viernes, enero 06, 2006

Seriedad de la literatura

Mis cero lectores deben saber que recibí un generoso y amplio comentario al post previo sobre la seriedad de la literatura. La atención y extensión del comentario hecho por Enrique M. Limón, a quien no conozco, amerita una nueva reflexión no sólo sobre lo dicho en ese post, sino en lo que el propio Enrique M. Limón señala.

En efecto, la literatura es un asunto muy serio, pero de las palabras de Enrique M. Limón se desprende un aroma de terrible decepción; más aún, puedo imaginarme a M. Limón como una suerte de Moisés, que ha visto la Tierra Prometida, pero nunca pudo llegar a ella. ¿Tiene razón para estar desilusionado del medio literario? ¡Claro! El medio literario es una mierda, pero de allí no se puede colegir que la literatura “es una mercancía más”. No, la literatura no es una mercancía: los libros sí. Para mí resulta desalentador entrar a una librería y descubrir que, pese a la enorme cantidad de novedades que atestan, atiborran los estantes, casi no hay títulos que me entusiasmen o me lleven a comprar. Prefiero dirigirme al área de música y ver qué novedades hay. Siempre hallo grabaciones que me entusiasman y me llevan a seguir por ese camino.

No sé si haya que lamentar que Enrique M. Limón haya tenido que posponer, es decir en la práctica cancelar, su vocación creativa en aras de vivir, de ganarse el pan. Pero creo que en su reflexión se mezclan diversos aspectos que no necesariamente están relacionados con la literatura. Corregir libros para otros escritores menos talentosos, a veces francamente mediocres e ignorantes es una prueba de la que difícilmente se sale limpio. Ya lo viví cuando trabajé como corrector en el desaparecido suplemento Sábado del desaparecido unomásuno. Pero eso sólo me sirvió para ser más riguroso, aunque sea sólo un poco más riguroso, con mi propio trabajo.

Vivir en la periferia, o en los sótanos (a veces literalmente), del mundo literario no es óbice para renunciar a la escritura. Y es cierto lo que dice M. Limón. Siempre los escritores más importantes son los cuates de quien afirma que hay una nueva generación o blablablá. Basta revisar el post que escribíu hace poco sobre la antología malaca de poetas peruanos preparada por Julio Trujillo para comprobar que eso es cierto. Pero si tal situación fuese cierta, entonces jamás habrían existido un Fernando Pessoa o un Franz Kafka. El primero, un burócrata de segunda categoría, el segundo un abogado que redactaba informes sobre trabajadores lastimados en una empresa de tercera. Podría citar más ejemplos, pero, ¿para qué?

Sí, es triste escuchar a alguien que parece haber perdido la fe en la literatura, o en el arte. ¿En qué consiste la suerte literaria, la consagración? No lo sé. Puedo repetir lo que mi más venerable amistad literaria, Gottfried Benn, escribió: no se nace genio, sino que se deviene genio. ¿Qué significa esto? Por ejemplo, Mozart no nació ni fue siempre un genio. Primero fue un niño prodigio, después un virtuoso, y sólo póstumamente fue un genio. Algunas de sus óperas fueron un fracaso espantoso en su época. Según Mozart, parisinos y vieneses eran unos cretinos, a quienes era fácil complacer. Prefería a los praguenses, donde su música era mejor apreciada. Pero Mozart, en su etapa de madurez, era un genio consumado que sólo necesitaba ser reconocido como tal. Sabemos que fue Haydn quien primero lo reconoció como tal cuando le dijo que él haría olvidar a todos los contemporáneos. Y salvo el propio Haydn, a quien se le aprecia aún hoy, no se equivocó. Mozart era un genio tal, que cuando concluyó de escribir sus dos últimas sinfonías las guardó inmediatamente en un cajón de su escritorio. ¿Por qué lo hizo? No lo sé. Tal vez sabía que el público no iba a responder como él quería. No lo sé. Prefiero no especular.

Pero el caso de Mozart me es útil, porque representa justamente lo que quiero decirle a Enrique M. Limón. Porque además, él no es el primero al que le escucho hablar de la literatura como de una mercancía, como de algo que es una mamada, o algo por el estilo. Otro amigo, para el que trabajé en una editorial, me platicaba más o menos lo mismo que M. Limón, pero en otro tono. Cuando él evaluó que como escritor sólo sería uno de media tabla para abajo, decidió abandonar la literatura. El problema, naturalmente, es que casi todos los escritores vivos son escritores de media tabla, que temen irse a segunda división. Ya no hay escritores de primera división. Ni narradores ni mucho menos poetas. Pero el punto, por supuesto, no es ése. ¿Por qué hay ese tono de abierta desolación en las palabras de M. Limón, que por otro lado deben de ser el eco de una enorme cantidad de otros que, igual que él, deambulan con sueños destrozados o incumplidos en la espalda? Creo que por una idea distorsionada de la literatura.

En efecto. La literatura es un asunto de enorme seriedad. Pero vivir de corrector tiene muy poco que ver con la literatura, con la creación, y tiene como precio justamente el perder la fe, el verse reducido a un despojo del mundo literario. Pero mundo literario, vida literaria, becas, ediciones, correcciones, incluso publicaciones, premios, mesas de novedades, reseñas, éxito, ventas, entrevistas, tienen muy poco, por no decir nada, que ver con la literatura. Benn distinguía entre el hombre de cultura y el hombre del arte. La mayoría, todos los antes mencionados, pertenece a la primera clase. Muy pocos a la segunda. ¿Qué significa o cómo se pertenece a la segunda? Pues creo que es una actitud hacia las letras, hacia las palabras, y eso tiene muy poco que ver incluso con la gramática. El testimonio de M. Limón de aquel premio al cual él asiste a GS (¿Gustavo Sanz? No importa): “En dos horas “revisamos” 50 trabajos y el asunto concluyó con eso que en los concursos llaman ‘desierto’”, sólo apunta en la dirección de lo que vengo diciendo: esto no tiene nada que ver con la literatura: ni los premios, ni los concursantes, ni la forma superficial y apresurada con que GS decidió salir del paso de un encargo.

Es triste escuchar o leer las palabras de M. Limón, y me resulta imposible saber si tenía o tuvo talento, o si pudo haber sido un escritor brillante o de talento. No sé qué esperaba M. Limón de la literatura, pero evidentemente no lo que ésta le ha dado. Y es que creo que si se parte de supuestos erróneos, sin duda se llegará a un sitio equivocado. ¿Por qué pospuso M. Limón su vocación en lugar de publicar en revistas, suplementos, y por allí seguirse? Digo, es una pregunta retórica. No importa la respuesta. Lo que importan son los hechos. La apenas disimulada amargura o desilusión de M. Limón: “Ya no puedes leer nada, sin a la vez juzgarlo desde tu arsenal de remedios contra los errores”, es terrible, pero es una realidad.

No puedo sino hablar en primera persona: cuando hablo de seriedad de la literatura me refiero, oscuramente, a acercarse a una tradición, sentirse parte de una escuela o un grupo, no de un grupo de cuates, o cotlapaches; una escuela estética, una tradición a la cual me sumo y con la cual me identifico. Esto no tiene nada que ver, lo vuelvo a decir, con el éxito literario, llámese reconocimiento, popularidad, publicación incluso, etcétera. Es una relación íntima, casi privada, con la palabra (o con el color, con la forma, con el material: el sonido, etcétera). Claro, ¡todo artista tiene una relación de este tipo con su material particular! Sí, pero en los resultados está la forma de juzgar esa relación. Y cada quien también busca algo distinto, según se trate de un lector sin relación alguna con artistas, o un lector que alguna vez tuvo aspiraciones literarias, o un escrtitor en ciernes, o uno consagrado, o uno privado.

El testimonio de M. Limón me recuerda a esos músicos de la OSN o de la OFUNAM que cuando son estudiantes están llenos de vigor y entusiasmo con su instrumento, pero una vez que entran al mundo laboral profesional se vuelven burócratas preocupados más por cumplir su horario que en ejecutar bien a Mozart o a Brahms. Por eso es que Eduardo Mata salió huyendo de México, porque no había manera de meter en cintura a los músicos de la OFUNAM. Y el testimonio de M. Limón está en ese talante. ¿Por qué estos músicos son burócratas y no les interesa un comino que se escuche soberanamente bien la música? Porque nadie les hace sentir que pertenecen a una tradición, porque no les dicen que eso que tocan es su patrimonio espiritual. Por eso tocan con una hueva que apenas se disimula.

En este caso, en el de las ilusiones perdidas, es evidente que nos hallamos ante un efecto similar. Ganarse la vida sin haber nunca separado ambos orbes, el privado de la creación, y el público de trabajar en algo, conducen justamente a esa desilusión y amargura hacia ese orbe extraño que M. Limón llama literatura.

No, la literatura no es una mercancía más. Los libros, las publicaciones, las novedades editoriales, la mezquindad de los editores, no tienen nada que ver con la literatura. A veces ni los escritores tienen que ver con la literatura. Ricardo Garibay llamó hace más de 20 años a las mesas de novedades, “el mar de la ignominia”. ¡Cuánta razón tenía! Pero de ello no se colige una actitud trágica hacia la literatura.

No puedo, ni pretendo, darle consejos a M. Limón, ni a nadie más, sobre qué pudo haber hecho o qué podría hacer para recuperar el tiempo pasado, porque el pasado queda irremediablemente atrás. Tampoco puedo devolverle la fe o la esperanza, si es que la ha perdido o es sólo una interpretación mía. Sólo puedo decir que la literatura es un asunto serio. La literatura entendida como creación (y ¿de qué otra forma si no de ésa debe ser entendida?), no como todo lo adyacente ya mencionado precedentemente.

La seriedad de la literatura es más difícil de compartir que la mamonería, porque la seriedad es un asunto interior, una relación casi carnal, erótica, con la palabra. La mamonería está a la vista de todos: en los ensayos o en las entrevistas, en el salir en la tele y dar una opinión sobre Acteal o sobre lo que sea. Eso no es literatura, aunque salga de la boca o la pluma de un escritor. Ya lo dijo Cyrill Conolly: “Cuantos más libros leemos más nos percatamos que la única razón para tomar la pluma y escribir es la de crear una obra maestra, y ninguna otra razón vale. Toda incursión en el periodismo o el mundo cultural [agrego, editorial], por muy gloriosa que sea, sólo desviará al autor de esta premisa” (cito de memoria el primer párrafo de La tumba sin sosiego). Es verdad.

La seriedad de la literatura a la que me refiero es ésa. La privada, la que va cultivando la palabra como se cultiva una perla, con paciencia, con esmero. Las prisas o una idea o expectativas equivocadas desviarán a quien sea de lo que busca, si es que sabe lo que busca.

“Las horas-nalga y las numerosas ejecuciones que inviertes en el trabajo de reparación editorial, generan currículum, y éste, combinado con las múltiples relaciones que estableces en el mundo de las publicaciones, tarde o temprano te conducen a un primer pedido formal para el escritor que eres. Una oportunidad para demostrarle al mundo que ese tipo que utiliza cualquier espacio del día –especialmente las noches y madrugadas– para escribir “la literatura propia”, ya tiene la experiencia necesaria y suficiente para acarrear billetes a las arcas de una casa editorial o, al menos, sacar de un apuro a algún funcionario público. Si para entonces ya publicaste uno o más libros –aunque tú mismo hayas aportado el dinero para tus “ediciones de autor”–, será mayor la probabilidad de que te ofrezcan una suma que hará felices a tu casero y otros acreedores. Escribir por encargo te conduce a un universo que no es paralelo sino divergente, y el punto de convergencia es simplemente el de la necesidad que te lleva a decir que sí, que tú puedes con cualesquier temas porque posees la técnica. Tus poemas, cuentos, novelas y ensayos podrán esperar por un mejor momento, más sosegado y propicio. El billete manda.”

Esto sólo demuestra una idea equivocada de la literatura entendida como creación. La literatura no tiene que ver con nada de lo que menciona M. Limón. La literatura no sirve “para acarrear billetes a las arcas de una casa editorial o, al menos, sacar de un apuro a algún funcionario público”. Tristemente no sirve para eso. Ni siquiera para eso que algunos piensan es cambiar el mundo, eso que algunos llaman literatura comprometida. That’s bulshit. Si el billete manda, entonces estamos hablando de otra cosa, no de literatura, no de arte, no de creación. ¿Que el artista debe vivir de su trabajo? En un mundo ideal, sí, pero no en éste. Por eso decía que la creación es un asunto carnal, y por tanto privado: obsceno, en el sentido etimológico de la palabra, fuera de la vista de los demás. ¿Seriedad de la literatura? Sí, seriedad de la literatura. Pero de la literatura en verdad, no de todo el oropel que la rodea, que desvía la atención de eso que a falta de una mejor denominación llamamos lo esencial. Y tiene razón M. Limón al final de su generoso y extenso comentario cuando se refiere al reconocimiento. ¡Pero ojo! El reconocimiento es para la literatura, no para el autor. Por eso Borges decía de Quevedo que se trataba más bien de una extensa literatura. Y yo por mi parte, en un ensayo sobre Attila József (que pueden consultar en la revista electrónica México Volitivo, en el enlace siguiente: http://mexicovolitivo.com/2003/Octubre/amor.html), escribí que “La poesía no fue suficiente para salvarlo, pese a todo lo que luchó y escribió”, y es verdad. Lo mismo escribí al referirme a Georg Trakl.

¿Seriedad de la literatura? Sí, seriedad de la literatura, pero sólo de ella, de su concepción y creación. Todo lo demás es lo de menos, aunque de eso se viva.

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