Retomo, estimados cero lectores, mis notas sobre Madonna de un post previo. Y es que Confessions on a Dance Floor es un disco superlativamente chingonométrico. No hay otra palabra. Ya había señalado que el disco es secuencial pero que es un disco un poco extraño para las pistas de baile, y también que Madonna, pese a todo, no se aleja demasiado de la estética de su primer gran disco, Ray of Light. Todo ello es cierto. Y sería absurdo pretender señalar aquí las influencias, o más bien los homenajes que rinde a una década que no pocos rockers y demás bichos que los acompañan ven con olímpico desprecio, como si la música no fuera sino puro y absoluto placer. Y es que sólo alguien con una independencia y creatividad suprema podría asomarse a los rescoldos de aquellos días y no quemarse con las brasas que aún quedan por aquí y allá.
Madonna logra esto, y en verdad, ¡qué forma de hacerlo! Doce magníficas canciones que retoman atmósferas de las pistas de baile de los setenta, y las remozan para el nuevo milenio. Pero ojo: no es un disco nostálgico. Quien espere oír una versión a lo Lenny Kravitz del sonido de las discos de los setenta, se sentirá defraudado. Madonna, efectivamente, da una ojeada al pasado, pero no se queda convertida en estatua de sal. Más bien dirige su mirada al futuro y hacia allá se dirige. Desde la primera canción, Madonna se instala en los 70 y va construyendo un disco de impecable manufactura, que aunque recuerda el trabajo de los dee-jays, tiene la misma característica de los mejores representantes de este tipo de trabajo: el extremo cuidado en los cambios de ritmo, los ritmos acompasados que evitan la monotonía.
El disco está compuesto, y no uso esta palabra azarosamente, por doce canciones, y ya dije que desde la primera, Hung Up, bailable a más no poder, con el eco en sampleo de Gimme Gimme Gimme de Abba, Madonna comienza en tono mayor, con una de las mejores y más pegajosas canciones de todo el disco, como debe ser: con el mejor vino de entrada; Get together, la segunda canción del álbum, es una gran canción de amor y madurez; pero si creen que después, como ocurre con tantos otros artistas, vienen canciones de relleno, se equivocan. A partir de la tercera canción, Sorry, el disco se dispara, pues ésta es una extraordinaria, atípica e introspectiva canción de amor, con pasajes cantados en alemán, japonés, italiano, ruso, francés, español y sabrá Dios que otras lenguas; Future Lovers es un emocionante y poderoso homenaje a Giorgio Moroder y a su artista de cabecera: Donna Summer (¿alguien se acuerda de El abismo?); después viene la canción a la ciudad de sus amores, la más cosmopolita ciudad del mundo, I love New York; después Madonna retoma su aspecto introspectivo, una vez más, en Let it will be, una canción en la que puede ver su propio pasado sin decirse las cosas terribles que en American Life se dijo, y se puede dar el lujo de confesarnos cuál es el costo del éxito y su contraparte, la fe; después aparece un par de canciones impresionantes: primero Forbidden Love, una maravillosa, apacible, sí apacible, ¡sólo Madonna podía darse ese lujo!, acompasada y rítmica canción; y después llega mi favorita, la canción que, como en todos sus últimos tres discos, hace que me entregue sin reservas a Madonna y testimonie mi absoluta fascinación y entrega a su grandeza: Jump, probablemente la mejor canción del disco, llena de un acompasado ritmo y atmósfera setenteros, la mejor canción de Madonna que he escuchado en una década, y una de las mejores canciones pop de los últimos veinte años. Sólo de oírla me dan ganas de saltar a la pista de baile para aplaudir, bailar y tributarle un aplauso enorme a esta gran artista en que se ha convertido Madonna: a no dudarlo, una hermosísima canción de madurez y alegría que habrían envidiado todos los discotequeros de los setenta. Y después de esta cima, Madonna regresa con una brillante canción acompasada en que pasado y presente se unen, el pasado musical y vivencial de Madonna, en How High, que retoma letras de American Life y de Ray of Light, pero también atmósferas, como en la canción siguiente, Isaac, que recuerda una similar del Ray of Light, en que Madonna canta en sánscrito. How High es una magnífica canción en que la autocrítica vuelve a aparecer. Para el final Madonna deja las canciones más extrañas del disco, pero tal vez también las más personales: Push y Like it or not, en particular la primera, demasiado íntima para una pista de baile. Y la edición especial trae un track extra, con una extraordinaria canción de amor de madurez: Fighting Spirit. Una verdadera joya de ritmo y desnudez musical que sólo podría haber escrito Madonna justamente ahora que es una mujer que raya los 50 años de edad y no cuando escribía tontas y superficiales canciones para adolescentes descerebrados.
Sí, son un converso. Lo reconozco. Y escribo desde mi conversión. Por eso: ¡convertíos, herejes! Dejad de adorar falsos ídolos del pop. Me la jalé, ¿verdad? Como sea, Confessions on a Dance Floor es, sin duda, el mejor disco de Madonna a la fecha, una obra maestra, pero no es un disco para sectarios que creen tener la verdad sólo porque no les gusta un género o porque están casados con prejuicios absurdos. Quienes no hayan escuchado este disco maravilloso, háganlo sin tomar partido previo. Cuando menos lo esperen estarán deseando estar en una pista de baile. Yo ya lo deseo. ¡Me voy a bailar! ¡Gracias, Madonna! ¡Mil gracias de corazón!
Madonna logra esto, y en verdad, ¡qué forma de hacerlo! Doce magníficas canciones que retoman atmósferas de las pistas de baile de los setenta, y las remozan para el nuevo milenio. Pero ojo: no es un disco nostálgico. Quien espere oír una versión a lo Lenny Kravitz del sonido de las discos de los setenta, se sentirá defraudado. Madonna, efectivamente, da una ojeada al pasado, pero no se queda convertida en estatua de sal. Más bien dirige su mirada al futuro y hacia allá se dirige. Desde la primera canción, Madonna se instala en los 70 y va construyendo un disco de impecable manufactura, que aunque recuerda el trabajo de los dee-jays, tiene la misma característica de los mejores representantes de este tipo de trabajo: el extremo cuidado en los cambios de ritmo, los ritmos acompasados que evitan la monotonía.
El disco está compuesto, y no uso esta palabra azarosamente, por doce canciones, y ya dije que desde la primera, Hung Up, bailable a más no poder, con el eco en sampleo de Gimme Gimme Gimme de Abba, Madonna comienza en tono mayor, con una de las mejores y más pegajosas canciones de todo el disco, como debe ser: con el mejor vino de entrada; Get together, la segunda canción del álbum, es una gran canción de amor y madurez; pero si creen que después, como ocurre con tantos otros artistas, vienen canciones de relleno, se equivocan. A partir de la tercera canción, Sorry, el disco se dispara, pues ésta es una extraordinaria, atípica e introspectiva canción de amor, con pasajes cantados en alemán, japonés, italiano, ruso, francés, español y sabrá Dios que otras lenguas; Future Lovers es un emocionante y poderoso homenaje a Giorgio Moroder y a su artista de cabecera: Donna Summer (¿alguien se acuerda de El abismo?); después viene la canción a la ciudad de sus amores, la más cosmopolita ciudad del mundo, I love New York; después Madonna retoma su aspecto introspectivo, una vez más, en Let it will be, una canción en la que puede ver su propio pasado sin decirse las cosas terribles que en American Life se dijo, y se puede dar el lujo de confesarnos cuál es el costo del éxito y su contraparte, la fe; después aparece un par de canciones impresionantes: primero Forbidden Love, una maravillosa, apacible, sí apacible, ¡sólo Madonna podía darse ese lujo!, acompasada y rítmica canción; y después llega mi favorita, la canción que, como en todos sus últimos tres discos, hace que me entregue sin reservas a Madonna y testimonie mi absoluta fascinación y entrega a su grandeza: Jump, probablemente la mejor canción del disco, llena de un acompasado ritmo y atmósfera setenteros, la mejor canción de Madonna que he escuchado en una década, y una de las mejores canciones pop de los últimos veinte años. Sólo de oírla me dan ganas de saltar a la pista de baile para aplaudir, bailar y tributarle un aplauso enorme a esta gran artista en que se ha convertido Madonna: a no dudarlo, una hermosísima canción de madurez y alegría que habrían envidiado todos los discotequeros de los setenta. Y después de esta cima, Madonna regresa con una brillante canción acompasada en que pasado y presente se unen, el pasado musical y vivencial de Madonna, en How High, que retoma letras de American Life y de Ray of Light, pero también atmósferas, como en la canción siguiente, Isaac, que recuerda una similar del Ray of Light, en que Madonna canta en sánscrito. How High es una magnífica canción en que la autocrítica vuelve a aparecer. Para el final Madonna deja las canciones más extrañas del disco, pero tal vez también las más personales: Push y Like it or not, en particular la primera, demasiado íntima para una pista de baile. Y la edición especial trae un track extra, con una extraordinaria canción de amor de madurez: Fighting Spirit. Una verdadera joya de ritmo y desnudez musical que sólo podría haber escrito Madonna justamente ahora que es una mujer que raya los 50 años de edad y no cuando escribía tontas y superficiales canciones para adolescentes descerebrados.
Sí, son un converso. Lo reconozco. Y escribo desde mi conversión. Por eso: ¡convertíos, herejes! Dejad de adorar falsos ídolos del pop. Me la jalé, ¿verdad? Como sea, Confessions on a Dance Floor es, sin duda, el mejor disco de Madonna a la fecha, una obra maestra, pero no es un disco para sectarios que creen tener la verdad sólo porque no les gusta un género o porque están casados con prejuicios absurdos. Quienes no hayan escuchado este disco maravilloso, háganlo sin tomar partido previo. Cuando menos lo esperen estarán deseando estar en una pista de baile. Yo ya lo deseo. ¡Me voy a bailar! ¡Gracias, Madonna! ¡Mil gracias de corazón!
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