenta contra la libertad de una persona a decidir el precio de lo que vende. Para promover la lectura en México hay que acabar con el libro de texto gratuito de las primarias pues generan la idea entre todos de que los libros son, además de sagrados, gratis. Que el gobierno te los debe regalar...
http://liberalsanjuanista.blogspot.com/
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